La clave de la lucha contra la corrupción no está sólo en los controles que la sociedad pueda implementar en sus instituciones, sino también en la educación de los ciudadanos.
Una metáfora nos puede ayudar a recalcar esta afirmación: un barril lleno de hoyos y desfondado no puede contener el agua que se vierta en él si solamente se reparan los agujeros dejando intacto el fondo. El barril es México, y el agua la productividad, el progreso, la democracia, etcétera. Implantar sistemas de control efectivos puede bastar para impermeabilizar la parte superior de este barril, pero no así la base, en la que se encuentra la parte que sustenta el resto: los ciudadanos. Hay un modo insustituible de impermeabilizar esta parte: la educación. Dicho lo cual, es necesario ser más específico: hablamos de la educación de las virtudes.Actualmente no está de moda hablar de virtudes. En el mismo terreno de la educación se prefiere hablar de valores, lo cual, si bien tiene la ventaja de una acogida más general, al mismo tiempo presenta el inconveniente de una gran ambigüedad.
Todo mundo parece dispuesto a admitir que su actuación se oriente por valores, y de hecho así ocurre. El problema estriba en la fuerte carga de subjetividad con que cada persona determina los valores que guían su conducta.
Así, en un fuerte conflicto de intereses, donde entra en juego los resultados económicos de una decisión y los principios éticos de la sana competencia, por ejemplo, alguien puede decidir en favor de los primeros aduciendo que actúa en función de su jerarquía de valores.Sería el caso de un director de ventas que decide contratar a un vendedor que le ofrece la información de la cartera de clientes de su principal competidor, bajo la premisa de que, de otro modo, puede salirse del mercado. El valor aducido sería, en este ejemplo, la supervivencia de su empresa o de su empleo.
¿De qué depende que una persona le otorgue más peso a una gama de valores con preferencia de otros, mientras que alguien más podría considerar estos últimos más importantes? De las disposiciones que condicionan la apreciación de dichos valores.
Un individuo sediento está en mejores condiciones de valorar un vaso de agua que alguien que no tiene necesidad de beber. En el terreno de los valores éticos, las disposiciones requeridas para la objetiva apreciación de los mismos son, precisamente las virtudes.
Otro modo de entender el papel que juegan las virtudes en la orientación ética del comportamiento de las personas puede facilitarse remitiéndonos a la idea de la integridad.
Una persona íntegra es aquella que no se desvía de las exigencias de lo ético ante el atractivo de un beneficio temporal. Pero esa integridad no es una cualidad innata o casual.Las virtudes son el resultado de una conducta consistentemente dirigida por los principios morales, o lo que es lo mismo, son hábitos que se caracterizan por dotar a quien los adquiere de una forma de ser que se manifiesta en una actuación orientada por valores objetivos.
Cuando alguien adquiere un hábito dispone su naturaleza a actuar en cierto sentido. Por ejemplo, alguien que se empeña en llegar puntualmente a sus citas consigue desarrollar una capacidad que le facilita, como disposición adquirida, el ser puntual, y lo mismo quien se habitúa a decir la verdad, a ser honrado, a comer sanamente, a estudiar, etc.
Cuando esos hábitos perfeccionan la naturaleza humana se constituyen en virtudes, y por contraparte, aquellos hábitos que deterioran nuestra naturaleza forman los llamados vicios.
Al educarse en las virtudes el ser de la persona, y por tanto su actuar crece, se desarrolla de una manera más amplia y tiene posibilidades de actuación que abarcan más ámbitos.
Cuando en la contratación de personas una empresa pone el énfasis en el perfil de sus virtudes éticas, establece las bases de una mayor confianza en la relación empresa-empleado, asegura la calidad del servicio en la atención a sus clientes, ahorra en la necesidad de implementar controles, etcétera. Pero, sobre todo, la propia empresa crece en calidad humana.
La educación en las virtudes es competencia de todos, en especial de la familia y las instituciones educativas, pero también es responsabilidad de quienes dirigen las empresas, pues es en ellas donde transcurre la mayor parte de la vida de una persona.
*El artículo fue publicado originalmente en el periódico El Economista el 31 de diciembre del 2004