El problema de los universales en la Edad Media dividió a los filósofos medievales en dos bandos: realistas y nominalistas. Los realistas creían en la existencia extra-mental de naturalezas comunes o esencias, mientras que los nominalistas rechazaban tajantemente una tesis de tales implicaciones ontológicas. Los realistas distinguían tres clases de universales: ante rem, in re y post rem. El primer género de universal son las ideas en la mente de Dios; el segundo son universales formales, es decir, naturalezas comunes o esencias presentes en los individuos; y, el tercer género refiere a conceptos por los cuales referimos a un universal in re. Con respecto a los universales formales, los realistas medievales comenzaron a distinguir entre universales formales de primera intención y de segunda intención. Los universales formales de primera intención serían los universales de cierta naturaleza que son idénticos a cada individuo al que configuran, mientras que los de segunda intención serían aquellos universales distintos de sus propios individuos, considerados en tanto que individuos. En este estado de cosas, los universales formales de segunda intención y los individuos tenían que ser distintos, porque ambos contaban con principios constitutivos opuestos entre sí: por un lado, los universales, en efecto, tienen una tendencia a replicarse, es decir, son comunicables (communicabilitas); y, por otro, los individuos son incomunicables (incommunicabilitas). Si éste es el caso, entonces los universales no podían ser considerados totalmente idénticos a los individuos, pero tampoco totalmente distintos a ellos. El caso más paradigmático fue el beato Escoto, quien, dicho muy prontamente, propugno que aun cuando el mundo estaba constituido por individuos, las naturalezas comunes también gozaban de cierta realidad, encontrándose contraídas en los individuos por la singularidad de cada individuo y distinguiéndose formalmente de ellos, es decir, hay una inseparabilidad existencial entre individuo y naturaleza común, mas no una identidad en la ratiode cada uno de ellos. Según Escoto, en efecto, la naturaleza común y el individuo eran realmente idénticos, pero “ratio-nalmente” no idénticos.
Hay dos tesis que se encuentran detrás de la teoría escotista de los universales: (a) universal e individuo son realmente idénticos; y, (b) hay distinciones formales en el mundo que nos permiten descubrir rationes que hacen a ciertas cosas ser lo que son, pero no a la manera en la que lo hacen el género o la diferencia específica. En contra de (a) Occam alegó que si los universales eran realmente idénticos a sus respectivos individuos, entonces un único universal debía de contar con atributos simultáneamente contrarios, tal y como sucede en distintos individuos: Fulano y Zutano son realmente idénticos a la “naturaleza humana”, pero Fulano es alto y Zutano es chaparro; luego entonces, la naturaleza humana es alta y chaparra al mismo tiempo. En contra de (b), Occam alegó que en el mobiliario del mundo no había espacio para una distinción más allá de la distinción real, pues cualquier otro tipo de distinción necesariamente implicaba identidad, y la identidad nos volvería meter al atolladero de la transitividad de la predicación, en donde tendríamos que sostener afirmaciones absurdas tal y como la descrita en el párrafo anterior. Para Occam, en efecto, todo lo que hay son singulares, numéricamente únicos, sin necesidad de añadirle más “cositas”. En torno a esta polémica sobre el estatuto ontológico de los universales, es lugar común etiquetar a Occam de “nominalista”. Esto es un error terminológico si por “nominalismo” se entiende la posición defendida en el siglo XII por Roscelino de Compiègne, posición según la cual un universal no es más que una flatus vocis. Si quisiéramos colocarle une etiqueta a fray Guillermo, entonces la más adecuada sería la de “conceptualista”, pues para Occam un universal es, en primer lugar, un signo mental, es decir, un concepto, y, en segunda lugar, palabras habladas o escritas. La peculiaridad de un universal es su capacidad para significar a más de un individuo y para suponer por más de un individuo en el contexto de una proposición. La significación de un universal se explica por su capacidad para significar y suponer por una pluralidad de cosas. Esta capacidad de un universal es posible gracias a que en el mundo sí hay individuos semejantes entre sí (los burros y los hombres nos asemejamos porque somos especies del mismo género) e, incluso, máximamente semejantes entre sí; por ejemplo, Fulano y Zutano son máximamente semejantes porque son individuos de la especie humana. Como sea, esta máxima semejanza, cree Occam, no implica el compromiso ontológico de añadir naturalezas comunes contraídas en los individuos; simplemente nos basta que Fulano y Zutano tengan cualidades afines o máximamente afines que nos permitan agruparlos dentro de un mismo género o de una misma especie.
*Este trabajo es una adaptación de T. B. Noone (2002: 696-711), A. D. Conti (2014: 647-60) y J. Biard (2014: 661-73).