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Carlos Llano: un profeta de nuestro tiempo. Los Nudos del humanismo en los albores del siglo XXI.

[fa icon="calendar"] 17-dic-2019 10:18:24 / por Luz María Álvarez Villalobos

 

Cátedra Carlos Llano UP-IPADE

Cuando me hicieron el favor de invitarme a presentar un libro de Carlos Llano, después de un momento de indecisión, acepté encantada por mi admiración al fundador de esta, nuestra querida Universidad y del IPADE. Dudé porque siempre ha sido un gran enigma para mí la figura de nuestro autor: un gran filósofo y al mismo tiempo un indiscutible líder de las escuelas de negocios y de los empresarios.

Estoy segura de no ser la persona idónea para hablar de semejante líder porque me encuentro en el otro extremo de la empresa y los negocios: el ocio filosófico y la docencia. Además, mi carácter de neófita sobre la obra de Llano no me da autoridad, al contrario, es una osadía haber aceptado. Así que: primero gracias por el honor de haberme dado esta oportunidad. Y segundo: No van a escuchar a una experta en el pensamiento Llaniano, sino a una filósofa apasionada por la docencia, pero lejana al mundo empresarial: mi mayor cercanía es ser esposa de un empresario y alumni MEDEX, suegra de otro alumni y ahora mamá de una alumna del mismo.

Releyendo los Nudos del humanismo en los albores del siglo XXI recordé al profesor de la Facultad de Filosofía que gozaba provocando y desafiando la inteligencia de sus alumnos. Redescubrí que la cercanía de nuestro autor a la empresa y a los empresarios, lo llevaba a aterrizar la filosofía a la acción empresarial, directiva.

El mundo empresarial me ha parecido misterioso siempre: nunca he escrito ni he dado una conferencia sobre liderazgo o habilidades directivas, prefiero hablar de logos y ethos, sin embargo, ser esposa de un ingeniero, madre de cinco hijas y profesora universitaria, me orilló a aterrizar el logos, el ethos y el pathos griegos, a la acción directiva… aunque no precisamente empresarial. Entonces comprendí que la pasión de Carlos Llano era llevar la filosofía a la acción, a la vida diaria de los empresarios, los universitarios y la gente de a pie.

Los Nudos del humanismo es un libro tremendamente aristotélico y tomista, pero es también una muestra de la cercanía de Llano a la fenomenología y al personalismo, en su sentido más puro y honorable. Su preocupación por la persona y la necesidad de confrontar la teoría con la realidad, hacen de él un gran fenomenólogo. Llano observa el fenómeno: lo que sucede realmente, los problemas reales, no las teorías. Luego, reflexiona sobre ellos y las posibles soluciones, no se contenta con “creer” simplemente ciertas teorías filosóficas, sino que las coteja con la realidad, buscando respuestas prácticas a problemas reales. Después propone aplicar las soluciones a la realidad: la empresa.

Y como buen tomista, tomó la verdad, viniera de donde viniera. Abierto siempre a la verdad y al conocimiento, intuye con valentía que hay que enfrentar los grandes desafíos de este nuevo milenio, invitando a la reflexión y a comprometerse con una solución a base de argumentos que resisten todo análisis.

Nudos del humanismo es una recopilación de pequeños pero incisivos ensayos, lo que hace más complejo y al mismo tiempo fascinante, mi propósito de hablar de esta obra. Podría dedicar todo el tiempo de mi presentación a un solo ensayo, pero intentaré dar una idea general acerca del libro, sacrificando un poco la profundidad de cada uno de ellos. Esta obra fue publicada por primera vez en agosto de 2001. La estructura de la obra, compuesta por ensayos cortos, nos hace deducir que éstos fueron escritos en años anteriores y ordenados para su publicación.

I. El índice de Nudos del humanismo… es solo el aperitivo: lo componen 9 partes. Dedica la primera, breve pero decisiva, a la familia. Cito al autor: “Es en casa, donde adquirimos o recuperamos nuestra condición de personas… sólo la familia será capaz de comenzar –con un comienzo definitivo, valga la paradoja– la formación del oficio de hombre” (p. 5).

En la segunda parte reflexiona sobre los Derechos humanos y las virtudes. Fundamenta el origen de los derechos humanos citando a Legaz Lacambra que dice: “Los derechos humanos, son los que tiene el hombre por su condición humana y no por concesión estatal”. Dice Llano que en el hombre existe esa condición natural a la que el Estado debe someterse. Nos recuerda que la Constitución alemana fue la primera en la historia del derecho, que emplea el concepto de dignidad humana incluyendo el derecho a la vida de cualquier hombre, incluso del no nacido… a diferencia de la Constitución Estadounidense. Se pregunta –y nos pregunta– si no nos encontraremos ante los no nacidos, en un caso idéntico al de la [...] sentencia que negaba a los esclavos el estatus de ciudadanos. (p. 29).

En la tercera parte aborda el relativismo que marca el inicio del siglo. Hace un análisis pormenorizado de los tipos de relativismo: el individualista, el antropológico y el sociológico y de cada uno de los sectores afectados por el relativismo. Llano inicia esta tercera parte con una reflexión de la mano de Allan Bloom, profesor de la Universidad de Chicago, sobre el panorama cultural de nuestros vecinos del norte: dice que la decadencia romana palidece frente a la estadounidense debido al relativismo de los valores, porque la mentalidad estadounidense ha hecho suya la aseveración de Nietzsche: el “Dios ha muerto” quien desembarcó en Norteamérica de la mano de Weber y de Freud (pp. 47-49). Seguramente, si Llano viviera hoy, buscaría –y encontraría– la relación entre el relativismo de los valores y las fake news.

Continúa sus reflexiones sobre el relativismo, recordando una idea de Fides et ratio (14 sept 1998) que habla de la urgencia de hacer descubrir al hombre de hoy que es capaz: de conocer la verdad y de reconocer el anhelo del sentido último y definitivo de su existencia. Culmina esta parte arriesgándose a proponer valores absolutos en un mundo relativista, recurriendo a MacIntyre y citando finalmente a Vaclav Havel en un memorable discurso frente al Parlamento canadiense: “mientras el Estado es una creación humana, los seres humanos son la creación de Dios” (p. 93).

En la cuarta parte Llano hace una feroz crítica a la tolerancia, lo que hoy sería políticamente incorrecto. La tolerancia tomista es: soportar algunos males para evitar males peores, sin embargo, dice Llano, muy lejana a la definición tomista, el concepto moderno de tolerancia, surge de numerosos equívocos cuando el racionalismo ilustrado exalta de tal manera la libertad y la tolerancia que las convierte en fines últimos. Argumentando que la tolerancia volteriana es intolerable con el intolerante. Concluyendo ese tema con una propuesta sumamente positiva, inspirada en San Josemaría y en San Agustín: intransigencia en la verdad y caridad con el prójimo, intransigencia con el error y transigencia con el que yerra.

La quinta parte del libro, la dedica a las paradojas de la exaltación vital abordando los grandes riesgos de nuestro tiempo: la droga, el desprecio de la moral, el peligro del fundamentalismo y el terrorismo (y, subrayo, éste libro se terminó de imprimir en agosto de 2001: unos días antes del ataque a las Torres Gemelas). La mirada de un visionario.

En la sexta parte aborda el problema de la muerte y el inicio del siglo XXI. La unidad de esta parte nos sugiere que es un ensayo producto de la introspección de nuestro autor: sus reflexiones sobre un tema que nos incomoda, porque nos enfrenta a lo inevitable: la soledad y la muerte. Este es quizás el ensayo más filosófico del libro que contiene reflexiones íntimas de Llano sobre la muerte: la trascendencia, el absurdo y la náusea, pero también la esperanza y la seguridad.

En la séptima parte profundiza en la acción subsidiaria macrosocial: señala las deficiencias de los sistemas políticos antinómicos: el liberalismo y el socialismo. Apunta acertadamente que ambos fallan en concebir al hombre como un ser dotado de dignidad por su dimensión espiritual no duplicable. El hombre no vive en tensión entre su ser personal y la sociedad en la que habita : “lo que hace al hombre un ser instintiva, natural e irrefrenablemente social es también –y tal es la cuestión– el mismo espíritu humano que lo individualiza” . Pero este análisis, en el más puro estilo Llaniano, no se queda en el ámbito abstracto de la teoría, sino que se convierte en una razón por la que el quehacer político no puede estrecharse al materialismo de la economía: una federación tiene mucho más que ofrecer que presupuesto a un municipio. De manera magistral, encuentro en mis palabras como filósofa que el ethos y el pathos de una federación son “los aspectos espirituales del federalismo; esto es, lo factores culturales, axiológicos, éticos” que permiten descubrir la verdadera subsidiariedad que no homogeiniza, sino que surge desde lo más pequeño –en círculos concéntricos– hacia lo más complejo. La familia primero, y luego el gremio, la empresa, la diputación, el estado y la Federación “se verían beneficiados a partir del impulso, esponjamiento, vitalidad y fuerza del individuo” con una perspectiva de la persona como ser espiritual y no sólo material.

En el capítulo VIII –virtudes y reglas–, habla sobre la ética. Aquí tengo que confesar que en la breve introducción (y más adelante) utiliza un ejemplo que he me ha sido fundamental en mi experiencia –breve– como profesora de ética: en esta época en la que tenemos instructivos y manuales para desarrollar hasta la tarea más sencilla, confiamos para decidir y definir nuestra propia vida en “nuestro irreflexivo impulso de intuición espontánea, no pocas veces equivocado”. Con este preámbulo, Llano subraya la importancia de la ética en una sociedad regida por el “imperialismo de la técnica”. Acertadamente advierte que el punto de quiebre está en la definición de la persona, por un lado, está un Yo con mayúscula, en el que los otros “cuentan sólo como telón de fondo para la afirmación de mí mismo”, según la cual –continúa el argumento– el infierno de Sartre son efectivamente los otros. Por otro lado, “el yo de la ética cristiana es un yo que se abre en forma activa a los demás, es un yo dinámico, pendiente de los otros, un yo relacional” y más adelante, el “catecismo de la Iglesia Católica definía ya al infierno como la ‘soledad extrema’” .

El autor expone que la ética que busca la felicidad del hombre es una ética del amor, en la que el deber es insuficiente, como los mandamientos lo son, frente a las bienaventuranzas, que guían la mirada para ver más allá, sin detenerse a conocer hasta dónde se puede ver o que no se puede ver. El camino de las bienaventuranzas dice Llano son “mucho más exigentes que los mandamientos” , pero es la exigencia con la que una madre ama a su hijo, no una que procede del deber, sino del amor.

En el capítulo 9 y último confiesa su temor sobre la tecnología, pero advierte claramente que sus consideraciones no pretenden poner en sospecha los avances tecnológicos y de comunicación porque, entre otras cosas, es inevitable. Ve en internet un cambio de paradigma, un reto y una enorme oportunidad. Insiste en que no podemos desechar, sin más, lo anterior, lo valioso del pasado, sino construir, como una pirámide con cimientos viejos pero valiosos y fuertes, resistentes ante los embates de la novedad.

II. Los Nudos del humanismo muestran a un Llano tal cual era:

Uno: un espíritu crítico. Dos: un autor con una vastísima cultura. Tres: un visionario.

II.1 En primer lugar quiero resaltar el espíritu crítico de Llano ante el pasado y frente al porvenir, que no se contenta con citar a decenas de autores, los confronta y los hace dialogar. Cito al autor que dice: “El paso de Bobbio no es completo. Es aún relativista, porque piensa –sin razón, como veremos– que la verdad es intolerante. Nosotros debemos retener que el hombre es una verdad absoluta, sí, y también que hay una verdad absoluta sobre el hombre. Si la verdad acerca del hombre tuviera que ser relativa a cada hombre, éste dejaría de ser absoluto y quedaría envuelto en la red social de los demás seres humanos” (p. 72). Un poco antes, Llano dice: “No podemos dejar de encontrar aquí una feliz coincidencia con Fides et Ratio, donde Juan Pablo II trasluce su magnanimidad humanista diciendo: “Pido a todos que fijen su atención en el hombre… Solamente en este horizonte de la verdad comprenderá la realización plena de su libertad” (p. 72). Para Llano, el “nudo gordiano” del relativismo, es el resultado de la idea de la supremacía de la tolerancia sobre la verdad, para quienes niegan las verdades absolutas.

Carlos Llano hace una aguda crítica a los riesgos de la democracia que “quiere la libertad, suprimiendo la verdad” (p. 69).

II.2 En segundo lugar, quiero destacar la vastísima cultura de nuestro autor. En Nudos del humanismo, expone su descomunal conocimiento de diversos autores de todas las épocas y latitudes, citando a decenas, quizás centenas de intelectuales, filósofos, politólogos, historiadores, médicos, poetas, con una enorme familiaridad.

Aristóteles y Platón, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Kant, Hobbes, Voltaire, Locke, Heidegger, Nietzsche, Husserl, Weber, Sartre, Gaos, Gilson, Arendt, Rohnheimer, Spaemann, MacIntyre, Bobbio y un largo, larguísimo etcétera.

Pero también acude a Chesterton y a Lewis, a Paul Johnson, Freud, Octavio Paz, Vaclav Havel, Fukuyama y Huntington. A San Ireneo de León, San Juan de la Cruz, Josemaría Escrivá, Ratzinger y Juan Pablo II, sin ningún empacho. Los pone a dialogar y a discutir hilando magistralmente las ideas de cada uno y confrontando aquellas en las que claramente distingue fallas, errores o imprecisiones.

Salta de un espacio a otro y de un tiempo a otro: Roma y los Estados Unidos, Platón y Goleman.

II.3 Terminaré explicando por qué digo que era un visionario: un profeta de nuestro tiempo. La actualidad de esta obra es innegable. Subrayo que fue publicada por primera vez en el 2001 y que muy probablemente los ensayos fueron escritos años antes y poco a poco.

Carlos Llano pone frente a nuestros ojos algunas paradojas del siglo XXI que, como profeta, apunta y da en el blanco.

Releyendo el capítulo del relativismo, encontré un enorme y grato paralelismo entre el análisis de Llano con nuestro Nobel mexicano; formados en tradiciones diversas, por no decir opuestas, de alguna manera llegan a conclusiones similares. En las conferencias sobre la democracia, en 1991 en Sevilla, con motivo de la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, Paz hace una crítica agudísima sobre la democracia moderna, señalando como su mayor error el hecho de que ésta ha trastocado los valores: ha relativizado lo absoluto y absolutizado lo relativo.

En su crítica a la democracia cuando Llano aborda el relativismo, se adelanta a Laudato si, incluyendo algunas reflexiones sobre los problemas ecológicos, señalando que, mientras el hombre no reconozca su propia naturaleza, menos podrá advertir el daño que está causando y que causará a la naturaleza (p. 69).

En el último capítulo del libro, donde aborda “el claroscuro de internet”, nuestro autor se adelanta también a Caritas in veritate (del 2009) de Benedicto XVI, reflexionando sobre la inmoralidad “legal” del out sourcing.

Por cierto, me parece importante recalcar un pequeño detalle: cita una y otra vez, especialmente en el capítulo del relativismo a un pequeño y discreto profesor, pero un indiscutible intelectual y teólogo: Joseph Ratzinger. Que si bien ya era el Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, era conocido todavía por muy pocos: los teólogos y los vaticanistas, pero en ese momento era absolutamente impensable que ese pequeño gran hombre, sería el sucesor de Juan Pablo II, por su edad, pero especialmente por su carácter discreto: la antípoda de Wojtyla. Y Llano lo cita y lo cita ¿no es esto entrever el porvenir de este profesor convertido en Papa?

Jiménez Cataño dice que Llano no quería hacer predicciones porque era filósofo, no profeta. Y, en parte tiene razón: no quería… pero lo hizo. El alcance de la mirada de un gran filósofo es inconmensurable: se adelanta al futuro y es capaz de ver lo que otros no podemos ver.

Carlos Llano fue, sin querer quizás, un visionario de nuestro tiempo.

 

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Luz María Álvarez Villalobos

Escrito por Luz María Álvarez Villalobos

Es Profesora del Departamento de Humanidades e investigadora de tiempo completo en la Universidad Panamericana Campus Guadalajara. Licenciada en Filosofía y Maestra en Historia del Pensamiento. Fue conductora titular del programa de televisión “Hablando claro” sobre temas de familia por seis años y Consejera Editorial de Cultura del periódico Mural (Reforma) por dos años. Sus intereses van desde la influencia de Aristóteles en el periodo novohispano, hasta el personalismo wojtyliano.

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