Los textos de San Agustín con los que contamos en la actualidad son escritos pertenecientes a su época de converso. Por tanto, las doctrinas que abundan en esos escritos tienen que ver, sobre todo, con su intento de entender y articular las verdades que encontraba en la doctrina cristiana y en las Sagradas Escrituras. En este contexto, el telón de fondo intelectual, perfil y circunstancias de San Agustín contrastan con las de los filósofos de su época.
Fue en los meses de invierno de los años 386 y 387 en los que San Agustín pasó un periodo de conversación y contemplación con sus allegados. En ese periodo, Agustín escribió Contra académicos, De beata vita, De ordine y Soliloquia, textos que definirían su filosofía cristiana. Después de su bautismo, San Agustín escribió dos tratados sobre el alma, a saber, De immortalitate animae y De quantitate animae, y De libero arbitrio. Entre el 388 y 391, se escribieron los libros De magistro, De vera religione, Enarratione in Psalmos, De sermone Domini in monte y De doctrina christiana. Después de su ordenación episcopal como obispo de Hipona, Agustín escribió sus célebres Confesiones, narrativa de su vida en la cual comienzan a aventurarse los principales tópicos que serán piedra angular de sus tres obras culmen: De Genesi ad litteram, De Trinitate y De civitate Dei.
El trabajo episcopal de San Agustín consistía en predicar, escribir cartas y resolver asuntos pastorales y administrativos tocantes a su diócesis, quehaceres de su día a día que lo encarrilaron a controversias eclesiásticas y doctrinales. Una de las controversias más importantes encarada por San Agustín fue la que mantuvo contra la iglesia cismática del Norte de África, a saber, la iglesia donatista. Quizá, el enemigo público más conocido de San Agustín fue el monje británico Pelagio. Es de sobra conocida la disputa que mantuvieron San Agustín y él en torno al espinoso problema de la conciliación entre gracia y libertad. Es en esa discusión contra Pelagio que deben enmarcarse sus De spiritu et littera, De natura et gratia y dos tratados Contra Julianum, todos ellos escritos donde se exponen las visiones de San Agustín sobre el pecado original, la sumisión de la voluntad humana, la predestinación y la gracia.
San Agustín muere en el año 430, mientras los Vándalos merodeaban Hipona para sitiarla. En esos momentos, el Norte de África experimentaba una época convulsa, parecida a la que había sufrido el Imperio Romano veinte años antes gracias a los actos (vandálicos) de los Visigodos, una catástrofe que impulsó la composición de La Ciudad de Dios. Los escritos de San Agustín fueron preservados y transmitidos a pensadores pertenecientes a una era totalmente distinta a la de San Agustín. El impacto intelectual de San Agustín fue tal que una gran gama de teólogos y filósofos, poetas e historiadores, mantenían la cosmovisión legada por el Obispo de Hipona.
1 Este trabajo es una adaptación de S. MacDonald (2002: 154-71) para los fines de este blog.