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Diferencia entre Sinceridad y Sincericidio

[fa icon="calendar"] 05-may-2017 6:00:00 / por Jorge Llaguno Sañudo

Diferencia entre sinceridad y sincericidio.jpgCuenta una anécdota del siglo de oro español, que al calor de las copas en algún mesón madrileño surgió una interesante apuesta entre varios caballeros: la de atreverse a decirle a la reina en su cara que era tullida. Una afección infantil había dejado semi inmovilizada la pierna izquierda a Doña Isabel, reina de España, llamada "la Deseada" debido a su hermosura. Su único defecto estaba en el caminar y detestaba que se hiciera mención del hecho. Francisco de Quevedo, caballero de la corte, famoso tanto por sus versos como por sus constantes querellas y aventuras, aceptó la apuesta. Ante la atónita mirada de propios y extraños se presentó ante la reina con dos distintos ramos de flores y con aplomo dijo a la reina: "Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad es-coja..." Si bien la veracidad de la anécdota sigue en duda, no deja de ser un delicioso juego de palabras. Quevedo no mintió. Sea como se tome la frase, no hay mentira en ella. Sus palabras tampoco hirieron a la reina, (lo cual podría haberlo puesto a él en una situación muy delicada) y ganó la apuesta... La situación nos permite hacer una distinción entre hablar con la verdad y herir con la verdad. Algunos terapeutas y psicólogos se refieren a esta distinción como el no confundir la "sinceridad" con el "sincericidio". Sinceridad es hablar con la verdad; sincericidio es usar la verdad para provocar daño; a otros o a mí mismo.

Ambos conceptos no podrían ser más distintos uno del otro, sin embargo, en la práctica resulta a veces difícil distinguirlos. No en balde podría decirse que el "sincericidio" es la razón por la que ha florecido ahora el concepto de la "corrección política", que sería el opuesto: cuidar a toda costa el no herir a otros al expresarnos.

De forma universal podemos afirmar que la verdad siempre será superior a la mentira. Para los filósofos clásicos es, inclusive, uno de los denominados "trascendentales del ser": perfecciones que convienen al ser en la existencia: unidad, bondad, belleza y, por supuesto, verdad. Sólo en la verdad podemos crecer, desarrollarnos, construir, crear, aportar. Todos lo entendemos, entonces, ¿por qué no nos apegamos siempre a ella? Pues porque en la complejidad inherente a la existencia, la adecuación entre la percepción, el razonamiento, la palabra, la acción y la realidad, resulta en múltiples oportunidades de yerro. Carlos Llano analiza lo anterior desde la perspectiva antropológica, mediante el siguiente diagrama:

 sinceridad-diagrama-carlos-llano.png

En cada línea del proceso existe la posibilidad de la corrección o del desvío, por ejemplo, en la primera línea que parte de la realidad al pensamiento: soy objetivo cuando mi pensamiento capta la realidad tal y como es, pero puedo equivocarme al hacerlo. Por ejemplo, podría haber malinterpretado la cojera de la reina con un traspiés accidental. Esto es el error en la percepción. Podría saber que la reina es coja pero elegir decirle que no lo es. Esto es la mentira. Saberla tullida y no ofrecerle ayuda al caminar es la ruptura. Y el doblez es tratarla como "coja" aun cuando le diga a ella que no lo es. El diagrama de Carlos Llano analiza la interioridad del sujeto para entender sus posibilidades. Sin embargo, falta la interacción con el otro y es ahí en donde entran los demás trascendentales del ser y otras virtudes, como lo es la prudencia.

Sin duda alguna, la verdad es mejor que la mentira, pero no siempre la verdad aporta valor. Para la reina, señalarle un defecto que conoce y le duele, es proporcionarle información inútil y quizá hasta dañina. Sólo augura provocar una respuesta emocional: tristeza. Y después, quizá, resentimiento o hasta ira, que podría llevar a la venganza. Decir la verdad sin filtro bien podría significar un suicidio (social o literal) para Quevedo.

Decirle a la reina que es coja, no es algo bueno para ella (y con toda seguridad, tampoco para Quevedo). No existe belleza en la afirmación de una verdad dolorosa, de forma descarnada. Y aun cuando pudiera pensarse que se ha actuado "bien" al "decir la verdad", se ha roto la unidad al transmitir un mensaje carente de bondad y de belleza. En el fondo, esta "expresión de la verdad" es dolosa: decirla a sabiendas de su inutilidad y posible daño involucrado, es en realidad el doblez al que hacía referencia Carlos: digo con palabras que "soy sincero" (y por tanto "bueno"), pero mis actos revelan una intención destructiva: no actúo como digo que soy.

Muchos terapeutas y coaches personales advierten de esto a quienes aconsejan: no confundir la sinceridad con el sincericidio. La pregunta entonces es acerca del origen de este último. La respuesta tiene que ver con el auto sabotaje.

El sincericidio es sinceridad sin prudencia. Es la expresión de una realidad objetiva, pero sin bondad, belleza o unidad. Implica causar daño a otros o a mí mismo, utilizando la verdad como arma, pero descargando la intención fuera de mi mismo, como si fuera inevitable. El sincericida se escuda diciendo que "es una persona directa", "que no se anda con rodeos", "que hay que decir las cosas como son", o "que ya no podía ocultar más la verdad" pero yerra al no ejercer la prudencia y entender que la verdad sin los demás trascendentales, es dañina.

Sin embargo, el asunto no siempre es sencillo: desde la pregunta inocente de tus hijos pequeños acerca de cómo llegan los juguetes navideños que esperan con ilusión, o cuando tu pareja te pregunta sobre si ha engordado, o retroalimentar a tu jefe sobre su gestión... No se trata de mentir, sino de escoger con prudencia la forma de plantear las respuestas... algo así como la labor de un experto anti-bombas: jala el cable incorrecto y la "verdad" causará más estragos que su ausencia. Comenzamos el artículo diciendo que la verdad siempre será mejor que la mentira y sin duda lo suscribimos, pero no siempre la verdad puede ser captada por el interlocutor a plenitud, o resultará provechosa para la relación o la persona. Es más, en ocasiones, la verdad puede resultar perjudicial y he ahí que debe entrar los demás criterios: la bondad en la expresión, la belleza en la adecuación de la verdad a la relación y a las personas, la unidad en el discurso. Somos sincericidas cuando damos más información de la necesaria o en momentos inoportunos. Particularmente en ocasiones cuando ya existe antecedente de que esto tendrá consecuencias negativas. El sincericidio tiene entonces dos posibles orígenes: un egoísmo que me impide ponerme en los zapatos del interlocutor, o el auto sabotaje: descargar mis sentimientos de culpa con la expresión de una "verdad" sin atender con prudencia a las consecuencias de mi discurso. En el fondo, el sincericida tiene miedo. Miedo a aceptar las consecuencias de sus actos y palabras. Por eso "se escuda en la verdad" para hacer daño, pues a sus ojos, es lo racional, sin darse cuenta que ha incurrido en un mecanismo de defensa. Hablar con sinceridad es usar la prudencia y la fortaleza también: se requiere valor para hablar lo necesario, en el momento adecuado. Y para callarlo cuando así deba hacerse. Ser sincero, es en mucho, ser prudente.

Nueva llamada a la acción

Jorge Llaguno Sañudo

Escrito por Jorge Llaguno Sañudo

Full time professor of Human Factor and also Academic Director of the Executive MBA program at IPADE, the Top Business School in Mexico. Since 1998 I've worked as a consultant in Leadership, Team Development and Organizational Culture at several major companies in Mexico.

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