Blog de Carlos Llano

Empresas educativas: servir para servir

[fa icon="calendar"] 14-sep-2018 10:19:11 / por Carlos Llano Cifuentes

 

Cátedra Carlos Llano UP-IPADE

Estamos ante la tesitura de cambiar nuestros modos usuales de dirigir las empresas. Se trata de que la dirección lleve a cabo una difícil síntesis entre el sistema y la persona. El sistema nos lleva hacia la tecnología del producto y del servicio. La persona, en cambio, nos dirige hacia las relaciones propiamente humanas.

Esto es más válido aún para el caso específico de las escuelas. Se necesitan directores que, en cierto modo, podamos calificar como bicéfalos. Deben ser hombres hábiles para las relaciones con las personas, sin caer en los extremos de los políticos usuales (simpáticos pero imprecisos), y al mismo tiempo ser hombres hábiles para los números, sin caer en los extremos de los ingenieros químicamente puros (precisos pero insoportables).

¿Genéricos personalizados o servicios estandarizados?

Desde hace unas décadas se han distinguido dos tipos de empresas: las que elaboran productos y las que prestan servicios.

Las que elaboran productos se han caracterizado por la búsqueda de la producción masiva, para abaratar sus precios. El cliente debe acoplarse a esos productos masificados. Sin embargo, recientemente esa tendencia ha empezado a revertirse en lo que podríamos llamar personalización de los productos. Esto ha influido de manera notable en la manera de elaborarlos. El problema fundamental de la elaboración de los productos no es ahora tanto el precio, cuanto la accesibilidad, que podría resumirse en los siguientes puntos: más cerca, más pequeño y más accesible.

Un ejemplo de esto lo ofrece la empresa automotriz Ferrari. Se trata de un automóvil que puede ofrecerse a los clientes en trescientas mil versiones diferentes, aunque sean mínimas. Se cuenta el caso de la venta de un coche pintado con un color del esmalte de las uñas acostumbrado por una mujer de un prominente texano. Incluso en Ferrari se precian de que la persona que culmina la pintura del automóvil puede firmar en un lugar preciso, para que se sepa que no sólo está destinado a una persona, sino también producido, no por una marca genérica, sino por una persona concreta, como si se tratase de una auténtica obra de arte. Por su lado, las empresas calificadas como prestadoras de servicios se han caracterizado siempre por la personalización de los mismos. El servicio los presta una persona individualmente a otra. No obstante, con el paso del tiempo y la mercantilización de los servicios, las empresas se servicios han empezado también a invertir su dirección natural y originaria. En la actualidad muchas veces lo importante no es tanto el carácter personal del servicio que se presta, cuanto su eficiencia, si logra <<estandarizarse>> de acuerdo con manuales, instructivos y reglamentos. En síntesis, las empresas que otorgan servicios paradójicamente están adoptando procedimientos que ya quieren abandonar las empresas elaboradoras de productos.

Apertura y no enconchamiento

Debe advertirse una diferencia clara entre personalización e individualismo. La persona se define por su relación de apertura a los demás. El individualismo o subjetivismo, por el contrario, reside en el <<enconchamiento>> respecto de los otros, destacarse encima de ellos o lograr una supuesta personalidad por oposición dialéctica al modo de Friederich Hegel.

El servicio debe estar centrado, pues, en las personas. Arranca del fondo de la persona servidora y finaliza en el fondo también de la persona servida. Por ello, san Josémaría manifestó sus deseos de que las escuelas promovidas con el espíritu del OPUS DEI tuvieran en cuenta sobre todo a las personas con las que la escuela se relaciona.

Expresó lo que podríamos llamar <<el orden de importancia (orden ontológico) con que las escuelas deberían relacionarse con los seres humanos que reciben sus servicios>> primero los padres, después los profesores y luego los alumnos.

En efecto, los directores deben formar a los profesores para que puedan atender la formación de padres y alumnos; en ocasiones tendrán que aplicar el principio de acción subsidiaria, cuando los profesores no se encuentren aún bastante capacitados para brindar esa formación individual.

La acción subsidiaria debe entenderse así: ayudar a los profesores en la atención de padres y alumnos, por falta de capacidad o tiempo, pero de tal manera que se habiliten para esa tarea cuanto antes. De ninguna manera consiste en delegar a los demás lo desagradable o retener para sí lo agradable.

Además de los dos tipos de empresa mencionados, debemos referirnos a dos modos de dirección: la dirección centrada en la persona y la centrada en el hombre.

Las instituciones que se centran en la tarea dividen en partes el trabajo por hacer (asignación de materias, grados, grupos, etcétera), se enseña después a llevar cabo el trabajo que a cada uno le corresponde y, por último, se controla para comprobar que la tarea se realiza de acuerdo al modo indicado. Este estilo de dirección puede ser válido quizá para los casos en los que la escuela persigue sobre todo una finalidad de enseñanza de conocimientos o acumulación de datos.

En cambio, cuando la institución se centra en el hombre, el proceso, en apariencia igual, sigue una línea completamente distinta, se definen las finalidades y objetivos que han de lograrse, referidos no a los conocimientos sino al modo de ser de los destinatarios de la institución (en nuestro caso, profesores, padres y alumnos). Después, se motiva, alienta, incentiva, a quienes intervienen en el trabajo escolar para que deseen alcanzar esas metas y, por último, se estimula a tales personas para que en verdad quieran de modo propio e individual el objetivo, y controlen ellos mismos su acercamiento a él.

En cambio, las escuelas centradas en el hombre, más que la búsqueda de soluciones técnicamente acertadas, procuran la involucración de las personas que deben aplicarlas.

Tanto directores como profesores, padres y alumnos, deben ser conscientes de que la escuela no se encuentra centrada en la tarea sino centrada en el hombre.

¿Cuándo peligra el servicio?

Para lograrla, deben llevar a cabo un trabajo conjunto, esto es, trabajo en equipo, pero que más propiamente podría denominarse trabajo colegial: nadie debe mandar solo ni trabajar de manera aislada, sino en grupo con lo demás. Este trabajo en equipo favorece la apertura en la cual dijimos que consistía la verdadera penalización. Fritz Schumacher dejó dicho con acierto en su “Good Work” que el trabajo en equipo es la mejor terapia para el egoísmo.

Para dar un verdadero servicio debemos preguntarnos si el que proporcionamos busca la reciprocidad, es decir, una respuesta favorable por parte del destinatario al que se sirve, sea padre, profesor o alumno. El servicio de suyo no busca la reciprocidad (esto es, una respuesta favorable al servicio), consiste exclusivamente en una entrega que no siempre goza de una reciprocidad inmediata por parte de la persona que se ve beneficiada. Sólo al cabo del tiempo, si ello ocurre, reconoce la ayuda que aquel servicio generoso le proporcionó. Relacionado con lo anterior, debemos tener en cuenta lo que podríamos llamar momentos críticos que ponen en peligro el servicio. El primero de ellos es la urgencia: las tareas deben hacerse tan perentoriamente que sin darnos cuenta atropellamos a las personas. Ponen también en crisis al verdadero servicio las contrariedades u obstáculos inesperados, los cuales irritan nuestro carácter y vuelven ríspida nuestra relación con aquellos a quienes debemos servir. Olvidamos, como lo dijo Goleman, que la sonrisa es la línea más corta entre dos personas (y olvidamos también uno de los doce consejos que recibió Standford University de un grupo de consultores que debía hacerle doce recomendaciones para mejorar la enseñanza: la primera de ellas se reducía a enfatizar la importancia de que el profesor empezase sus clases sonriendo).

Otra crisis para el verdadero servicio es, paradójicamente, la simpatía que sentimos respecto de aquel a quien hemos de servir. La simpatía con el destinatario de nuestro servicio no es en modo alguno mala, pero lo es -y muy grave- si establece preferencias entre las distintas personas (volvemos a reiterar: padres, profesores y alumnos).

Por ello, el último momento de crisis es la antipatía. Deberíamos tener en cuenta lo que dice Jack Welch en el sentido de que el buen director es aquella persona capaz de trabajar estrechamente con quienes le son antipáticos.

Ubicuidad inversa: cualquiera en mi lugar

Siguiendo con el tema de las instituciones centradas en la tarea y centradas en el hombre, debe decirse que el centramiento en la tarea que hay que llevar a cabo tiende a polarizarse en la función a desarrollar. En cambio, al centrarse en el hombre se privilegia a la persona. Más que preocuparnos de realizar una buena función de tal manera que la persona se adapte a ella, nos centramos en la persona de modo que la tarea se configure de acuerdo con las características de quien sirve como de quien es servido.

Si no lo hacemos así, la persona queda encasillada dentro de la función, lo cual reporta indudables ventajas para la eficacia del sistema y para la supuesta necesidad de cambiar a la persona que ejercía la función. Solo se trataría de cambiar una pieza. En cambio, cuando la función es expresión o florecimiento de las personas que las llevan a cabo, en sentido activo o pasivo, se dan en ellas una creatividad y un don de sí que no tendrían lugar si se limitasen al cumplimiento de la función. Cabe el peligro, en efecto, de que la persona proceda de una manera peculiarmente subjetiva y no lleve a cabo la función como en principio se requeriría.

De cualquier manera, la escuela debe tener cuidado de no embocarse en la corriente que Alvin Toffler describe dentro de su Shock del futuro en la civilización contemporánea, las personas están dejando de ser sí mismas para convertirse en módulos funcionales, el discípulo no es una persona sino simplemente el número de lista de un alumno inscrito en el curso de matemáticas.

Asimismo, al padre de familia se le trata sólo en su mera función de tal sin tener en cuenta las características peculiares de su modo de ser padre, y éste, a su vez, ve al profesor no como un individuo en sí mismo, sino bajo la perspectiva del módulo funcional del profesor de matemáticas.

Por esta causa, el director de la Facultad de Derecho de la Universidad Panamericana estableció como uno de los puntos principales para seleccionar a los profesores, no tanto el conocimiento de su materia, cuanto la actitud comprobada de privilegiar a las personas y que quiera en verdad ser un asesor individual antes que un profesor de masas.

Por desgracia, en el momento cultural contemporáneo, la subsunción de la persona dentro de sus funciones sociales es a tal grado fuerte que llega a invadir y desplazar esa vida interior de cada yo que no tiene fondo porque ahonda hasta el infinito. Ello ocurre, por desgracia, dentro de la misma familia. La esposa deja de ser una persona para convertirse en una función. La diferencia que existe entre las personas y las funciones es que las primeras son insustituibles. Cuando la mujer, el marido o los hijos se relacionan entre sí como módulos funcionales, no como seres personales, se da el fenómeno de que se pueden sustituir de alguna manera; diciéndolo con cierta amargura, la mujer o el marido pueden llegar a desplazarse como si fueran <<refacciones>>, piezas de recambio. El hecho de que los hijos, cuando pueden, quieran vivir fuera del lugar de sus padres, es otra versión del mismo acontecimiento.

Esta suplantación de la persona por el módulo funcional es también una de las causas de la neurastenia, ansiedad y depresión que sufre toda persona cuando carece de un fuerte núcleo íntimo. Se produce lo que podría denominarse <<ubicuidad inversa>>. Como se sabe, se llama <<ubicuidad>> al fenómeno de que una persona puede estar -con carácter de extraordinario- en muchos lugares a la vez. En cambio, cuando la persona se convierte en módulo funcional ocurre que cualquiera puede estar en lugar de ella: de ahí la inversión de la ubicuidad.

Manifestaciones del espíritu de servicio

Una escuela en donde prevalece el espíritu de servicio a la persona más que el cumplimiento de una tarea, considera como nervio básico de sus actividades lo que puede llamarse preceptoría, asesoría, tutoría o coaching, en donde los profesores tratan personalmente con los alumnos las cuestiones individuales que les pueden afectar en su dinámica de formación.

Para definir este medio educativo, privilegiado por los sajones, la descripción que ha dejado Andrés Gómez, director del Instituto de Mandos Intermedios (IMI) de Monterrey, nos parece muy adecuada: el preceptor debe adaptar las enseñanzas generales que recibe el alumno a las condiciones particulares del mismo, a fin de que pueda asimilarlas. Pero, al mismo tiempo, debe propiciar la modificación de las condiciones personales del alumno, para que pueda asimilar las enseñanzas generales.

Evidentemente, uno de los más importantes factores del preceptor no es la <<técnica>> para introducirse en la intimidad del alumno o ganarse su confianza, sino su benevolencia, su ascendencia y su coherencia. Eduardo Sánchez de Alba, profesor de Filosofía de la Universidad de Bonaterra, ha sabido recoger con mucho acierto una luminosas palabras que Juan Pablo II pronuncio en Aguascalientes en 1990: <<el mejor método de educación es el amor a vuestros alumnos (benevolencia) [bene volere, querer el bien para los alumnos], vuestra autoridad moral (ascendencia), y los valores que encarnéis (coherencia)>>. Una clara manifestación del servicio es el escuchar. Por ello, todo lo que los alumnos nos digan es importante. Cuando se trata de personas no hay pequeñeces. Lo que al director, profesor, padre, puede parecerle insustancial, cabría que fuera definitivo para el alumno. Escuchar es, como sonreír, una de las odalidades más fuertes del servicio, en el entendimiento de que escuchar atentamente a los alumnos no significa estar de acuerdo con lo que digan. Pero, dado el caso, no podremos manifestar con eficacia nuestro desacuerdo si no escuchamos con atención. Escuchar para comprender, no para rebatir, y manifestar el desacuerdo para corregir, no para reprender.

Los griegos nos dicen que en la relación con las personas debemos <<pensar alto, sentir hondo y hablar claro>>. Estas tres acciones se encuentran íntimamente vinculadas con el servicio que proporciona la preceptoría:

  • Pensar alto: ser magnánimos respecto del proyecto vital que debe asumir el alumno.
  • Sentir hondo: escuchar con atención para poder introducirnos en los profundos sentimientos que toda persona encierra (es mucho más difícil concordar en ellos que en los pensamientos):
  • Hablar claro: ser fuertes. Decir las cosas con tanta claridad como con cariño.

Así las cosas, toda persona que trabaja en una escuela considerada como empresa de servicio debería tener a flor de piel la contestación que Sergio Raimond-Kedilhac dio, de manera espontánea y sin grandes divagaciones, a un conjunto de periodistas que le preguntaron cuáles eran los nuevos proyectos del IPADE <<Aquí cada alumno es para nosotros un nuevo proyecto>>.

De Julio Ortiz, director de Formación de varias entidades educativas en Guatemala, anoté esta sintética formula: “La finalidad de nuestras escuelas es que cada alumno elabore un proyecto de vida conforme a un concepto cristiano de la existencia y desarrolle las capacidades requeridas para llevarlo a su plenitud.”

Todo lo que hemos afirmado gira en torno a una idea hasta ahora no manifestada por nosotros, pero que ya a estas alturas es evidente. La enseñanza tiene dos dimensiones claramente diversas: la información y la formación.

La información se inclina más por el lado de la tarea que consiste en que los alumnos sepan. La formación, en cambio, atiende al hombre. No se trata de proporcionarle meros conocimientos, sino de configurarle un carácter que le haga ser más persona.

Cristopher Dawson, célebre historiador inglés, nos has advertido del enorme peligro que existe cuando la ciencia (el cúmulo de conocimientos) se desarrolla con independencia de la ética (la conformación del carácter). Por eso es tan importante en la selección de los profesores no sólo escogerlos por sus conocimientos o dotes didácticas sino, especialmente, por la recta orientación de su carácter y el contagio de su ejemplaridad al alumno.

La información puede <<producir>> un buen ingeniero; pero la formación crea una buena persona. Cierto, muchos pensarán que para ser buen ingeniero no se necesita ser buena persona, pero para ser un ingeniero <<como Dios manda>> la persona debe tener las características de trascendencia y dominio de sí, que son definitorias suyas.

Educar niños o fabricar refrescos de cola

La bondad de una escuela se puede estimar mediante dos criterios diferentes: el criterio de extensión -lo bueno es mejor cuando beneficie a más personas, lo malo es peor cuantas más sean perjudicadas- y el criterio de incidencia -lo bueno es mejor y lo malo es peor cuánto más profundamente se insertan o inciden en el interior de la persona. Ambos criterios son válidos, pero por el materialismo cuantitativo de nuestra sociedad debemos precavernos de caer sólo en el primero. En efecto, la educación de una persona vale más que la crema Nivea consumida por millones.

Para ilustrar la diversidad entre ambos criterios, suelo contar este suceso. El director de una primaria quedó muy afectado por la observación que le hizo un importante empresario en refrescos de cola <<parece mentira que una persona con los posgrados académicos que usted tiene en Estados Unidos, esté dedicado a enseñar a niños pequeños>>. Traté de levantar la depresión de este buen director diciéndole que la contestación a esa propuesta debería hacer sido <<parece mentira que una persona con sus altas cualidades gaste su vida en rellenar botellas de soda>>.

Mi interlocutor entendió enseguida, pero me advirtió que en realidad él estaba educando niños no tanto por el valor de la educación, sino por la necesidad que el colegio tenía de su trabajo. Le repliqué con las palabras que Manuel Machado recoge de boca del Cid <<por necesidad batallo, y una vez puesto en la silla, se va ensanchando Castilla, al paso de mi caballo>>.

Do well for do Good

Al hablar del servicio, es importante tener en cuenta que no consiste en satisfacer las demandas de aquel a quien supuestamente servimos, sino en cubrir sus auténticas necesidades. Muchas veces las personas que incluso por generosidad se ponen al servicio de los demás lo único que hacen es satisfacer deseos no necesarios (y aun caprichosos y perjudiciales), sólo por el hecho de ser demandados. Lo que debe hacer un verdadero educador al servicio de sus alumnos es satisfacer necesidades, aunque no sean demandadas por ellos. La diferencia que existe entre deseo y necesidad está dada por el hecho siguiente: si desarrollan o no a la persona como tal.

Esta diferencia entre satisfacción de deseos demandados y satisfacción de necesidades no demandadas es fundamental para entender la naturaleza del apostolado que institucional y personalmente debe llevarse a cabo en una escuela de servicios que pretende una formación integral.

En el apostolado se da una primera etapa: que el destinatario -padre, profesor y alumno- se percate de que tiene necesidades de carácter trascendente, que a veces se encuentran implícitas o adormiladas en muchos aspectos de su vida; la siguiente etapa consistirá, evidentemente, en estimularlo a cubrir esas necesidades. Finalmente diremos que, cuando el servicio se centra en la persona, el trabajo solidario en equipo se hace más fácil, porque la finalidad -el desarrollo del alumno- es capaz de eliminar todas las diferencias personales que pueden encontrarse en un trabajo difícil y áspero como lo es el de la enseñanza. Si a todos nos mueve la finalidad de desarrollar como persona al educando, nos llevaremos mucho mejor entre nosotros. Ha de quedar claro que el servicio a la persona no implica un demérito de los sistemas, técnicas, procedimientos, experiencias educativas, que una escuela actual debe incorporar dentro de sí para alcanzar un trabajo eficiente en su tarea educativa, a la altura de las demás escuelas que colaborar con ella en la educación de la sociedad.

Con frase concisa, el gran teórico del management, Peter Drucker, nos dice que las empresas deben hacer bien las cosas (do well) para poder hacer el bien (do good). Este grato juego de palabras sajonas y su interna tensión sinonímica fue análogamente advertido muchos años antes por San Josémaría Escrivá, valiéndose de otro juego de sinonimia de términos castellanos <<para servir, servir>>. Para prestar un servicio, para beneficiar a las personas, hay que servir, ser útiles, sabe hacer bien las cosas.

 

Publicado originalmente en la revista ISTMO el 1 de enero del 2004

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Topics: Educación, Servicio

Carlos Llano Cifuentes

Escrito por Carlos Llano Cifuentes

Carlos Llano Cifuentes, fue un filósofo, profesor y empresario mexicano. Miembro del grupo fundador del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE) y de la Universidad Panamericana, nació en 1932 en la Ciudad de México. Doctor en Filosofía en la Universidad de Santo Tomás, en Roma, estudió Economía en la Universidad Complutense de Madrid y realizó estudios doctorales de Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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