Management

El legado intelectual de Carlos Llano. Una guía para entender su pensamiento

[fa icon="calendar"] 23-ene-2020 11:52:00 / por Arturo Picos

 

Cátedra Carlos Llano UP-IPADE

Como muchas otras personas, me precio de contarme entre aquellos discípulos de Carlos Llano que fueron también privilegiados con su amistad. De ahí que, al intentar bosquejar, aunque sea a grandes trazos, su itinerario intelectual, me enfrenté no sólo con la dificultad objetiva de mapear una extensa y compleja producción bibliográfica, sino también con la necesidad de hacer un esfuerzo por realizarlo con serenidad, sin contar todavía con la «distancia emocional» que exige semejante tarea. En descargo de este atrevimiento, sirva el deseo de rendir un homenaje de gratitud, y de prestar un modesto servicio a quienes buscan orientación para adentrarse en su pensamiento.
Carlos Llano publicó individualmente treinta libros, a los que se suman doce en coautoría. Prologó quince obras de otros autores y escribió alrededor de doscientos cuarenta y cinco artículos, entre los publicados por revistas especializadas y de divulgación. Escribió además un centenar de artículos periodísticos y concedió una treintena de entrevistas para diversos medios de comunicación. Esta extensa producción, vinculada tanto a su trabajo docente como a su actividad directiva y empresarial, estuvo siempre acompañada por un sólido hábito de estudio y una laboriosa y constante investigación. Este ensayo sólo hace referencia a los libros, sobre todo a los de su autoría individual, teniendo en cuenta que recogen muchos de sus artículos publicados.

Obra vinculada a una biografía

Para entender mejor la obra de Carlos Llano resulta conveniente una breve referencia biográfica. Su padre, don Antonio Llano Pando, fue un inmigrante español dedicado al comercio y a la distribución de alimentos, además de haber sido uno de los fundadores de la fábrica de dulces y chocolates «La Suiza». Por la línea materna, Carlos se emparentaba también con una familia de empresarios, pues el abuelo, padre de doña Estela Cifuentes, fue dueño de la fábrica de puros Partagás en Cuba.
Nacido en la ciudad de México en 1932, Carlos se trasladó a España con su familia cuando contaba diez años de edad; mientras estudiaba el bachillerato enfermó de tuberculosis. Esta circunstancia lo enganchó con la filosofía ya que, mientras convalecía, se propuso aprobar sus estudios de forma autodidacta, y las materias filosóficas le llamaron particularmente la atención. A partir de esa experiencia decidió estudiar la carrera de Filosofía, a lo que su padre no se opuso, a pesar del disgusto que le suponía.
No obstante, don Antonio Llano impuso la condición de que al terminar la carrera, trabajara en los negocios de la familia. Para la época en que Carlos inició sus estudios en la Universidad Complutense de Madrid, ya había ingresado al Opus Dei, circunstancia que favoreció su traslado a Roma en 1950. En el Angelicum –hoy Universidad de Estudios de Santo Tomás– Carlos finalizó su licenciatura, que culminó con el doctorado en Filosofía por la misma universidad, todo ello en sólo dos años, gracias a su excepcional capacidad intelectual y a una intensísima dedicación al estudio.
Al terminar el doctorado regresó a México a hacerse cargo de los negocios familiares. Unos años después revalidó sus estudios para ingresar a la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde completó el currículum de los estudios doctorales. En 1958 se dio a la tarea de fundar la revista ISTMO, cuyo primer número se publicó al año siguiente. A partir de 1966, iniciaron los trabajos de fundación del IPADE contando con Carlos Llano como director general; su biografía se une a la historia del desarrollo de este instituto y de la Universidad Panamericana, de la que la escuela de negocios fue cimiento. Teniendo a la vista el conjunto de su vida, aunque sea tan someramente, se comprende mejor la confluencia de pensamiento y acción que caracterizó, tanto a su persona como a su obra intelectual.

Una somera descripción

Al revisar la confección de varios de sus libros, es frecuente encontrar que los escritos originales que los componen fueron elaborados en periodos que se extienden por varios años (en algunos casos, hasta veinte o más). Los primeros textos de Llano datan de la época fundacional de ISTMO. Su primer libro, Análisis de la acción directiva (1979), nació como una colección de artículos publicados en la misma revista, comenzando por El estilo de mando en la empresa (1968) y finalizando con El modo de ser de la empresa (1977), que pasó a formar parte del citado libro como el capítulo Seis condiciones básicas para dirigir por objetivos. Varios de esos artículos nacieron primero como conferencias impartidas en su labor docente en el IPADE. Su segunda obra, Las formas actuales de la libertad –considerada por el propio Llano su primer libro propiamente filosófico–, se originó también en una serie de artículos aparecidos en ISTMO, en 1969 y adquirieron forma de libro hasta 1983. Los siguientes tres títulos El empresario y su mundo, El empresario y su acción y El empresario ante la responsabilidad y la motivación, aparecieron simultáneamente en 1991, y combinan también artículos y notas técnicas escritas en la década de 1977 a 1987.
Podría asombrar que, entre 1979 y 1991, Llano publicara de forma individual apenas cinco libros, mientras que los veinticinco restantes abarcan de 1994 a 2010. No significa que acelerara sin más su producción en los últimos quince años, pues su labor como escritor fue incesante y continua. Hay que tener en cuenta que, en el primer lapso, Carlos ocupó simultáneamente diversos cargos directivos[1] que le impedían atender el trabajo que demandaba publicar libros. Hasta 1995, cuando dejó su cargo de rector de la Universidad Panamericana, pudo concentrarse en revisar esos escritos –varios aparecidos como artículos en diversos medios– retocarlos, reagruparlos y publicarlos finalmente como libros.
Así se entiende que en 1995 aparecieran en el mercado editorial cuatro nuevos títulos suyos.[2] Varias obras de ese segundo periodo fueron fruto de su prolongada y fecunda labor académica y docente, iniciada a mediados de los años sesenta. De hecho, su producción más sistemática y densa, cuatro libros publicados bajo el rubro general de Bases noéticas para una metafísica no racionalista– fue fruto de más de siete lustros de impartir el Seminario de Epistemología en la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana.
No faltan títulos redactados «de un tirón», como Dilemas éticos de la empresa contemporánea (1997), y otro con un prolongadísimo periodo de incubación: Etiología de la idea de la nada (2004), quizá su libro más cuidado y bello desde el punto de vista literario, que se origina en su tesis doctoral, Presupuestos para el conocimiento del principio de no-contradicción, redactada en 1952.

Esbozo de un árbol genealógico intelectual

Para comprender el conjunto de su obra, además de la semblanza biográfica y la cronología de sus libros, es interesante asomarse a su genealogía intelectual. En su precoz encuentro con la filosofía, fue decisiva para Llano la lectura del Discurso del método de René Descartes y la Crítica de la razón pura de Kant. Reconoció como maestros inmediatos a Réginald Garrigou-Lagrange (1887-1964) y a José Gaos (1900-1969), a partir de cuyo influjo conecta con tradiciones muy distintas: el aristotelismo tomista, por una parte, y las escuelas vitalista y fenomenológica, por otra.
De manera menos académica pero no menos incisiva y determinante, otras dos influencias importantes en la génesis de su pensamiento fueron don Antonio Llano y san Josemaría Escrivá de Balaguer, su padre sanguíneo y padre espiritual respectivamente. En un intento de orientar su vocación hacia los negocios, don Antonio Llano, además de comprometerlo en el manejo de los negocios familiares en México, como se señaló, lo indujo a leer El criterio de Jaime Balmes y Pragmatismo de William James, obras que dejaron su impronta en el pensamiento del entonces joven filósofo y gerente de compras.
Carlos tuvo oportunidad de asimilar directamente la espiritualidad del Opus Dei, institución fundada por san Josemaría, al convivir con él durante los años que vivió en Roma. De ahí deriva la profunda inserción de la filosofía de Llano en la tradición cristiana católica, con su vertiente laica y secular, por una parte, y por otra en vinculación con la Doctrina Social de la Iglesia, que tanta relevancia tiene para su concepción integral de la empresa y de la economía en general.
Otras influencias importantes en el pensamiento de Carlos Llano derivan de su contacto con otros intelectuales con ocasión de su paso por el Angelicum y por la UNAM. En Roma coincidió con filósofos de la talla de Carlos Cardona y Fernando Inciarte, este último profundo conocedor de la corriente analítica. En México, José Gaos fue su ventana de acceso tanto al vitalismo de Ortega y Gasset, como a la tradición fenomenológica de Husserl, que se emparenta con el vitalismo a través de la cercanía de Ortega con Heidegger. Entró en contacto con el hegelianismo, a través de Wenceslao Roces, y con el marxismo, su vertiente de izquierda, por medio de Adolfo Sánchez Vázquez. La cátedra de Eduardo Nicol, a la que tuvo oportunidad de asistir, reforzó en Llano el empeño por hacer metafísica. Por último, fruto también de su trayectoria en la UNAM conoció el existencialismo, en particular el de Karl Jaspers y de otros autores de la escuela fenomenológica, como Edith Stein.
Por su cuenta, Llano estudió a varios teóricos del management, entre los que destacan Peter Drucker, Edgar Schein, Rensis Likert y Antonio Valero (Director fundador del IESE). Con igual interés se adentró en la sociología de autores como Pier Paolo Donati, Ronald Inglehart y Max Weber. Finalmente hay que añadir la pasión personal que desde muy joven experimentó por la literatura, en especial la poesía, que le llevó a incluir en sus libros numerosas referencias a autores como Antonio Machado, Miguel Hernández, Dostoievsky, Chesterton, Virginia Wolf, Octavio Paz…
Al contemplar la amplitud de influencias que convergen en la filosofía de Llano, se comprende cómo libró las estrecheces de una única escuela, no obstante, se puede reconocer en él a un auténtico tomista. Una razón es el lugar de preferencia que da a santo Tomás y a sus comentadores en el planteamiento de problemas y la formulación de soluciones. No significa que se limitara a un análisis histórico y exegético de santo Tomás, sino que procuró aplicar el tomismo a los problemas contemporáneos, con un modo de pensar que acusa en todos sus pasos la impronta vitalista y fenomenológica, y que se reviste de la elegancia que toma prestada de la literatura.

El hilo conductor de una obra vasta

Antes de proponer líneas guía para comprender la obra de Llano, conviene explicitar los motivos para el intento. Quienes escucharon sus clases o conferencias lo recordarán como un expositor que acompañaba ideas de alcance muy profundo con ejemplos sumamente vivaces y amenos, que hacían accesibles conceptos que, de otra manera, hubieran resultado arcanos.
Además, se desenvolvía en el aula con un estilo único, pleno de expresiones vocales y gestos vigorosos, que exhumaban vitalidad y humor, y hacía que asistir a sus sesiones fuera una experiencia inolvidable. Todo esto, que tanto sentido daba a la comunicación viva –en la que Llano fue maestro consumado– no fue igualado por su expresión escrita. En ésta, la abundancia de ideas o entreveración de argumentos filosóficos con las experiencias que buscan iluminar, al estar desprovistas del acento de la voz y la expresión mímica, pueden hacer que el lector se desanime, sobre todo si espera encontrar en ellos el mismo impacto que lograba en el aula.
Es oportuno considerar que el interés que suscitaban sus planteamientos, tanto en temas filosóficos como empresariales, se relaciona con el hecho de que sus ideas se nutrían, a la par, de su profunda formación filosófica y del hábito del quehacer directivo que ejerció de continuo. Ello dificulta la comprensión adecuada de su pensamiento cuando se intentan abordar por separado las cuestiones netamente filosóficas de las vinculadas al análisis de la dirección de empresas. El interesado en comprender las aportaciones de Llano a la teoría del management no se puede eximir de entrar en profundidades filosóficas. Y quien aborda en exclusiva las cuestiones filosóficas, menospreciando sus referencias a la acción directiva, pierde de vista un elemento nuclear de la intención que atraviesa transversalmente toda su producción.
A lo anterior hay que añadir que la producción escrita de Llano, en general, no siguió un programa diseñado de antemano (a excepción, quizá, de la tetralogía que compone el conjunto de las Bases noéticas para una metafísica no racionalista) o buscando una unidad sistemática monolítica. Siempre mostró desconfianza hacia los sistemas de pensamiento entendidos o como un cuerpo de doctrinas en el cual cada cuestión es tratada y respondida en su correspondiente lugar, o como soluciones totales en las que los diversos problemas encuentran una explicación definitiva. Buscar en su obra un «sistema de filosofía completo» constituiría un craso error de aproximación, pues ni su intención ni su manera de enfocar las variadas cuestiones pretendieron nunca construirlo. Esto no significa que su obra carezca de congruencia interna que permita comprenderla en conjunto o advertir su unidad estructural, si bien es una unidad abierta que admite abordarse de muchas formas.

Acción directiva, filosofía y antropología

Para una comprensión ordenada del pensamiento de Carlos Llano es muy útil una clasificación de sus obras. Aunque varios libros se pueden ubicar con seguridad en determinada categoría, muchos otros no entran con exclusividad en un solo campo; se proponen en alguno en función del mayor acento que presenta el contenido de sus capítulos.
Se pueden distinguir tres grandes grupos: 1) los dedicados a la Filosofía de la acción directiva y de la empresa; 2) las obras de Filosofía fundamental y metafísica; 3) los escritos de Antropología filosófica. El primero y segundo grupos de esta propuesta representan los extremos en que se polariza su obra, y el tercero el vértice en que convergen los extremos.[3] (El autor propone una distribución cronológica y temática que se puede consultar en la sección de la Obra completa de Carlos Llano, pág. 94).
De inmediato salta a la vista que los libros de la categoría «Filosofía de la acción directiva y de la empresa» componen la mayor parte de la producción bibliográfica de Llano. Lo que no significa necesariamente que sea el bloque más importante, aunque quizá sí el más definitorio y novedoso como aportación original a la filosofía contemporánea y a la teoría del management. En el segundo bloque se encuentran las obras más cuidadas, largamente concebidas y las más densas en cuanto a su contenido, en especial las del conjunto agrupado bajo el título general de Bases noéticas…
En el tercer rubro se ubican las obras más accesibles al público en general, sobre todo por su variada temática que toca cuestiones acuciantes para el hombre contemporáneo. Varios libros podrían ubicarse en una posición diferente, por ejemplo, La amistad en la empresa, cabe también en la tercera categoría; en sentido inverso El empresario ante la responsabilidad y la motivación, cuyo título parece exigir el primer conjunto, pero su contenido pertenece más claramente al rubro de Antropología filosófica. Esta clasificación perseguiría sobre todo una orientación para el lector que se interesa por el pensamiento de Llano a partir de una veta en especial de su producción.

De los vericuetos de la organización a las profundidades del ser

Como criterio orientador, puede resultar más relevante el orden que se descubre desde una visión panorámica de la obra de Carlos Llano. Desarrolla una original teoría de la empresa que parte de una descripción de la acción humana: en correspondencia con los tres elementos estructurales de la empresa –trabajo, organización y capital– distingue entre el trabajo operativo, el directivo y el ahorrado. Sin embargo, para Llano la esencia de la empresa, no está en su mera conjugación, sino que es básicamente una comunidad de personas, que aportan en conjunto esas tres modalidades de trabajo. En el análisis de la empresa centra su atención en la acción directiva que, sin separarse de las otras dos formas de acción, les otorga orden al establecer su finalidad.
Una de las más fecundas aportaciones de Llano a la práctica del management fue elaborar una teoría de la dirección a partir de los tratados clásicos sobre las virtudes, y en particular sobre la virtud de la prudencia, tal como la expone Aristóteles en su Ética nicomaquea y desarrolla después Tomás de Aquino. Las tres actividades principales que asigna a la dirección –diagnóstico, decisión y mando– se corresponden sin más con la distinción aristotélica de los tres actos fundamentales de la prudencia: consejo, juicio e imperio.
La teoría de la empresa de Llano se remonta a su fundamentación ética o, más precisamente, a su raíz en la antropología filosófica, pues aunque la prudencia es ante todo una virtud ética, es también un ingrediente del acierto directivo práctico, que no se determina explícita ni exclusivamente por reglas éticas. Una constante de su pensamiento sobre la acción directiva es comprenderla como florecimiento del ser de la persona. El perfeccionamiento de la actividad directiva es, en última instancia, consecuencia del desarrollo personal del director.
En Llano, la multifacética riqueza de la acción directiva es manifestación de la complejidad y profundidad del ser humano en que tiene su origen (de ahí su reticencia a los intentos de sistematizar con rigidez el quehacer del director de empresa, tanto en la práctica como desde una plataforma más teorética). A partir de este punto, hay que adentrarse en la concepción de la persona humana en que se sustentan los análisis de Llano sobre la acción del director. Dos notas destacan en su noción de persona: la capacidad de autodominio y el ansia de trascendencia; ambas denotan sobre todo el poder de la libertad humana, enraizada en la inteligencia y la voluntad.[4] En su antropología, esta última facultad, la volitiva, ocupa su interés de modo particular, aunque nunca en detrimento de la racionalidad práctica que tiene en la inteligencia su protagonista propio, aunque sí con acentos que hacen de la voluntad el eje definitorio del carácter de la persona.
Una de las principales implicaciones que derivan de la centralidad que Llano concede a la persona en la empresa consiste en entenderla sobre todo como una comunidad de personas. Como tal, los vínculos que amalgaman a sus integrantes no son primero los que derivan de las tareas realizadas en común, ni mucho menos de los acuerdos contractuales. La empresa como comunidad deriva de la esencial cohesión de sus miembros en tanto que seres humanos. Esto significa que la necesidad de cooperación de muchos a un mismo fin, presente no sólo en el origen de la empresa sino de toda sociedad (incluida la familia), deriva de la naturaleza social del hombre.
El ser humano no es social por necesitar de los demás, sino que tiene necesidad de los otros porque es esencialmente social. En su asociarse con otras personas se vincula con los demás a partir de dos inclinaciones que se corresponden con los polos de su naturaleza: el cuerpo y el alma espiritual. En virtud del primero, el signo distintivo de su tendencia es buscar en el otro aquello de lo que individualmente carece (afán posesivo); el segundo, en cambio, se manifiesta en un impulso de compartir lo que posee (donación). Las interacciones humanas se decantan así, para Llano, en dos formas de relación, ambas igualmente presentes en toda comunidad y, por tanto, también en la empresa, aunque no siempre en la misma proporción: la competencia y la colaboración.[5]
Deseo y efusividad como formas de inclinación comparecen también en la búsqueda humana de realización. La primera tiene como término propio los bienes de cosas o bienes materiales, y la segunda encuentra su finalidad en los bienes espirituales o bienes de persona. La estructura de la comunidad en que el hombre vaya alcanzando esa realización en concreto será muy diferente según que derive de un empeño marcado predominantemente por la consecución de uno u otro tipo de bienes. Llano reserva el mejor tipo de comunidad para la que se orienta a los bienes de persona o espirituales, pues en ella la capacidad asociativa de sus miembros trasciende la limitada satisfacción del egoísmo posesivo.
En ese contexto se comprende que proponga los vínculos de amistad como pilar por excelencia de la empresa entendida como comunidad, y que detecte también en la empresa la primera institución con capacidad para reaccionar a la marginación que la persona ha sufrido como consecuencia de la modernidad. Frente a los actuales criterios dominantes de la competencia y la búsqueda y ejercicio del poder –consecuencias sociológicas de los grandes errores modernos–, señala la colaboración y el afán de servicio como criterios emergentes de una nueva sociedad, y encuentra que la empresa los ha asumido antes que otras instituciones sociales.
Llano detecta que esa marginación de la centralidad de la persona en la sociedad, obrada por la modernidad, es consecuencia de una antropología que «dejó a la metafísica en la cuneta». De ahí que, para la comprensión cabal de su propuesta intelectual, sea indispensable remontarse a las profundidades de sus obras más decididamente filosóficas. En este punto, proponer un hilo conductor se convierte en una tarea de un grado de dificultad mayor. A fin de evitar simplificaciones injustas, el intento se limitará aquí a una breve indicación sobre las intenciones que parecen animar las aportaciones de Llano en este terreno.
Carlos Llano siempre reconoció a la Filosofía una incidencia sobre la vida social más importante que la que se le concede de ordinario. Obedece, por una parte, a la manera particular en que él concebía a la filosofía y, por otra, a las consecuencias vitales que, en su perspectiva, se derivan de la actual crisis de esta disciplina. En primer lugar, la Filosofía fue para él un quehacer ciertamente intelectual, pero siempre animado desde dentro por un afán cuya raíz no está únicamente en la inteligencia, sino también en la voluntad. Definía la Filosofía como «la aspiración a un saber radical, sintético y plenario del ser en cuanto ser». Ese carácter aspiracional que le asignaba suponía reconocer que dicho saber no procedía únicamente del intelecto, sino del fondo último de la persona, además de connotar también la insuficiencia de sus logros.
Y es que ciertamente, al pretender alcanzar un objeto tan amplio –el ser en cuanto ser– en un grado tal de comprehensión –la radicalidad y plenitud con carácter de síntesis– el filósofo no puede menos que enfrentarse con la impotencia de la inteligencia humana. De ahí que lo que más lo sostenga en su actividad sea el atractivo que su valor representa para las más hondas aspiraciones humanas. Como decía Gilson, «si el filósofo es un hombre que conoce, es sobre todo porque es un hombre que ama». Y en esa condición amorosa encontraba Llano la pauta para interesarse por un quehacer filosófico que no se detenía en puras disquisiciones abstractas, sino que apuntaba a la concreción singular de lo existente, fuese éste una persona humana o Dios. Porque así es también como entendía el objeto de esta ciencia.
El ser en cuanto ser no era, para Llano, una vaga noción abstracta sino lo existente por antonomasia: Dios y la persona humana. El largo camino recorrido en su memorable seminario impartido durante casi cuarenta años en la facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana, finalmente plasmado en su tetralogía (Bases noéticas…) muestra su empeño decidido por sentar las bases que permiten hacer filosofía con esta pretensión. Con ello daba también una respuesta a la crisis actual de la filosofía, o mejor, como él diría, de «las filosofías» que, desde la modernidad, renunciaron a la búsqueda del ser en cuanto ser, ya sea porque lo consideraban inalcanzable o porque lo declaraban inexistente.
Entre las consecuencias de esta renuncia destacó la reducción de los alcances intelectuales del hombre (manifestada en la incapacidad de verdad propia del relativismo subjetivista), el encogimiento de la realidad a mero mundo circundante, y la instrumentalización del ser, implícita en la cosificación de la persona. La propuesta filosófica de Llano se convierte entonces en la empresa de darle vuelco a esta última situación: la determinación de pasar de «las filosofías» de corto alcance a una filosofía orientada hacia el ser, que devuelva al hombre la conciencia de sus verdaderos fines y, con ello, recupere su capacidad de proyecto trascendente.
Así, con sus escritos, Carlos Llano nos hereda un camino recorrido con gran profundidad filosófica, insólitamente vinculada a la práctica y a la experiencia vital. Pero también nos transmite el reto de continuarlo al modo como él supo transitarlo: con ideas originales enraizadas en la tradición, procurando mantener viva a esta última a fuerza de reconocer su verdad, ampliarla y vivirla.[6]

Publicado originalmente en la revista ISTMO el 26 de noviembre de 2010

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[1] Además de haberse dedicado a los negocios de la familia, Carlos Llano fue, entre otras cosas, el primer presidente del Consejo Superior del IPADE y de la Universidad Panamericana desde 1966 y primer rector de esta última de 1985 a 1995, Director General de istmo de 1958 a 1984 y miembro del Consejo de administración de cerca de veinte distintas empresas, por señalar sólo algunos ejemplos.

[2] Los fantasmas de la sociedad contemporánea, El nuevo empresario en México, El conocimiento del singular y La creación del empleo.

[3] Se incluye la totalidad de las obras escritas individualmente y aquellas realizadas en coautoría que pueden considerarse indispensables en el corpus de la obra de Llano. También se puede recurrir a la propuesta que recoge Óscar Jiménez en su libro Epítome de la filosofía de Carlos Llano, pp. 917-101, que sigue un criterio más apropiado para el profesional de la Filosofía.

[4] Ya antes hubo oportunidad de destacar el papel rector que la noción de libertad juega en el conjunto del pensamiento de Carlos Llano. Cfr. Picos, Arturo: «Libertad: algo más que un vocablo», Istmo 288, enero 2007.

[5] Los conceptos de colaboración y competencia en el pensamiento de Carlos Llano han sido ampliamente abordados por Nahúm de la Vega en su profundo estudio Carlos Llano en resumen (Ediciones Ruz, 2009).

[6] Esta propuesta sugiere lecturas imprescindibles para quien quiera conocer el pensamiento de Carlos Llano, y plantea un orden que puede facilitar su mejor comprensión, que va de menor a mayor grado de dificultad.

Topics: Management, Carlos Llano, Antropología Filosófica

Arturo Picos

Escrito por Arturo Picos

Licenciatura en Filosofía por la Universidad Panamericana. Doctorado en Filosofía por la Universidad de Navarra. Programa de Dirección (D-1, IPADE). Profesor del Área de Filosofía y Empresa y director de Preceptoría en el Programa MEDEX, IPADE, sede México. Director de la Cátedra UP-IPADE «Carlos Llano». Miembro de Número de la Fundación Interamericana Ciencia y Vida.

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