Según la Real Academia Española, la motivación se define como “Conjunto de factores internos o externos que determinan en parte las acciones de una persona” (RAE)
Carlos Llano Cifuentes, en su libro Dilemas éticos de la empresa contemporánea, define la motivación como “el atractivo que ejercen determinados bienes –o la necesidad de adquirirlos- sobre determinadas personas, por causas que tienen más relación con el sujeto que con el bien le atrae”. (Llano, p.176)
Profundicemos un poco en esta definición:
Para empezar, el objeto de la motivación es un bien, un algo. Podemos decir que comienza con él. Sin embargo, al momento de motivar debemos de prestar una mayor atención en la persona a la que estamos presentando este bien. Podría ser el caso de que, por más esfuerzo que nosotros hagamos en presentar un bien x, a la persona a la que se lo presentemos no le atraiga. Es por eso que el conocimiento de la persona a la que estamos presentando dicho bien, es más importante que el bien mismo.
Para empezar, como ya dijimos anteriormente, debemos conocer a la persona; debemos saber qué le atrae y que no. Sin embargo la complejidad y también la parte más importante de la motivación estriban en “querer que quieran”. Debemos conocer a la persona y presentarle el bien de tal manera, que ella misma quiera llevar a cabo la actividad que nosotros queremos que lleve a cabo porque se dio cuenta de que el bien es atractivo por sí mismo y no porque nosotros se lo hemos presentado atractivo.
Esta es la gran diferencia con la manipulación, el hecho de que el bien sea querido por sí mismo. Cuando nosotros manipulamos a alguien, estamos pensando solamente en nuestros propios intereses, en el beneficio que obtendremos después de que la persona haga tal o cual cosa. Si la persona a la que estamos manipulando sale dañada, eso ya no es de nuestra incumbencia, nosotros hemos obtenido lo que estábamos buscando.
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