La psicología industrial sigue una línea demasiado inclinada a unir entre sí a las personas de una organización, polarizando su interés en las relaciones interpersonales de ellas, y olvidando que el verdadero factor de la unión radica en las relaciones que las personas tengan con el objetivo que deben lograr conjuntamente.  Más que perseguir una relación que podría describirse como un querer-a otra persona, debería buscarse aquélla por la que una persona se encuentra en situación de querer-con otra un objetivo común.  El querer-a (buenas relaciones interpersonales) es funcional -generalmente- en la empresa; pero sólo el querer-con (concurrencia en el deseo de un objetivo común) es garantía inicial de eficacia.  


Para Llano, las funciones directivas (diagnóstico, decisión y mando) han de extenderse a todos los niveles de la empresa, de tal modo que se procure ensanchar en ellas el grado de directividad que permite la capacidad personal y la coordinación con el conjunto. Esta extensión de la función directiva, que rompe con los moldes clásicos de la administración, se logra especialmente por la concurrencia o participación de todas las personas que intervienen en la empresa, en la fijación de objetivos de acción, y en la configuración del proceso estratégico para lograrlos.