Carlos Llano Cifuentes nació el 17 de febrero de 1932 en la Ciudad de México y falleció el 5 de mayo de 2010 en un día ordinario para él, de trabajo intenso, en Miami, Estados Unidos.

Hijo de Antonio Llano, un inmigrante español oriundo de Ribadesella, Asturias,  y de Estela Cifuentes, nacida en Cuba, hija de un inmigrante español, Ramón Cifuentes, emprendedor y director general de la famosa fábrica de puros Partagaz. Carlos tuvo cinco hermanos y tres hermanas.

Cuando tenía diez años sus padres decidieron mudarse con la familia a España, donde Carlos terminó la primaria y cursó el bachillerato. A los quince años Carlos enfermó de tuberculosis y, para aprovechar el tiempo, característica que siempre lo definió, empezó a leer libros de filosofía.

Poco después, Llano Cifuentes inició estudios de ciencias económicas en la Universidad Central de Madrid pero luego se fue a vivir a Roma para estudiar filosofía, donde obtuvo el doctorado en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, ( Pontificia Università degli Studi San Tommaso d'Aquino), comúnmente conocida como Angelicum. Carlos Llano solía bromear con que coincidía en dos aspectos con el Papa Juan Pablo II, el nombre de pila, Karol Wojtyla, y que ambos hicieron el doctorado en la misma universidad.

Tiempo después, cuando regresó a México, obtuvo un doctorado en filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México, la (UNAM), donde fue discípulo del gran filósofo español José Gaos, quien había sido rector de la Universidad de Madrid. En 1939, Gaos, considerado el alumno más cercano y más fiel de otro gran pensador, José Ortega y Gasset, se exilió en México al terminar la Guerra Civil española y obtuvo la nacionalidad mexicana en 1941. El último libro de Carlos Llano como filósofo fue precisamente “Ensayos sobre José Gaos: Metafísica y fenomenología” (UNAM, 2008). Carlos Llano complementó así su formación aristotélica-tomista con un profundo conocimiento de la filosofía contemporánea.

 

RECONOCIMIENTOS

Carlos ha sido  acreedor a diversas distinciones, entre las que destacan:

  • La medalla al mérito empresarial (1994), por la Cámara Nacional de Comercio de la Ciudad de México, misma que es otorgada a los personajes más destacados de la vida empresarial mexicana que, a través de su labor, han prestado un servicio a nuestra sociedad.
  • En 1999, recibió el premio Eugenio Garza Sada, instituido por FEMSA, desde 1993, en memoria de éste (gran emprendedor, fundador del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey), con el fin de reconocer a personas e instituciones cuya labor y trayectoria en la vida están inspiradas en los valores que distinguieron a don Eugenio: entrega al trabajo, devoción por la educación, honestidad, congruencia, y afán por la promoción del desarrollo económico y social de México.
  • El Premio Nacional a la Excelencia Jaime Torres Bodet le fue otorgado en 2001.
  •  En 2004 se le nombró miembro del Salón del Empresario Mexicano. En ese año, uno de sus colegas afirmaba: “en el salón de la fama del béisball no sólo hay jugadores, sino también entrenadores”. Llano personificó ambos papeles.
 

EL EMPRENDEDOR QUE APRENDE SE TRANSFORMA

Según una definición de los profesores Howard H. Stevenson, Jay Dial y Myra Hart, de la Universidad de Harvard, los emprendedores “son aquellos individuos que buscan y persiguen oportunidades, independientemente de los recursos y habilidades con que cuentan”. Carlos Llano tenía muy claro el objetivo de establecer una buena escuela de negocios, sabía que era ciertamente un objetivo magnánimo y audaz, que requeriría desarrollar capacidades y recursos con los que no contaba, pero, como buen emprendedor, no se intimidó y emprendió conjuntando voluntades, obteniendo apoyos, convenciendo y avanzando, aprendiendo y formando hasta que el proyecto cristalizó.

Y, tal como lo señala en uno de sus libros (La metamorfosis de las empresas), se dio cuenta de que para transformar la organización, se empieza por uno mismo, así que desarrolló sus habilidades académicas (que todos reconocerían) y emprendió, desarrollando capacidades organizacionales que fueron conformando primero el IPADE y luego a las demás instituciones que ayudó a crear.

A pesar de que todos sus logros eran dignos de reconocerse, Carlos nunca presumió de ellos. Era como esos buenos atletas que aparentan obtener triunfos sin esfuerzo. Que corren o meten goles disfrutándolo, como si fuera sencillo. “Parecía (afirmaba un colaborador suyo de aquellos tiempos) que sacó adelante una universidad como si fuera algo sencillo”. Carlos emprendió labores enormes, aparentemente imposibles, y lo hizo con una gran audacia y alegría. Tenía urgencia de servir, de trabajar. Al final de su vida, a pesar de su edad, se movía con prisa, y no desaprovechaba nunca el tiempo (escribía al menos un libro por año).

Carlos Llano afirmaba en Metamorfosis de la empresa: “estoy donde estoy, no donde quisiera estar. Pero no voy a donde voy, sino a donde quiero ir.” Llano era el paradigma de un buen emprendedor, siempre inconforme, siempre queriendo mejorar, nunca dejándose llevar por las circunstancias. Trazando el rumbo, aprovechando oportunidades y viendo a los problemas como obstáculos elegidos precisamente por quien se propone alcanzar objetivos grandes.

Carlos Llano también fue un católico fiel, que se honra de su fe y somete a ella su vida. En el prefacio de la misa de difuntos, la liturgia católica proclama: “La vida ya no acaba, sino se transforma”. Carlos era un muy buen católico y entendía bien la muerte. Uno de sus más interesantes artículos es precisamente “El problema filosófico de la muerte”. Tenía la certeza de que la vida terrenal era el preámbulo a la vida eterna. Llano fue miembro del Opus Dei durante más de cincuenta años, una faceta de su vida que él consideraba como dato no curricular por pertenecer a la intimidad de la vida de fe, y supo encarnar muy bien el espíritu de dicha organización que aprendió directamente del fundador: “Santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a los demás con el trabajo”.

 

 

UNA VIDA LOGRADA

Alejandro Llano, hermano de Carlos y filósofo también, escribió el libro Una vida lograda, en el que afirma:

"Quienes tienen una vida lograda son mujeres y hombres que se han convertido en una tarea para sí mismos, que son autores de su vida…buscadores implacables se lanzan a comprometerse en cuestiones culturales y sociales que les implican y les trascienden… son jóvenes; claro que es joven toda aquella o todo aquel para quien el futuro presenta mayor interés que el pasado".

Todos los testimonios acerca de él concuerdan: Carlos Llano, a sus 78 años, era un joven y su vida fue, con un muy profundo alcance y en el más extenso sentido, la vida lograda de un emprendedor.

Carlos aprendió cuando tuvo que aprender y emprendió cuando tuvo que hacerlo. Lo hizo con agrado, disfrutándolo, sonriendo. Le gustaba aquel poema del Cid de Manuel Machado, de quien Carlos pedía “no confundirlo con su hermano Antonio, quizá más popular”, para después recitar: “Por necesidad batallo/y una vez puesto en la silla/se va ensanchando Castilla/al paso de mi caballo”. No es que el Cid le gustara pelear, tenía que hacerlo, pero ya en el caballo acababa gustándole y lo hacía bien, “ensanchaba” Castilla. Así era Llano, un buen caballero que, a diferencia del Cid, sí servía a un gran propósito y estamos seguros que, como dice la leyenda, continuará ganando batallas después de muerto.


Autor: Carlos Ruiz González
Tomado del libro:
200 Emprendedores Mexicanos:
La construcción de una nación
Ludlow, Leonor (comp.)
México: LID, 2010