El costo es que las “demostraciones” metafísicas se convierten en construcciones formales impecables, pero dejan de referirse a cosas reales. En contraste, Llano trata de reivindicar las “demostraciones” quia como las adecuadas para acceder a las realidades metafísicas; de hecho, estas “demostraciones” (quia, primordialmente por la causa eficiente) permiten concluir tanto la existencia de las realidades metafísicas (Dios y el alma espiritual) como algunos de sus atributos.

Si, como él mismo sugiere, Llano hubiera tratado de eliminar la jerga del a priori – a posteriori hubiera socavado una de las distinciones en que se atrinchera la metafísica racionalista. Demonstratio ciertamente pone las bases para proseguir esta empresa.

Después de resolver las dificultades relativas a la primera operación del entendimiento en Abstactio y el peculiar juicio metafísico en Separatio, se propone explicar el tipo particular de “demostración” de la metafísica en Demonstratio. Después, en Reflexio intenta explicar una peculiar operación del entendimiento que no puede rastrearse fácilmente en la tradición.

Su tesis en Demonstratio: los metafísicos racionalistas (Descartes, Leibniz, Spinoza) trataron de adoptar la “demostración” propter quid por la causa formal, característica de las matemáticas se convierten en construcciones formales impecables, pero dejan de referirse a cosas reales. En contraste, Llano trata de reivindicar las “demostraciones” quia como las adecuadas para acceder a realidades metafísicas; de hecho, estas “demostraciones” (quia, primordialmente por la causa eficiente) permiten concluir tanto la existencia de las realidades metafísicas (Dios y el alma espiritual)  como algunos de sus atributos.

No rechaza las pruebas por la causa formal; sólo pide evitar precisamente esta restricción de las “demostraciones” al caso puramente formal a priori; esto es, acudir a “un raciocinio que discurre por causa formal (enlaza propiedades esenciales) empíricamente asistido”. La necesidad de la demonstratio debe proceder de la perfección de los objetos o propiedades “demostrados”, no del rigor de la “demostración”.

Me temo que ni el metafísico racionalista ni el empirista antimetafísico aceptarían la solución de Llano: ambos parten de cuestionar que la experiencia sensible provea de la necesidad suficiente para las “demostraciones” metafísicas; para los primero significa que todas las “demostraciones” metafísicas deben ser formales a priori, mientras para los segundos, que no hay “demostraciones”, metafísicas en absoluto. Llano debería suministrar argumentos para reivindicar la carga de necesidad de la causa eficiente y para reconocer la capacidad humana de percibir esta causalidad en la sensible. Se esfuerza en mostrar que el principio de causalidad “no es analítico” y que tiene cierta “necesidad”. “A fin de no tener que acudir al yo trascendental a priori para dotarle de la necesidad que necesariamente tiene, y para no prescindir de la necesidad recurriendo a los solos datos empíricos”. No estoy seguro de que Llano disponga de suficiente evidencia para proveer de la necesidad suficiente a su experiencia enriquecida.

Creo que otro problema radica en que Llano adopta demasiados presupuestos de sus oponentes por la elección del vocabulario: santo Tomás no emplea la jerga de la “demostración” a priori o a posteriori y es dudoso que hablara de una “demostración” formal o eficiente. Lo que tiene claro es que la “demostración” quia exhibe el hecho y la “demostración” propter quid exhibe la causa, sin que necesariamente se implique la existencia de hecho. Si, como él mismo sugiere, Llano hubiera tratado de eliminar la jerga a priori-a posteriori hubiera socavado una de las distinciones en que se atrinchera la metafísica racionalista. Demonstratio ciertamente pone las bases para proseguir esta empresa.

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      José Luís Rivera