Familia y Sociedad

Formación del carácter para una vida lograda; humildad y castidad

[fa icon="calendar"] 11/05/20 11:15 / por Laura Cremades Granja

 

Cátedra Carlos Llano UP-IPADE

Carlos Llano describe que Cervantes decía que “sin la virtud de la humildad, no hay ninguna otra que lo sea”[1]. Algunas de las consecuencias que acarrea la falta de humildad son: presunción… juzgar a los demás como imperfectos al no encontrarse en posesión de las virtudes que nosotros tenemos; la búsqueda de alabanza, más aun que la que suscitan los bienes temporales y los bienes naturales; el pensamiento de que tales virtudes son galardones propios y no recibidos; la falta de discernimiento real entre lo bueno y lo malo ya que considero mejor el modo propio de vivir determinadas virtudes por encima del modo como las viven los demás; el seguimiento especial de las virtudes que más me complacen; la imposibilidad para recibir consejo ya que quien pudiera proporcionármelo carece de las virtudes que yo poseo[2]. Así, la persona se equivoca cada día más en medio de su falta de humildad real (humildad entendida como que se sabe que todo lo que se tiene nos ha sido dado), no la humildad de quien no valora lo que es ni lo que tiene ni lo hace valorar.

El carácter es también la lucha por las virtudes. “Se hace un carácter quien se incorpora a sí mismo un modo de ser y un modo de ser virtuoso”.[3]

Vale la pena comprender a qué se refiere el autor cuando habla de virtud. “Desde antiguo se entiende por virtud humana una actitud firme, disposición estable o perfección habitual que orienta nuestra conducta y regula nuestros sentimientos, mociones, emociones, pasiones y afectos de manera que ayuden al ser humano en la tarea de su perfeccionamiento o plenitud como hombre. La virtud hace más hombre al hombre (más persona al ser humano). […] De modo consecuente, las virtudes producen facilidad, poder y gozo cuando el hombre quiere comportarse de tal modo que cumpla con sus deseos y oficio de hombre. La virtud no consiste propiamente en un acto, ni aun en muchos actos, sino en un estado o condición, un modo de ser del que brota (con naturalidad, facilidad, gozo y prontitud) un modo de hacer o de conducirse. A tal estado de virtud se accede formando costumbres voluntarias, ejecutando repetidamente multitud de actos en el mismo sentido señalado por la virtud. Pero no es la mera repetición o costumbre la que constituye el hábito virtuoso, sino la señal, huella o surco que con tales actos se marca en el alma, de manera que ésta, al actuar, se deja orientar por esa huella. Justamente uno de los sentidos más comunes del carácter es el rastro de algo que deja en el alma. La virtud es más el rastro que lo causa y produce. Este estado o disposición en que consiste la virtud, afecta, prepara o inclina en un determinado sentido –hacia el bien- las elecciones y la conducta del hombre en cuyo estado se halla… modo de vida, no pertenece al ámbito del hacer sino del ser. En cuanto nos impulsa hacia nuestro propio bien de hombres, la virtud es un modo de vida lograda (Spaemann)”[4].

Una clasificación de virtudes es la de las virtudes capitales, que se estudia por sus contrarios (los vicios), que son más conocidos. “La virtud no se estudia para saber qué es sino para vivirla (como dice Aristóteles en la introducción de la Ética Nicomaquea), de igual modo no sabemos lo que es la virtud si no la vivimos. Resulta por esta causa (que no se ha vivido la virtud más que superficialmente pero sí el vicio opuesto) más fácil entender vivencialmente cada virtud capital por la tendencia o hábito opuesto vivido, que por la explicación teórica de una virtud cuya experiencia verdadera se carece (motivo por el cual se conocen los vicios capitales que se les oponen). Las virtudes capitales son estas: la humildad (domina o combate a la soberbia), la magnanimidad (que brota de la justicia y domina o combate la tendencia desordenada a la posesión de riquezas llamada avaricia y que nos capacita a aspirar a metas altas), la castidad que domina o combate la tendencia desordenada a los deleites sexuales, llamada lujuria; el amor al prójimo que domina la tendencia a entristecernos por el bien ajeno y alegrarnos de su mal que se llama envidia; la templanza que domina o combate la tendencia desordenada al deleite sensible del comer y beber, la cual se llama gula; la paciencia o mansedumbre que domina o combate la tendencia desordenada de vengarnos o de agraviar a quien pensamos que nos ha ofendido la cual se llama ira; la diligencia o laboriosidad que domina o combate la flojera o decaimiento para hacer lo que debemos que se llama pereza[5].

En los diferentes sistemas de pensamiento contemporáneo y en las diferentes religiones no hay acuerdo total en castidad ni en humildad, pero sí en todas las demás virtudes, y más aún en todos los siete correspondientes vicios capitales. “Existe una coincidencia unánime en el sentido de que la posesión de tales tendencias, sin el contrabalance, siquiera mínimo, de sus opuestos, arroja un producto humano monstruoso. Se trata, por tanto, de una consideración antropológica no perteneciente a ninguna postura religiosa determinada, aunque haya sido el cristianismo quien precisó las condiciones fundamentales del carácter del hombre en forma tan nítida”[6].

“Es precisamente la condición de virtudes fundamentales que tienen la humildad y la castidad el motivo de que hayan sido marginadas del elenco de cualidades virtuosas que deben cultivarse. A este calificativo de fundamentales se añade también el de particularmente arduas, lo cual no nos resulta en modo alguno extraño, ya que todo lo valioso suele implicar un costo proporcionado. Ocurre que la humildad constituye el abatimiento máximo del espíritu propio y la castidad el abatimiento máximo del propio cuerpo. Cuando el individualismo se exacerba, nuestra existencia adquiere una tonalidad egocéntrica que inactiva toda posibilidad de virtud. Al contrario, cuando nuestra condición individual se supedita a los otros tiene lugar ese ensanchamiento del alma que es el nombre propio de la virtud aristotélica. El soberbio, el incontinente se encuentran centrados en sí mismos; sus vectores centrípetos les imposibilitan transfundirse en los demás, en ese despliegue hacia fuera que coincide con una vida lograda”[7].

Comentando esta falta de consideración de la humildad y de la castidad, su falta de apreciación a lo largo de la historia y en la actualidad, vale la pena incluir la siguiente explicación del Dr. Llano: que “la humildad como virtud central o capital fue ignorada por la filosofía griega y latina, es objeto de diatribas en la cultura contemporánea y Nietzsche la calificó de virtud propia de esclavos y la opuso a la voluntad de dominio del superhombre, que es de alguna manera el reverso del dominio de la voluntad del hombre superior grecocristiano. El dominio de la voluntad se refiere al dominio del centro de sí mismo. La pérdida de la castidad (esto es, la conversión de los cuerpos –el propio y el ajeno- en cosa, en objeto de deleite) es a su vez la pérdida de la integridad familiar, forjadora del carácter”[8]. La castidad es muy difícil de percibir en la actualidad por las eficaces campañas planeadas tanto en el contexto social y económico generalizado, como en políticas de educación y de salud, por sexualizar a las personas y por fomentar el vicio contrario (lujuria, incontinencia, cosificar a las personas, desligando la sexualidad del don y del amor en el matrimonio abierto a su fecundidad).

Artículo escrito para la dirección del Dr. Arturo Picos, director de la Cátedra UP-IPADE Carlos Llano.

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[1] Llano Cifuentes, Carlos. Formación de la Inteligencia, la Voluntad y el Carácter. Editorial Trillas. 1999. p. 149

[2] Ídem, p. 149

[3] Ídem, p. 149

[4] Ídem, p. 150

[5] Ídem, p. 152

[6] Ídem, p. 152

[7] Ídem, p. 153

[8] Ídem, p. 154

Topics: Carlos Llano, Valores familiares, Vitudes

Laura Cremades Granja

Escrito por Laura Cremades Granja

Colabora con diferentes universidades y programas educativos tanto de manera presencial como en línea. Egresada del MEDE del IPADE, Maestría en Educación Familiar por la Universidad Panamericana, Diplomado en Finanzas por el Instituto Tecnológico Autónomo de México, Ingeniera Biomédica por la Universidad Iberoamericana. Tiene experiencia trabajando en finanzas, planeación y capacitación en diferentes empresas del sector privado, social y gubernamental.

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