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Amor familiar con fidelidad, confianza y responsabilidad, indispensables para la virtud y el autodominio, es decir, para el carácter.

Escrito por Laura Cremades Granja | 22/04/20 16:10

 

Carlos Llano sostiene que el lugar principal de formación del carácter es la familia, es en la familia y con la familia, a través de la familia, como se desarrolla el carácter. “No es fácil disentir de la propuesta según la cual la decadencia ética en los países más desarrollados del globo tiene su causa principal, si no es que única, en el demérito y aun disolución de la familia. La decadencia moral alude sobre todo a la falta de carácter. La falta de carácter de los ciudadanos y sus dirigentes no es un problema sociológico que deba resolverse mediante el Estado, la empresa o la escuela, como muchos esperan. Es difícil que estas básicas instituciones sociales puedan hoy ser educadoras decisivas del carácter cuando quienes las dirigen, por lo general, carecen de él. Debemos comenzar por el principio; y en el principio del ser humano no encontramos ni al Estado, ni a la empresa, ni a la escuela: se halla la familia. […] La familia es el lugar de la formación del carácter. La conditio sine qua non para que la familia se constituya como ámbito formativo del carácter de los hijos es el amor firme de los padres, con las notas propias que los clásicos le asignaron desde antiguo: constans, fidus, gravis (Cicerón): el amor familiar ha de ser constante, lleno de confianza y responsable, si quiere poseer valor formativo caracterológico. La inducción del carácter es, diríamos, una emancipación del amor conyugal, una extensión –casi un apéndice- suyo: los padres no tendrían otra cosa que hacer más que amarse de manera constante –con todos los atributos que la fidelidad acarrea, llena de confianza –con las notas de apertura que lleva consigo- y responsable –con las características que siguen a la responsabilidad. Habría después, sí, recomendaciones, sistemas, técnicas, fórmulas, procesos y recetas positivas para lograr el objetivo caracterológico de los hijos, pero todas las recomendaciones, sistemas, técnicas, fórmulas, procesos y recomendaciones para ello serán apenas una cabeza de alfiler en el profundo y extenso universo del amor familiar en que se desarrollen. Al menos, puede afirmarse sin equivocación que tales recomendaciones, sistemas, técnicas, fórmulas, procesos y recetas serán bordados en el vacío si no se dan dentro del espacio del amor familiar, la primera e imprescindible condición y casi la única. […] El entorno social tiene incisividad en la formación del carácter de los ciudadanos… no es fruto tanto del poder de los medios condicionantes, sino del vacío de poder creado con la disolución de la familia y los valores familiares (insistimos: fidelidad, confianza y responsabilidad)”.[1]

Destaca que “notorio desnivel existente entre la altura alcanzada por los prodigios de la técnica y la ciencia por un lado, y el descenso por otro de la dignidad y brío de nuestro carácter… La coexistencia de una gran potencialidad técnica con una grave debilidad del carácter constituye una mezcla letal: poner el dominio del mundo en manos de quien no posee el dominio de sí mismo; la bomba atómica en poder de un hombre de reacciones imprevisibles”[2]. Parece un ejemplo exagerado, pero la evidencia histórica demuestra que así ha sucedido en los últimos tiempos: urgente avanzar en formación del carácter.

Llano cita a Howard Fineman para explicar que “hay principios universalmente aceptados –que llamamos virtudes- para calificar de bueno un carácter (buen carácter)… pues lo que suele denominarse mal carácter es precisamente la carencia de él”.[3]

Más aún, Carlos Llano expone que seguramente la razón por la que la familia ha dejado de tener ese amor fiel, en confianza y responsable y por la que no se ha logrado apoyar desde el estado ni desde la sociedad civil a la familia deben tener que ver con “la libertad sexual, difícilmente reversible, incluyendo perversiones sexuales; el egoísmo del sexo, convertido en medio de placer y no de transmisión de la vida; la proliferación del aborto y el demérito de la fidelidad conyugal (que) son algunas cuestiones que podrían dar una contestación, casi completa, a la renuencia contemporánea a jugar con la familia las más decisivas cartas de la caracterología de los ciudadanos. Se trata de un asunto aun más profundo cuando se estudia el problema de la formación del carácter. Porque todas las mencionadas causas de la desacreditación de la familia derivan justamente de la falta de carácter, entendido como dominio de las fuerzas instintivas humanas, esto es, las que se hallan al margen de la voluntad y de la inteligencia. Se diría que nos encontramos en un círculo vicioso, porque el valor de la familia, lugar de formación del carácter, parece haberse perdido precisamente por la falta de carácter de sus integrantes (carácter como dominio de las tendencias no intelectuales y volitivas; el carácter como autodominio)”[4].

Es en este punto, en el que las virtudes y su desarrollo y conquista por parte de cada persona tienen toda la importancia: “toda virtud… implica, si nos atenemos a las afirmaciones de Octavio Paz, un denso coeficiente de autodominio”[5].

Artículo escrito bajo la dirección de Arturo Picos, director de la Cátedra UP-IPADE Carlos Llano.


[1] Llano Cifuentes, Carlos. Formación de la Inteligencia, la Voluntad y el Carácter. Editorial Trillas. 1999.


[2] Ídem, p. 128

[3] Ídem, p. 128

[4] Ídem, p. 129

[5] Ídem, p. 129