Actualmente vivimos en un mundo en el que lo único cierto es la incertidumbre. Hoy es más importante nuestra capacidad de adaptación que de planeación, de ejecución que de alternativas, a veces previstas y, en ocasiones, inconcebibles.
La incertidumbre no es una variable que se controle, se gestiona. La volatilidad de los mercados, por ejemplo, responde a situaciones de la realidad nacional de un país, pero también a los sucesos internacionales; al capricho de un líder o el prejuicio de otro. En un mundo interconectado con una transferencia de información casi inmediata, todos los países y las organizaciones estamos expuestos a infinidad de impactos que pueden modificar nuestras decisiones, no de un día a otro, sino en diversos momentos del día.
A continuación, expreso algunos elementos que la gestión de la incertidumbre debe considerar:
A) Diferenciar entre factores coyunturales y estructurales
B) Entender que el entorno va más allá de nuestra realidad
C) Finalmente, asumir que muchas decisiones devienen de la emoción y no del razonamiento
La gestión de la incertidumbre requiere la comprensión de estos elementos, pero también el desarrollo del juicio prudencial en los tomadores de decisiones, pues dado que la incertidumbre exige múltiples decisiones con alto grado de variación o corrección, éstas no pueden estar enmarcadas en procesos o políticas únicamente, sino en la capacidad de las personas en la toma de decisiones.
No esperamos que las personas nunca tomen decisiones incorrectas, esperamos que las decisiones sean tomadas por las personas correctas, aunque en ocasiones se equivoquen. Dado que no podemos controlar las consecuencias de nuestros actos, sino sólo asumirlas y acotarlas, el éxito de las organizaciones descansa en la capacidad de sus líderes para elegir el rumbo correcto para las empresas, especialmente en los tiempo inciertos en que la acertada visión de unos hace la diferencia respecto a las deficiencias de otros.