Familia y Sociedad

El valor humano del dolor

[fa icon="calendar"] 25/09/19 11:03 / por Francisco Ugarte Corcuera

 

Cátedra Carlos Llano UP-IPADE

El dolor posee un valor, tanto humano como espiritual; es decir, nos puede transformar y perfeccionar en el nivel antropológico de nuestras principales facultades humanas -inteligencia, voluntad y afectividad-, haciéndonos mejores personas; o espiritualmente, en cuanto nos acerca a Dios y nos aproxima al fin trascendente de nuestra vida. Comencemos por señalar los beneficios humanos que pueden derivar del sufrimiento, cuando está bien enfocado y es plenamente aceptado, para cada una de las tras facultades mencionadas.

1) El sufrimiento enriquece la inteligencia

La actividad de la inteligencia consiste en conocer. El sufrimiento hace pensar, invita a reflexionar, a plantearse la vida de una manera nueva, a preguntarse por la razón última de nuestras experiencias; “hace más aguda nuestra percepción de las cosas: lo trivial, lo insubstancial cede paso a lo que es importante, a lo substancial. Un refrán dice: <<cuando has llorado, lo ves todo con otros ojos>>[1]. En consecuencia, la persona se hace más profunda, el dolor le demanda definir y clarificar sus propias convicciones, así como la jerarquía de sus valores. G. Thibon decía que “cuando el hombre está enfermo, si no está esencialmente rebelado, se da cuenta de que cuando estaba sano había descuidado muchas cosas esenciales; que había preferido lo accesorio a lo esencial”[2].

Además, el sufrimiento permite conocerse mejor, con mayor realismo y objetividad[3], porque el dolor nos enfrenta con nosotros mismos, sin dejar espacio al fingimiento o a la falsedad. Como consecuencia de este conocimiento propio, la persona se encuentra en condiciones de manifestarse como realmente es, con naturalidad, porque el dolor ayuda a quitarse las máscaras y a eliminar las falsas apariencias. Se vive entonces con más paz interior, porque no hay nada que ocultar y se está en presencia de la verdad sobre uno mismo.

2) El dolor perfecciona la voluntad

En primer lugar, ayuda a aceptar las propias limitaciones y debilidades, que en el dolor se ponen más de manifiesto. Muchas veces ocurre que quien se creía invulnerable, ante una enfermedad u otro suceso doloroso, ha tenido que bajar la cabeza y reconocer que no es autosuficiente, que no se basta a sí mismo sino que necesita de los demás. Esta aceptación de las propias carencias es un acto de la voluntad que conduce a la humildad, fundamental para estar centrado en la vida y alcanzar la paz interior, porque <<la humildad es la verdad>>. De la disposición humilde deriva frecuentemente la solidaridad con los demás, al reconocer que se les necesita y que ellos requieren de nosotros. Esta relación de apoyo recíproco influye directamente en la felicidad, porque el compartir es indispensable para ser feliz.

Por otra parte, cuando alguien es capaz de superar el efecto depresivo del sufrimiento y, en lugar de hundirse, se sobrepone y sale adelante, queda fortalecido. Por eso, el dolor es escuela de fortaleza, pues ofrece la oportunidad de aprender a soportar lo adverso y desarrollar una fuerza de voluntad capaz de enfrentar situaciones duras que puedan venir en el futuro, y que de otra manera producirían temor o de plano se rechazarían. Esta fuerza que se adquiere en el sufrimiento es un factor clave para la felicidad porque hace posible llevar a cabo los objetivos que nos trazamos en la vida, de cuya realización depende, en buena medida, la felicidad. En cambio, quien carece de fuerza de voluntad, suele ir de frustración en frustración, acumulando amarguras, porque no logra llevar a cabo lo que se propone.

3) El sufrimiento transforma el corazón

La primordial importancia del amor con relación a la felicidad es algo en cierta manera evidente, ya que no resulta difícil constatar que “las personas que de verdad se aman son las más felices del mundo”[4]. Es importante tener en cuenta que la capacidad de amar proviene de haber sido amado previamente -por ejemplo, un niño aprende a amar en la medida en que experimenta el amor de sus padres-, y de aquí deriva la felicidad, porque “la apetencia de ser amado es esencial a la felicidad; cuando alguien nos quiere, nuestra vida se dilata, se abre literalmente a la posibilidad de ser feliz”[5]. Sin embargo, para experimentar el amor de los demás no basta con ser amado, sino que es preciso, además, saberse y sentirse amado. Cuando una persona se sabe y se siente confirmada por el amor, nota como un impulso hacia su propia plenitud, pues como señala Pieper, “sólo por la confirmación en el amor que viene de otro consigue el ser humano existir del todo”[6], es decir, “cuando el hombre se siente amado su paisaje existencial se ilumina, y en torno a esta luz empieza a girar su vida”[7]. Con esta experiencia, la capacidad de amar se dilata, porque brota un deseo de corresponder al amor recibido. Y al concretar ese deseo, la felicidad se experimenta con especial intensidad, como consecuencia de sentirse amado y de amar. Por ello se puede concluir algo de importancia capital, y es que “la esencia de la felicidad es simple y eterna: consiste en amar y ser amado”[8].

Ahora bien, el auténtico amor a los demás se potencia con el sufrimiento. El dolor aceptado es antídoto del egoísmo y apertura hacia el otro. En cambio, “quien se niega a sufrir no puede amar de verdad, pues el amor implica siempre alguna forma de morir a sí mismo, de sentirse arrancado y, con ello, liberado de sí mismo”[9]. Este amor que nace del sufrimiento se manifiesta especialmente en la comprensión de los demás: la persona, al tener más clara conciencia de sus limitaciones, se hace más capaz de ponerse de verdad en el lugar de los otros, para entenderlos desde ellos mismos y aceptarlos como son. Además, la experiencia del dolor se hace más sensible frente al sufrimiento ajeno, que se comprende con mayor profundidad. Quien gana en comprensión, suele ser también más cordial, más amable, más acogedor, cualidades todas de gran importancia para la convivencia humana y para el perfeccionamiento personal, y que colaboran de manera determinante a la felicidad. A la luz de estas consecuencias para el amor, derivadas del sufrimiento, se puede decir con el poeta: “No quiero que te vayas, dolor/última forma de amor. /Me estoy sintiendo vivir/ cuando me dueles”[10].

Los beneficios derivados del sufrimiento, en cada una de estas tres facultades que se señalaron, conducen a la verdadera madurez y plenitud de la persona, porque le abren los ojos a la trascendencia de la vida, a la necesidad de hacer un uso correcto de la libertad y a vivir con sentido de responsabilidad. No es raro constatar que quienes llevaban una vida ligera y superficial, marcada por la mediocridad y el conformismo, han quedado transformados a partir de un suceso doloroso. Han comenzado a preguntarse por la razón de ser de su existencia, se han percatado del tiempo que han perdido hasta ese momento, han concluido que no valía la pena vivir así, y han decidido tomarse en serio el futuro. De ahí que un hecho difícil de sobrellevar, como una enfermedad grave, “puede hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es”[11]. Cuando esta transformación se traduce en afán de dar lo mejor de uno mismo, de poner en juego las capacidades y fortalezas para hacerlas rendir lo más posible, orientadas también al servicio de los demás, la persona se encamina hacia su plenitud y la experiencia de felicidad no se hace esperar.

Artículo extraído del libro El camino de la felicidad, escrito por Francisco Ugarte Corcuera. Pags. 81-86.

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[1] Burggraf, Jutta, “La escuela del dolor”, en Arbil, www.arbil.org

[2] Thibon, Gustav, Entrevista en la revista Palabra, Madrid 1970, pp. 99-104.

[3] “La capacidad de sufrimiento casi define la calidad de un ser humano, porque le aporta una conciencia de su propia limitación que es clave para comprenderse a sí mismo”. Llano, Alejandro, La vida lograda, Ariel, Barcelona, 2002, p.80.

[4] Madre Teresa de Calcuta, El amor más grande, Urano, Barcelona 1997, p. 155.

[5] Marías, Julian, La felicidad humana…, p.293

[6] Pieper, Joseph, El amor, Rialp, Madrid 1972, p.58

[7] Martí, Miguel-Ángel:, La ilusión…, pp.37-38

[8] Poupard, Paul, Felicidad y fe cristiana…, p.149. “La esencia de la felicidad consiste en amar y ser amado”. Cabodevilla, J.M. El cielo en palabras terrenas, Paulinas, Madrid, 1990, p. 173.

[9] Ratzinger, Joseph, De la mano de Cristo. Homilías sobre la Virgen y algunos santos, EUNSA, Navarra 1998, p.74

[10] Salinas, Pedro, “La voz a ti debida”, en Clásicos Castalia, Editorial Castalia, Madrid 1988.

[11] Catecismo de la Iglesia Católica…, n. 1501.

Topics: Antropología Filosófica, Sentido, Afectividad, Dolor

Francisco Ugarte Corcuera

Escrito por Francisco Ugarte Corcuera

Nació en la ciudad de Guadalajara (México), obtuvo la Licenciatura y la Maestría en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México, y el Doctorado en Filosofía por la Universidad de Santa Cruz, en Roma. Ha publicado diversos estudios filosóficos, especializados y de divulgación, en el país y en el extranjero. Entre sus publicaciones están; Del resentimiento al perdón: una puerta a la felicidad, Vivir en la realidad para ser feliz, La amistad y Metafísica de la esencia. Ha impartido innumerables clases y conferencias sobre temas antropológicos, apoyado también en su conocimiento de personas de todos los ambientes.

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