Blog de Carlos Llano

El misterio de las empresas inteligentes

[fa icon="calendar"] 17-ago-2017 5:27:00 / por Carlos Llano Cifuentes

El-misterio-de-las-empresas-inteligentes.jpgAunque la inteligencia es un atributo que se dice sólo de los individuos, la expresión empresas inteligentes posee cierto sentido, porque no basta que una organización se encuentre constituida por hombres inteligentes para merecer ese epíteto. 

Un conjunto de individuos inteligentes puede ir a la bancarrota si no están organizados inteligentemente, lo cual no depende de la inteligencia de cada uno, sino de la relación que guardan entre sí: esta relación misma habría de ser inteligente.


La definición de empresa inteligente fue dada hace años por David Garvin: es una organización que posee las habilidades para crear, adquirir y transferir conocimientos, así como la capacidad de modificar su conducta como efecto de esos nuevos conocimientos.

Por su parte, Alejandro Llano, del Instituto de Empresa y Humanismo, de España, y Carlos Ruiz, del IPADE, en México, han profundizado en las características de estas empresas, considerándolas como las únicas con posibilidad de sobrevivir en el futuro.

La primera clave de la inteligencia en las empresas es ésta: trabajar es aprender; dirigir es enseñar. La tarea de capacitación y desarrollo ha dejado de ser propia de un departamento marginal y aun optativo, y se ha erigido en su núcleo principal. Esto constituye una revolución del conocimiento. La complejidad de los conocimientos necesarios para el manejo actual de las organizaciones ha llegado a tal magnitud, que los conocimientos acumulados en una sola cabeza se convierten en literalmente inútiles. La dirección de propagación, extensión, difusión de conocimientos, de manera que se diseminen y fecunden a todos los miembros de la empresa.

Así, la empresa se parecerá menos a un taller de producción que compra materiales y vende productos y más a una comunidad de investigación y de aprendizaje: las materias que se reciben, los productos que se crean y el contenido de las ventas son conocimientos. Es verdad que éstos se dan materializados en algo concreto y palpable (desde una tuerca de plástico hasta el cable óptico); pero lo que en ese producto se introduce de materia es un excipiente, una irrelevancia: lo que se encuentra estampado allí es el conocimiento original e inventivo; el conocimiento del proceso para introducirlo en la materia; y el necesario para seleccionar esa materia y ponerla en condiciones de que asimile esos conocimientos que son inmateriales e impalpables y que, sin embargo, tienen mucho mayor peso.

Otra clave configuradora de la empresa inteligente es su ineludible dimensión ética. Los productos y servicios materiales pueden tener muchas características para ser lo que son. Los conocimientos requieren, para serlo, sólo una: ser verdaderos. La empresa inteligente se ve precisada, a contrapelo de la cultura usual de nuestras empresas, a erigir la verdad como su constitutivo más profundo, en el sentido de que el conocimiento refleje fielmente las realidades a las que se concierne. En la empresa inteligente se procura que no tenga lugar el error, y la enseñanza que en ella se imparte persigue eliminar en lo posible el peligro de equivocarse, pues un conocimiento erróneo no es un conocimiento.

Pero también el conocimiento requiere ser verdadero en el sentido de que refleje lo que se piensa. La regla ética más característica de la empresa inteligente es la que prohíbe mentir. Ya se ve que el calificativo de inteligente no se refiere sólo a la ciencia que puede adquirirse en Internet, sino a una condición moral de primera clase: para mantener la veracidad en mis hechos y en mis palabras, debo incorporar a la ética clásica entera dentro de mi comportamiento. La verdad es incompatible, diciéndolo coloquialmente, con lo chueco, esto es, con lo inmoral.

La empresa inteligente, empero, no es sólo aquella en la que unos enseñan y otros aprenden. Los mismos que enseñan son quienes más deben aprender y, en primera, instancia, de aquellos mismos a quienes enseñan, porque el aprendizaje en ellas es sistemático, circular, cibernético.

Han de aprender, además, de otras empresas. Esto es lo que constituye el llamado benchmarking, entendiéndolo como la investigación de las mejores prácticas qué está a la cabeza de la eficacia (Robert Camp). Esta ininterrumpida búsqueda para saber quién lo hace mejor no es tampoco un mero asunto de investigación informativa. Requiere de otra actitud ética más difícil aun de encontrar en nuestras empresas y empresarios: la modestia; es decir, saberse mantener en los límites de su posición. En una investigación de campo que mi colega Ernesto Bolio está realizando con casi 1000 directores de empresa, encontramos que la modestia es la cualidad menos valorada. Para buscar las mejores prácticas en los negocios se precisa aceptar que los mejores no somos nosotros, que aún tenemos que superarnos aprendiendo de quienes son superiores.

Quizá hemos desentrañado el misterio de las empresas inteligentes: aquéllas que cuentan con empresarios veraces y modestos.

*Publicado originalmente en la revista Expansión el 29 de enero de 1997.

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Carlos Llano Cifuentes

Escrito por Carlos Llano Cifuentes

Carlos Llano Cifuentes, fue un filósofo, profesor y empresario mexicano. Miembro del grupo fundador del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE) y de la Universidad Panamericana, nació en 1932 en la Ciudad de México. Doctor en Filosofía en la Universidad de Santo Tomás, en Roma, estudió Economía en la Universidad Complutense de Madrid y realizó estudios doctorales de Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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