Está más cerca de Dios quien necesita menos
Sócrates
Después de muchas lecturas que me han acompañado a lo largo de la vida, me he percatado de que en la actualidad no estamos acostumbrados a pensar sobre ciertos temas que, en otras épocas, eran fundamentales, por ejemplo, cuál es el sentido de nuestra vida.
Sin embargo, en momentos de crisis interior o exterior, tendemos, como una necesidad natural, a preguntarnos sobre temas que antes pasábamos por alto.
He descubierto que en tiempos inciertos, las preguntas fundamentales sobre el hombre renacen para cada uno de nosotros, y esto nos lleva a buscar respuestas en distintos ámbitos, teorías, disciplinas, etcétera.
En este sentido, he interrogado a muchos conocidos sobre qué entienden por superfluo. Algunas respuestas han sido sorprendentes, aunque la constante ha sido responder “aquello que no es necesario”, aquellos bienes o servicios que exceden lo que razonablemente requerimos para vivir, es decir, lo que necesitamos para nuestro correcto desempeño en las diversas actividades y circunstancias de nuestra vida. Un ejemplo muy sencillo sería un bien como un auto. Si viviéramos junto al mar, un coche no sería necesario para llevar a cabo nuestras actividades cotidianas, como podría serlo una bicicleta o incluso una embarcación, pero si vivimos en la ciudad, un auto sería necesario para desplazarnos a nuestro trabajo.
Siempre es bueno remontarnos al origen de las palabras para encontrar luces sobre algo. La palabra “superfluo” procede del verbo latino “fluo, fluis, fluere, fluxi, fluctum”, que significa “sobre”, “encima”, es decir, lo que está por encima de lo que es, de lo que existe. Entonces, si es lo que está por encima de lo que es, de lo que existe, será siempre algo de lo que se puede prescindir sin que se altere lo esencial o la naturaleza más profunda de las cosas.
Así, preguntar sobre lo superfluo en nuestras vidas conlleva implicaciones difíciles de resolver, pues entran en juego la subjetividad, las percepciones y valoraciones parciales, es decir, lo que yo considero superfluo a otra persona podría parecerle necesario.
El concepto mismo pone al descubierto otro hecho importante: pareciera que de acuerdo a los valores actuales nuestra aspiración es alcanzar ese estado de abundancia en el que nos sobra todo. Visto de este modo, lo superfluo representaría bienestar, desarrollo personal o familiar; en pocas palabras, consolidación del patrimonio.
Las implicaciones de lo superfluo no son un tema sobre el que la mayoría de las personas se detenga a pensar y, menos aún, le llegue a preocupar. Por ello, no podemos ignorar o menospreciar las consecuencias de lo superfluo en el mundo y en nuestras vidas, sus aspectos positivos y negativos de la humanidad.
Éste es el sentido primordial y final de este libro: reflexionar sobre el término, para hacernos conscientes de sus implicaciones y rescatar el lado positivo de la existencia de lo superfluo, así como la forma en que se relaciona con nuestra vida, para posteriormente abordar las consecuencias en los ámbitos personal, familiar, empresarial y social, además de su aplicación en ellos de una forma positiva.
Santo Tomás de Aquino reflexionó de forma profunda sobre las distintas dimensiones, posibilidades y matices de lo superfluo. Para él se podía dividir los bienes en: espirituales, del cuerpo y exteriores. Los tres tendrían que servir para hacer el bien a los demás, no sólo para el disfrute individual. Santo Tomás propuso que todo aquello que pase de los bienes necesarios debe ser utilizado pensando en la comunidad, no sólo en las necesidades del hombre que posee bienes superfluos. Lo más importante de su planteamiento, y que apoya la tesis de este trabajo, es que consideró una diversidad de tipos de sociedades en las que la forma de distribución sería distinta. La idea que emerge de su propuesta y que atraviesa los tiempos es que, si bien los bienes exteriores –superfluos– pueden ser tenidos como privados, en cuanto a su uso, deben ser tenidos como comunes.[1]
Reconocemos que lo superfluo tiene diferentes dimensiones, como la espiritual, la ética, los bienes corporales, entre otros. Pero en esta reflexión nos enfocamos en una de sus dimensiones más prácticas, que son los bienes externos, aquellos que se relacionan intrínsecamente con lo que somos –como individuos– frente a los otros, la comunidad a la que pertenecemos, aunque no dejaremos de atraer sus otras dimensiones a lo largo de esta argumentación. En este sentido, consideramos que lo superfluo –en su dimensión material– es positivo.
Este artículo es un extracto del libro Tanto tienes ¿tanto vales? escrito por Bernardo Luís Fernández y Ardavín, Ipade Publishing, México 2017, pp. 25-29.
El libro lo podrá conseguir en la librería del IPADE “La Posta”.
[1] Geltam, Pedro “Doctrina de Santo Tomás sobre los bienes superfluos y problemas del mundo actual”, Revista de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Argentina, n.2, 1963. pp. 105-109.
