En 1847, Kierkegaard escribió Discursos edificantes en varios espíritus, hablando de la revelación, aunque sin autoridad (no era un pastor ordenado). Entre los tres discursos, el Discurso de Ocasión, está escrito respecto al tema de la confesión. En la Iglesia Luterana Danesa, también existe la figura de la confesión, por lo que Kierkegaard dirá que lo importante, pues, para poder hacer la confesión, es que uno tiene que hacer examen de conciencia, identificar el pecado cometido y confesarlo con sinceridad y arrepentimiento.
La eternidad del ser humano
El ser humano tiene una dimensión eterna, es decir, no existe propiamente el antes y el después, sino que el tiempo se vuelve un tiempo continuo, un permanente presente. Esto es, algo así, la perspectiva de Dios, quien puede ver la imagen perfecta y que no distingue el antes y el después. Desde esta otra perspectiva, el pecado cometido no queda propiamente en el pasado, sino que queda inserto en el continuo que es el yo.
Dios si perdona los pecados, uno mismo no puede hacerlo, pues sería blasfemia. Lo que es un error, es considerar el pecado como que está separado de uno mismo, ese pecado es parte de nuestro ser. Respecto a la confesión, si bien en el protestantismo existe la figura de la confesión, no existe de manera sacramental como en el catolicismo.
La confesión en el protestantismo
Se puede confesar (en el protestantismo) el pecado de tres maneras:
En la confesión, lo que se hace es contar nuestra propia historia para darle sentido nuestra existencia. El individuo se percata en el pecado de la continuidad que es el propio yo, y podríamos decir que el yo es la suma, no de sus acciones concretas, sino de sus decisiones, el acto de voluntad con el que realizó las acciones.