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Corrupción: ¿podemos combatirla?

[fa icon="calendar"] 05-jul-2017 6:00:00 / por Arturo Picos

Corrupción, podemos combatirla.jpgQue la corrupción forme parte inevitable de la cultura de un país subdesarrollado es una creencia. No quiero con ello negar la realidad de este fenómeno, pero sí puntualizar que parte de su arraigo se debe a una convicción: que es incurable. Olvidamos que dar por supuesta la corrupción en un modo de perpetuarla.

En dichos países, existen empresarios que realizan actos corruptos con el pretexto de que los arreglos “por debajo del agua” son necesarios para el inicio y el crecimiento de un negocio. El peligro de esta convicción es que los lleva a claudicar del esfuerzo en el combate a la corrupción.

Corrupción se entiende como el mal uso del poder de decisión discrecional que tiene un individuo en una organización, ya sea pública o privada. Consiste en obtener un beneficio personal por el ejercicio del poder, en perjuicio de los intereses de otros. Puede manifestarse como: cohecho, nepotismo, peculado, chantaje, el soborno, extorsión, etcétera.

En ética distinguimos soborno de extorsión en lo siguiente:

  • Soborno: es corromper a alguien para conseguir de él una cosa. Implica ofrecer una dádiva a un funcionario para obtener algo a lo que se tiene derecho o no.
  • Extorsión: es la acción y efecto de usurpar y arrebatar por fuerza una cosa. Es exigir dinero u otra dádiva a cambio de un trato favorable, o simplemente para hacer o dejar de hacer aquello que se tiene por obligación.

Los dos conceptos señalan acciones éticamente incorrectas, aunque de distinto modo. La diferencia radica en el sujeto que propone la dádiva: el soborno proviene de quien pide el servicio o producto, mientras que la extorsión proviene de quien ofrece ese servicio o producto. El soborno siempre entraña corrupción, tanto por parte de quien ofrece, como de quien acepta. La extorsión, en ciertos casos, puede eximir de responsabilidad a su víctima, pero no así el sujeto activo de la misma.

En ambos casos se trata de una injusticia. Son acciones que deterioran el tejido social y por tanto, atentan contra el bien común. Sin embargo, en este tipo de acciones, como en toda falta contra la ética, la persona que las comete es el primero en corromperse.

La corrupción tiende a crecer y propagarse en una sociedad, hasta el punto en que resulta prácticamente imposible para una organización o un individuo escapar totalmente a su influencia. De ahí que los esfuerzos por combatirla deben ser colectivos. Ese empeño común debe crear una conciencia en que no se tolere la corrupción como un valor implícito de la sociedad.

Los costos

Las prácticas corruptas usualmente se traducen en aumento de costos y pérdida de competitividad, calidad y credibilidad. Investigaciones recientes demuestran que la corrupción inhibe las inversiones de capital y mengua la productividad. Las inversiones extranjeras se inhiben porque la corrupción está asociada a la ausencia de seguridad en la propiedad, exceso de papeleo burocrático y mala administración.

Para aplicar cualquier remedio hay que apuntar hacia la causa del mal. Para combatir la corrupción, hay que exponerla. El esfuerzo no puede ser sólo individual. Dentro de la comunidad empresarial falta mayor conocimiento de las medidas nacionales e internacionales de combate a la corrupción. Además, hace falta un esfuerzo comunitario, vía las cámaras u otras instituciones, con el fin de centralizar dicha información. Esto permitiría: mayor difusión de los acuerdos nacionales e internacionales.

Exponer a personas concretas que fomenten o ejerzan la extorsión, por medio de mecanismos de denuncia, seguros y confidenciales, accesibles a empresas y particulares. El lugar de consulta debe informar sobre temas éticos tales como: fraude comercial, competencia desleal, abuso de confianza, mejores programas anticorrupción dentro de las empresas, conflictos de intereses, contabilidad más transparente, etcétera.

Monitorear los temas relacionados con la corrupción, así como darles seguimiento a los casos de denuncia contra funcionarios o empresarios corruptos.

Aunado a todo lo anterior es importante subrayar que en el combate a la corrupción es medular y debe incidir en las personas. Los reglamentos, los sistemas de fiscalización o vigilancia, los mecanismos de denuncia, etcétera, siempre serán vulnerables a la voluntad de corromperse de los individuos involucrados.

Lo decisivo está en los hábitos morales de cada individuo, y en la determinación que los directores de las organizaciones, sean públicas o privadas, tengan que influir en la orientación ética de aquellos. Esto último nos pone de cara a una de las responsabilidades más frecuentemente omitidas por parte de los líderes: educar a sus seguidores, con el ejemplo y con las acciones.

*Publicado originalmente en el periódico El Economista el 19 de noviembre del 2004.

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Arturo Picos

Escrito por Arturo Picos

Licenciatura en Filosofía por la Universidad Panamericana. Doctorado en Filosofía por la Universidad de Navarra. Programa de Dirección (D-1, IPADE). Profesor del Área de Filosofía y Empresa y director de Preceptoría en el Programa MEDEX, IPADE, sede México. Director de la Cátedra UP-IPADE «Carlos Llano». Miembro de Número de la Fundación Interamericana Ciencia y Vida.

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