Los primeros tres libros desentrañan las operaciones clásicas: concepto en Abstractio, juicio en Separatio y raciocinio en Demonstratio.

Centra esta última en la reflexión tratando de mostrar por qué debe considerarse una operación tan relevante como las otras tres y dilucida las causas por las cuales no siempre se ha prestado suficiente atención a esta operación.

Reflexio se sitúa como una respuesta equilibrada ante los extremos desarrollados en diferentes pensamientos gnoseológicos: el realismo exagerado o el inmanentismo. Huye, tanto de sucumbir a un conocimiento que es efecto de la realidad en el hombre, como se suponer el conocimiento como causado por el entendimiento al margen de la realidad. Explica cómo siendo el conocimiento causado por el entendimiento, se le reconoce por su efecto, pues a través de las ideas conocemos las cosas sin detenernos en la idea que nos permite conocerla, pues de ésta nos percatamos en un segundo momento, precisamente por la reflexión.

Muestra de qué manera en nuestro conocimiento sobre la realidad existe equilibrio entre introversión y extroversión, entre inmanencia y trascendencia, que permite esclarecer el papel que desempeñan objeto, sujeto y pensamiento. Explica cómo estos tres elementos son imprescindibles para dar cuenta de la actividad cognoscitiva e ilustra con razones por qué es tan complejo mantenerlos presentes simultáneamente y no decantarse privilegiando uno con perjuicio del otro. Esta perspectiva permite comprender por qué se han elaborado teorías en apariencia tan contrarias, resultado del excesivo centrarse en el sujeto o en el objeto.

Para Llano es importante mantener los principios realistas que sostienen sustantivamente que todo conocimiento es conocimiento verdadero de las cosas. Por ello emplea una particular atención en desentrañar si el primer conocimiento es sobre el sujeto cognoscente o sobre la realidad conocida y, en una labor de filigrana, pues en todo conocimiento se encuentran presentes ambos y, usando uno de sus habituales juegos de palabras, se decanta por la formulación a este objeto que conozco yo para enfatizar la primacía del objeto y la distancia de la expresión yo conozco a este objeto.

La parte crucial del trabajo se centra en el papel que la reflexión juega en el conocimiento que tenemos sobre la verdad de nuestros juicios metafísicos, pues esta ciencia a diferencia de las otras no puede recurrir a otra superior para fundamentar su propio conocimiento sino que ha de ser mostradora de sí misma. En este punto manifiesta de qué manera la reflexión es un acto mediante el cual advertimos que “las proposiciones que se enseñan son verdades antes de que se sepan, porque la verdad no depende de nuestra ciencia, sino de la existencia de las cosas”[1], pues la reflexión estriba más en conocer el conocimiento, que en conocer al sujeto que lo realiza. La reflexión es la operación capaz de pensar nuestros pensamientos y advertir su dependencia tanto de la inteligencia que los piensa como de la realidad pensada.

Con esta obra concluye su tetralogía gnoseológica sobre la metafísica y os lega su obra filosófica más importante, a la que consagró un considerable tiempo para contribuir desde su trinchera a restablecer la metafísica como ciencia tras las críticas enfrentadas. Tienen estos cuatro libros la virtud de presentar un diálogo fecundo entre Aristóteles y Tomás de Aquino con pensadores posteriores y, en el estudioso Llano, un eficaz agente para mostrar la pertinencia de la filosofía aristotélico-tomista en nuestros días.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                              José Manuel Núñez

 

[1] De Veritate q.11, a.3.ad 6um