Blog de Carlos Llano

La moralidad de las utilidades en la empresa contemporánea

[fa icon="calendar"] 30-nov-2017 5:00:00 / por Carlos Llano Cifuentes

La-moralidad-de-las-utilidades-en-la-empresa-contemporanea.jpgExisten muchas teorías que tratan de dar razón del hecho de la utilidad en la empresa. Muchas de ellas van buscando al mismo tiempo, aun inconscientemente, su fundamentación moral. Es el caso, por ejemplo, de quienes dicen que la utilidad, el beneficio, no es más que la remuneración que recibe el empresario por sus actividades específicas. Esta explicación implica la dificultad de no distinguir claramente entre la actividad del empresario y la función del capital, lo cual es ya de por sí un problema moral importante: Distinguir entre el capital y la dirección de los instrumentos que con ese capital se proporcionan.

Desde nuestro punto de vista, deseamos enfocar el asunto de una manera más sencilla, o por lo menos más práctica, que no necesite ser analizada por teóricos de la economía. Digámoslo de una vez: La utilidad posee de suyo una bondad moral incuestionable. Sería poco adecuada la actitud de darse a la tarea de otorgarle una fundamentación moral, como si careciera de ella. La utilidad del capital es algo tan natural como los activos fijos o cualquier otro renglón de nuestro balance; a nadie, ni al moralista más riguroso, se le ocurre buscarle una fundamentación moral a los activos fijos, o plantear la justificación ética a los honorarios cobrados por un profesional en el cumplimiento de su oficio. Lo que sí necesitaría una fundamentación moral, y la van a seguir necesitando, porque nadie será capaz de dársela, son ciertas maneras de obtener la utilidad. En este sentido, no es en modo alguno justificable la ingenuidad de afirmar que cualquier utilidad, obtenida como sea, es moralmente buena.

No debemos, por tanto, discutir si la utilidad, en abstracto, es buena o mal, sino poner al descubierto la desviación moral de ciertas maneras de obtenerla. Por principio de cuentas, afirmamos que todos los modos de obtener la utilidad que contravienen la recta moral, derivan prácticamente de una concepción inaceptable de empresa: La idea de que la finalidad de la empresa en única y precisamente para el capital; de ahí se deducen en la práctica no sólo todas las concepciones erróneas sobre la utilidad, sino también –y esto es lo grave- todos los modos erróneos o indebidos, social o moralmente, de obtenerla.

1) DOBLE FINALIDAD DE LA EMPRESA.

El fin de la empresa es doble; por una parte, en efecto, debemos generar una utilidad: Decimos más precisamente que hay que generar un valor económico agregado y estableceremos, después, la distinción que existe entre utilidad y valor económico agregado. Pero, además de generar un valor económico agregado, además de producir una utilidad al capital, debe otorgarse un servicio  a la comunidad. Para que la generación de riqueza sea justificable, debe otorgarse un servicio.

Andrés Marcelo Sada, se ha encargado de expresar está síntesis entre servicio y ganancia mediante el concepto de productividad. Gano más, no cuando logro escabullirme del servicio que le debo al consumidor, ni cuando consigo cobrar mucho por el reducido servicio que ofrezco, sino cuando por productividad logro mejorar mi servicio, abaratando su precio. Entonces se combinan de algún modo todas aquellas fórmulas que explican la generación de la utilidad; se justifica el predominio sobre el mercado, se fundamenta el señorío sobre el consumidor, pero no porque tenga fuerza sobre él, sino porque me pongo más a su servicio. Soy competitivo, no porque tenga más poder que los otros, sino porque sirvo mejor.

Es evidente que la utilidad obtenida gracias a la eficacia, cuando ofrezco un mejor servicio por un precio más bajo, posee una clara bondad moral. No se trata, pues, de discutir si la utilidad así entendida es buena o es mala; es evidente que es buena. Lo que sí se necesita es saberlo hacer. No es sólo un problema de moral; es también un problema de gerencia. Una buena parte de las críticas que se hacen al empresario en el ámbito moral, deberían de ser críticas que se le hicieran en el terreno en que más, quizá, debería dolerle: En el terreno profesional. Los empresarios no son sólo buenos o malos moralmente; son también capaces o incapaces profesionalmente.

2) TRES PRECISIONES NECESARIAS.

Si la empresa tiene dos finalidades (otorgar un servicio a la comunidad y generar un valor económico agregado) y si queremos rastrear de alguna manera el fundamento moral de la utilidad, debemos enfrentarnos con la tarea de precisar el concepto de servicio.

  • a) Concepto de servicio: necesidad sobre demanda.

El concepto de servicio se ha manejado indebidamente, como si no hubiera más servicio que el que presta el boyscout o la Hermana de la Caridad; ambos son sin duda servicios beneméritos, pero no son el único tipo de servicios y nada tienen que ver con el que proporciona el empresario. El servicio que hace el empresario, lo sepa o no, también es algo palpable. En este sentido, deberíamos tener la cabeza alta. No deberíamos adoptar una posición vergonzante. Hay personas que se han desanimado de su actividad productiva precisamente por la crítica social, y tal vez hasta por la mala conciencia ética personal de que no están haciendo lo que es debido, de que no sirven.

Sin embargo, para otorgar de verdad un servicio, para que la empresa efectivamente sirva a la sociedad, es necesario distinguir claramente entre la satisfacción de una necesidad y la respuesta a una mera demanda. Entendemos por necesidad aquello que el hombre requiere para ser más hombre, para ampliar sus posibilidades humanas, para abrir los espacios de sus capacidades naturales. Y llamamos, en cambio, simplemente demanda, a aquello que meramente solicita, aunque lo curve sobre sí mismo, aunque reduzca su horizonte y atrofie sus posibilidades. Evidentemente, si nosotros queremos servir, esto es, si la ganancia va a tener una fundamentación moral en el servicio, ese servicio lo será precisamente en la medida en que satisfaga una verdadera necesidad humana, no simplemente en el grado en que sea respuesta a una demanda. Aquí nos encontramos con un problema moral serio, porque muchas veces la empresa –y esta es una forma ilícita de obtener utilidades- pone su fin básico, el eje de su actividad, en la satisfacción de demandas no necesarias.

  • b) La empresa y su servicio.

Existe hoy, pues, en la empresa la exigencia de discernir qué tipo de servicio va a proporcionar. No es justificación suficiente que el público lo pida; se requiere, además, averiguar si esta petición va  a desarrollar o va a degradar a quien la pide. Ello representa un problema moral de primera línea que la empresa de hoy no puede eludir. Es preciso, de una buena vez, hacerle frente. No es lo mismo vender un cuchillo a un ama de casa que a un niño de siete años. No es lo mismo despachar una receta de morfina para un moribundo, que vendérsela a un drogadicto; no es lo mismo ofrecer cigarros a una persona normal, que venderlos clandestinamente en un hospital de tuberculosos.

Existe un consumismo ilegítimo contemporáneo derivado de que la empresa, al polarizarse sólo en la ganancia, suscita demandas, no solamente innecesarias, sino incluso perjudiciales; demandas ciegas, caprichosas, que atrofian las posibilidades humanas y degradan a quienes las solicitan.

  • c) El reto ético del empresario.

Hablamos también de un reto ético, porque si bien es cierto que hay personas que se dedican a satisfacer demandas no necesarias e incluso perjudiciales, las hay también quienes se dedican a satisfacer necesidades, incluso, no demandadas. En este sentido, los norteamericanos denominan ahora a esta clase de personas con el galicismo super-entrepreneur, el súper-empresario. Se trata de aquella persona que obtiene utilidades ya no sirviendo al capricho humano, sino a una necesidad, incluso, cuando no está demandada. Satisfacer las necesidades de cultura, servir a las necesidades de educación, dar un servicio para la buena dedicación del tiempo libre, son formas de ganar sirviendo: Nadie dirá que tales modalidades de utilidad requieren de una fundamentación moral; todos sabemos que están moralmente bien fundamentadas. Si el hombre fuera nada más un animal, no habría inconveniente en satisfacer todas sus espontaneidades orgánicas; pero si además de ser animal posee un espíritu, entonces, para fundamentar moralmente la ganancia, habremos de tener cuidado en analizar qué tipo de demanda ha de satisfacerse. En un problema que, evidentemente, no vamos a resolver aquí, pero exige que el empresario, además de sus habilidades específicas, tenga un concepto bien orientado del hombre.

3) SERVICIO Y REMUNERACIÓN.

No está, en cambio, el problema moral en donde otros quieren verlo, constituyéndose en el blanco de las críticas que se hacen a la empresa. No está, decimos, el problema en que nuestro servicio sea mercantil. Parece como si hoy la mercantilidad rebajara la moralidad del acto de servicio. En este sentido, también podemos tener la cabeza alta. El servicio no es menos servicio por ser un servicio social, es decir, aquel en el que parece que no se cobra nada para otorgarlo. Dicho de otra manera, sería servicio social el que no se cobra específicamente, aunque se haya cobrado por otro medio genérico o indirecto. En cambio, llamamos servicio mercantil a aquél en el que se cobra específicamente por el servicio concreto que estemos dando. En este sentido debe decirse, deshaciendo equívocos que han proliferado más allá de la cuenta en nuestro ambiente, que el servicio social no por ser social es mejor servicio, y que el servicio mercantil no es menos servicio por ser mercantil. El servicio lo es cuando satisface una necesidad, se cobre directa o indirectamente por él; más aún, nos atreveríamos a decir que el cobro mismo es un servicio y que el cobro del servicio es una adición al propio servicio mismo, porque ponemos al consumidor al que servimos en condiciones de exigirnos para que le sirvamos como él quiere ser servido, y nos coloca en condiciones de seguir sirviendo.

En resumen: Si el servicio quiere ser el fundamento moral de la ganancia, ha de servir a una necesidad, no a una mera demanda; necesidad que, para precisarse, requiere de un concepto bien orientado del hombre. El servicio no queda demeritado por ser mercantil, sino al contrario, resulta mejor valuado, pues el vender un buen servicio permite seguir otorgándolo. Así el servicio vale lo que cuesta.

4) EL VALOR AGREGADO.

Pasemos al otro aspecto de la finalidad de la empresa. La empresa no solamente tiene que servir, sino que ha de ganar. Dicho en términos de cuentas fáciles, lo que se vende tiene que ser superior a lo que se compra. La diferencia es el valor económico agregado. El conjunto de las facturas de venta, menos el conjunto de las facturas de compra, tiene que arrojar un sobrante; ese sobrante se llama valor económico agregado. Por el signo aritmético menos, expresivo de esta diferencia, entendemos no solamente el resultado de una buena negociación por la que compro y una buena negociación por la que vendo, sino la consecuencia de una buena operación sobre aquello que compro, poniéndolo en mejores condiciones de servir. En último término, si es necesario hablar con mayor rigor, diremos que ganar sería lo mismo que servir. Gano, porque soy capaz de poner aquello que compro en mejores condiciones de servicio, y por eso puedo cobrar más que lo que pagué inicialmente por ello. Ganar, en este sentido, significa “ganar algo”, lograr beneficiarme por el servicio que presto, y no “ganarle a alguien”, como venciéndole en una competencia, beneficiándome a costa de aquél a quien supuestamente sirvo.

  • a) Los terceros.

Sin embargo, esto suscita problemas morales importantes. Porque el valor económico agregado consiste en la diferencia entre lo que vendo a terceros y lo que compro a terceros, para definir los términos de ese valor económico agregado debo definir quiénes son mis terceros. Jurídicamente ya lo sé, pero el problema no es jurídico. El problema es moral. El asunto no es tan sencillo como nos lo presentan los abogados y los contadores. El problema es más complicado: Si un cliente me compra a mí la materia que constituirá el 90 % de sus ventas, tal vez no pueda calificarlo como tercero, aunque jurídica o contablemente lo sea; y si yo le compro a un proveedor el 90% de lo que vende, tal vez no sea tampoco un tercero para mí, aunque así lo parezca desde otro punto de vista. Ese es el primer problema: Si la sociedad mercantil, si la empresa, está verdaderamente inserta en el tejido social, es muy difícil distinguir las membranas de esa célula socioeconómica que es la empresa. Y, no obstante, para poder determinar cuál es mi ganancia, tengo que decidir quiénes son mis terceros, porque hemos asentado que la ganancia, el valor económico agregado, es la diferencia que existe entre lo que vendo a terceros y lo que compro de terceros.

  • b) Dónde ubicar los salarios.

En relación con ello hay, pues, una cuestión muy importante, desde el punto de vista moral, que por razones de espacio no puede quedar aquí más que apuntada, aún a sabiendas de que suscita las mayores polémicas: Si los salarios de empleados y trabajadores se consideran como el pago a un proveedor, entonces la nómina es simplemente la remuneración que doy a quien me provee de trabajo directivo u operativo. Bajo esta concepción, la remuneración en la empresa no pasa de ser una factura de compra, un mero costo, que se ubica fuera de mi ganancia. Sabemos bien que desde el ángulo contable, se trata indudablemente de un costo; pero ya dijimos que no es un problema de contabilidad, sino un problema moral.

Desde la óptica más amplia de la empresa, es imprescindible definir si mi nómina (el conjunto de pagos a mis trabajadores) es sólo un costo, un costo pagado a terceros que, como todo costo, debe minimizarse, o bien si es, además, parte de los beneficios que han de ser distribuidos entre quienes contribuyen a generarlos. Tal vez no sea un problema de remunerar más o remunerar menos, tal vez no sea un problema de cuánto, sino un problema del cómo; pero el problema existe: Si la nómina es simplemente el pago a un proveedor, yo debo ejercer ante ese proveedor una acción conmutativa, por la que le doy lo menos posible dentro de esa justicia conmutativa a fin de que él me de lo más posible dentro de la misma justicia conmutativa; pero si la nómina no es sólo un costo, sino que se remunera echando mano del valor económico agregado, es decir, de la ganancia, en ese momento la acción que tengo que ejercer no es la de conmutar con un proveedor, sino la de repartir con un socio con quien debo compartir el valor económico que me ayudó a generar.

  • c) La utilidad bien fundamentada.

La utilidad de una empresa estará moralmente bien fundamentada si el valor económico agregado deriva de un mejor servicio y no sólo de una presión de negociación sobre el cliente o sobre el proveedor. Eso sería el primer aspecto. Y el segundo sería el siguiente: Que la utilidad de una empresa estaría moralmente bien fundamentada si resulta de una distribución justa del valor económico agregado, es decir, si considero que el valor económico agregado está producido, de alguna manera, no solamente por el capital, sino por la dirección y por la operación de los trabajadores, y debo por lo tanto distribuir ese valor económico agregado de un modo justo, entendiendo por justo el retribuir a cada uno, a cada factor, en la medida en que contribuyó a generar el valor económico agregado que se distribuye; y ello, sobreañadiéndose al mínimo que todo trabajador debe siquiera percibir. Tampoco aquí hay sólo un problema moral, sino también un problema técnico: Poder detectar en qué medida el capital, en qué medida la dirección o el management y en qué medida la operación, han contribuido a generar ese valor económico, para poder repartirlo con justicia. Esto es difícil de contar, pero ya lo dijo Charles Handy: Que lo que no se pues contar es lo que más cuenta.

La verdadera fundamentación moral de la utilidad no solamente está sometida a la tensión del deseo de poseer lo que no tengo, sino también sometida a la tensión de compartir aquello que poseo, tensión que todos hallamos, si sabemos buscarla, en los mejores veneros de nuestra alma y que cada uno encuentra cuando sabe elevarse al ámbito de lo espiritual, que es la atmósfera en donde el hombre puede respirar hondamente.

*Artículo publicado originalmente en la revista Talento Humano el primer semestre del año 2009. Año 6, número 11  

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Carlos Llano Cifuentes

Escrito por Carlos Llano Cifuentes

Carlos Llano Cifuentes, fue un filósofo, profesor y empresario mexicano. Miembro del grupo fundador del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE) y de la Universidad Panamericana, nació en 1932 en la Ciudad de México. Doctor en Filosofía en la Universidad de Santo Tomás, en Roma, estudió Economía en la Universidad Complutense de Madrid y realizó estudios doctorales de Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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