La mayor parte de las relaciones en la vida familiar son una mezcla de estos diferentes tipos de interdependencia, y desempeñan un papel importante en el desarrollo de preferencias y rechazos dentro de la familia. Así, tenemos que el hijo adolescente tiene una interdependencia positiva con su familia en función de que tanto sus padres como él tienen el interés común de recibir y brindarse mutuamente reconocimiento, comprensión y afecto; pero tienen también una interdependencia negativa con sus padres, en cuanto a que ellos restringen la libertad e independencia que él anhela de un modo particular. Si consideramos a la familia en forma integral podemos ver que sus miembros tienen también una interdependencia de fines y medios, en cuanto a que todos aspiran al bienestar y la felicidad de los demás, y en cuanto a que este fin sólo puede ser alcanzado en la medida en que todos y cada uno de ellos aporte lo necesario para lograrlo.
De acuerdo con lo anteriormente expuesto, resulta obvio que la interdependencia positiva lleva a actitudes y comportamientos cooperativos, ya que ambas personas tienen los mismos intereses y persiguen, por lo general, los mismos fines. Contrariamente, la interdependencia negativa conduce a actitudes y comportamientos de competencia, que en los casos extremos pueden llevar a hostilidad y agresión, pues las personas que interactúan lo hacen en función de intereses diferentes y de fines, la mayoría de las veces diferentes también.
Para ejemplificar lo anterior pensemos en el caso, bastante común, del padre que se ve en necesidad de trabajar horas extras para poder costear una carrera universitaria a su hijo. Si el muchacho tiene, a su vez, el objetivo de llegar a ser un buen profesionista, la interdependencia entre ambos será positiva. En esta tesitura, cada nueva calificación de excelente que el hijo obtiene en la universidad refuerza el afecto que el padre siente por él. Asimismo, los sacrificios del padre para permitirle continuar en sus estudios aumentan el cariño que el muchacho siente hacia aquél.
Si suponemos el mismo caso, pero ahora bajo el enfoque de diferentes intereses, el resultado es también diferente. Así, el trabajo extra de un padre que se empecina en costear una carrera universitaria a su hijo, cuando lo que desea es ser corredor de autos, traerá consigo, muy frecuentemente, un deterioro en la relación de ambos. Es obvio que estos ejemplos constituyen una situación social mínima, que usamos para explicar el proceso pero que no incluyen, de ninguna manera, todos los elementos que intervienen en una relación en un momento determinado. Ahora bien, esta interdependencia en la relación familiar y humana tiene su expresión en sentimientos, deseos, actitudes, comportamientos, necesidades y expectativas que cambian continuamente en respuesta a situaciones y circunstancias particulares. La relación familiar no puede, por tanto, ser comprendida cuando se le analiza con enfoques rígidos propios para estudiar estructuras estáticas; pero que no son los adecuados cuando lo que se desea es entender un fenómeno dinámico como lo es la interdependencia entre los diferentes miembros que constituyen una familia, interdependencia que constantemente experimenta cambios y que conlleva, por ello, la exigencia de adaptaciones y ajustes continuos.
Cuando los padres se preguntan amargamente por qué el hijo resultó delincuente cuando ellos se esmeraron en hacer de él todo lo contrario, podrían quizás encontrar una de las causas en haber impuesto al hijo patrones rígidos de comportamiento que carecieron de flexibilidad, y que impidieron a éste ejercitar la plasticidad propia de los jóvenes para adaptarse a las diferentes situaciones que su realidad concreta le imponía. Es importante que subrayemos las palabras quizás y una, porque como hemos visto, no es un solo factor el que determina el curso que sigue la vida de una persona, sino que son múltiples y cada uno de ellos influye de distintas maneras.
Como podemos ver, la dinámica de la relación humana implica la presencia, aun en aquellos casos en que la interdependencia es positiva, de numerosas y complejas cadenas en las que se eslabonan razón y sentimientos. Cuando los individuos no logran combinar adecuadamente los intereses que se involucran en la relación, sobreviene un desequilibrio importante. Esta situación de inestabilidad se manifiesta mediante una tensión intensa o un malestar en los sujetos que protagonizan la relación, y provoca, consiguientemente, un impulso que busca llevar la relación a una situación en que los niveles de tensión sean normales.[2]
Artículo extraído de Bolio y Arciniega Ernesto, Relaciones entre padres e hijos, preferencias y rechazos, 3ra edición, México, Trillas, 1996 pp.41-43.
[1] Raven y Rubín, Op. Cit. Pág.192.
[2] Raven y Rubín, Op. Cit., pág. 123.