Management

El trabajo ético es un buen trabajo

[fa icon="calendar"] 16-jul-2018 10:30:00 / por José Manuel Núñez Pliego

 

Cátedra Carlos Llano UP-IPADE

Cada época requiere revisar y desechar o revalorar muchas realidades sociales; una muy significativa es el trabajo, actividad humana y realidad ética. Éste no siempre fue considerado como ahora, un derecho humano (proclamado en la declaración de la ONU hace apenas una décadas). El autor aplica una lupa filosófica, analiza algunas características y lo considera un don y una conquista que enriquece al hombre y le permite, además de crecer individualmente, ofrecer su personal aportación al desarrollo social.

En épocas recientes el trabajo se ha revalorado hasta el punto de considerarlo un derecho fundamental del ser humano, cauce y expresión para insertarse en la sociedad y contribuir con creatividad a su desarrollo. Pero no siempre fue así, a lo largo de la Historia surgieron muy diversas y encontradas concepciones respecto del trabajo.

En la antigüedad, por ejemplo, los griegos no lo consideraban una actividad propiamente humana, pues impedía dedicarse a la contemplación, reputada como la actividad adecuada para el hombre libre.

Transcurrieron muchos años, hasta la modernidad, para que el trabajo empezara a valorarse positivamente; camino que se trunca por los matices que le imprimieron el capitalismo y el marxismo, al reducirlo a un intercambio económico o a un mecanismo de explotación.

Esta pluralidad de ideas se refleja en las distintas acepciones que el diccionario confiere al término, que van, desde <<ocuparse en cualquier actividad física o intelectual>>, pasando por <<intentar conseguir algo con esfuerzo>> o más negativas: <<afligir o desazonar>> o para referirse a <<una dificultad, impedimento o perjuicio>>. No faltan las burlas en la cultura popular: <<es tan malo que hasta te pagan por hacerlo>>.

Trabajo: medio privilegiado del desarrollo

Para reflexionar sobre el trabajo y sus implicaciones éticas, lo definimos como: la actividad física o intelectual que permite mediante el empeño y la adecuada elección de los medios, alcanzar, con un sistema o método determinado, un objetivo concreto.

Se trata pues, de la consecución de algo complejo o difícil cuyo arreglo requiere esfuerzo. La capacidad de exigirse facilita a las personas la posibilidad de lograr las realidades que se proponen. El modo más frecuente y habitual del esfuerzo humano en nuestra sociedad es el trabajo. Por ello, la actividad central de cualquier proyecto humano de envergadura implica trabajar.

La empresa no es la excepción. El ingrediente principal para alcanzar sus fines: desarrollar mercados, obtener ganancias, generar empleos, es el trabajo de los sujetos que la integran. Esto es tan definitorio, que bien podemos decir que no es otra cosa, que la integración del entramado de actividades particulares unificadas por una misión común. Dichos de modo más sencillo: es la suma del trabajo de las personas que la integran.

El trabajo es cimiento fundamental para construir organizaciones y medio privilegiado para el desarrollo de las personas. Como actividad humana es una realidad ética; por el simple hecho de ser humana la integran una serie de obligaciones y derechos.

Haz el bien y evita el mal: ¡ponte a trabajar!

El primer principio regulador de la ética, llamado principio de sindéresis, se formula <<haz el bien y evita el mal>>. El trabajo es imagen toral de este primer principio regulador del quehacer ético, pues es un modo primordial para realizar el bien. Como es lógico, toda reflexión ética profunda y seria comienza por lo que debe hacerse y secundariamente, por lo que ha de evitarse.

La finalidad de la ética es la consecución de un fin y, por tanto, su posibilidad para alcanzarlo se vincula a la realización de una tarea. El talento ético es una expresión del obrar del hombre y se orienta a hacer el bien. Un modo corriente y frecuente para alcanzar nuestros fines cotidianos se relaciona con nuestra actividad, nuestro trabajo. Los hombres hacemos el bien a través de nuestro trabajo.

El trabajo es motor de la persona y las organizaciones. Como realidad compleja abarca distintos aspectos; una dimensión objetiva y otra subjetiva. Quien trabaja realiza una actividad con un resultado externo y, a la vez, se transforma al realizarla. Además, como el trabajo no puede hacerse en solitario, esa tarea tiene un impacto en los demás, ya sea en quienes colaboran o en quienes se benefician del trabajo efectuado.

Las dimensiones del trabajo son:

1.-Dimensión objetiva: producto entregable (objeto externo, servicio)

2.-Dimensión subjetiva: impacto en el sujeto que los realiza (habilidades desarrolladas, actitudes, destrezas).

3.-Dimensión trascendente: impacto en el entorno, mejorando a las personas con quienes se comparte el trabajo o contribuyendo al desarrollo de la sociedad donde se lleva a cabo.

Bajo esta división podemos delinear algunas condiciones éticas del trabajo que deben considerar las tres perspectivas y ponderar sus características para que ese trabajo haga el bien.

Bien hecho es fuente de aprendizaje

Comencemos con al ámbito objetivo. La tarea en sí misma. Para que un trabajo sea bueno requiere estar bien hecho: ejecutarse con competencia profesional, con la técnica adecuada y la mayor perfección posible.

Para lograrlo, quien lo realiza requiere un conocimiento serio y estar al tanto de los avances que le permitan realizar su tarea con profesionalidad. Un trabajo bien hecho requiere preparación, esfuerzo para mantenerse al día sobre los avances del área de desempeño. Preparación y estudio permanentes, conocer bien el estado de las cosas e incorporar los constantes avances del conocimiento al trabajo personal.

Además, es imprescindible una adecuada ejecución. Un trabajo serio y competente implica cuidar multitud de pequeños detalles. Terminarlo con esmero y pulcritud, cumplir con los tiempos de entrega de los productos o servicios y atender todos los aspectos involucrados en la responsabilidad asumida. En definitiva, maestría en la ejecución. Como señala el poeta Antonio Machado: <<despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas>>. Sin duda, también hay que considerar el ingrediente de la suerte, como bien se ilustra en la narración de El viejo y el mar.

Una anécdota que relata un prestigioso abogado ilustra la importancia del bien hacer en el trabajo. Este hombre contaba su vieja amistad con un juez y un litigante. Al litigante le reclamaban frecuentemente su mala redacción. Para ayudarle, el juez, en una ocasión, después de leer una demanda mal redactada dictó en su sentencia <<hágase lo que se pide>>, y era tan mala la explicación del postulante que no pudo ejecutarse nada, pues no fue capaz de aclarar lo que se pedía.

Un trabajo realizado a conciencia supone de experiencia, de modo que sea fuente de aprendizaje. No está terminada una tarea si no se reflexiona sobre los aspectos que podrían mejorarse para realizarla de modo más eficaz y certera en el futuro. Así el trabajo se convierte también en una suerte de anticipación de los futuros quehaceres y es probable que, el paso de los años y la repetición de tareas, hagan al experto capaz de realizar su trabajo de modo más acabado.

Quizá la palabra apropiada para determinar un trabajo bien realizado es profundidad. Poner atención en la tarea que se realiza y mantener fijo el objetivo por el cual se desempeña. No perder de vista el impacto que tiene en el entramado del trabajo de otros cuyos logros, en muchos casos, serían imposibles si no entregara cada uno su parte de la mejor manera. Hacerlo con perspectiva, de modo que cada aspecto se mantenga intencionalmente vinculado a los objetivos más relevantes que se persiguen. Es, valga la insistencia, la precisión del cirujano, la estrategia del director, la sazón del chef.

El primer elemento de un trabajo ético es pues un buen trabajo. Sin profesionalismo no se podría señalar como ético en sentido pleno.

Me cambia y habla de mí

Con respecto al aspecto subjetivo del trabajo, ¿qué le sucede a la persona que lo realiza? En cierto sentido trabaja a sí misma, cambia mientras trabaja. Un buen trabajo es fruto de un buen trabajador y se es tal al realizar un buen trabajo. Son tantas y tan intensas las horas que pasamos trabajando, que nuestro trabajo manifiesta cómo somos, y a la vez, somos consecuencias del modo como trabajamos.

Es evidente que existe una relación entre nuestro ser y nuestro quehacer. Nuestras acciones reflejan nuestro ser, no podemos hacer algo que no esté de un modo u otro entre nuestras capacidades. Simultáneas las acciones humanas dejan un poso en quien las realiza, de modo que la persona va siendo su quehacer, no de modo total, pero sí generando un reflejo de su quehacer en su modo de ser.

Si atendemos a la maestría en la ejecución, podremos conocer el modo de ser de una persona por el tipo de trabajo que entrega. Cuando alguien ejecuta habitualmente su trabajo de un modo ordenado, eficaz, competente, ese trabajo <<dice>> esas características de quien lo realiza, habla de sus hábitos, virtudes y defectos. Para una valoración adecuada se requiere revisar el desempeño a lo largo de una trayectoria, no basta un hecho aislado, que puede ser fruto de una casualidad positiva o negativa.

Un aspecto más íntimo son las motivaciones e intenciones por las que cada persona desempeña un trabajo. Pueden ser de mayor o menor calado y propiciar que se convierta en alguien que busca un bien profundo y trascendente o una simple ventaja pragmática. La intencionalidad en el trabajo permite a cada uno conocer sus valores más profundos. Una persona puede trabajar objetivamente bien por motivos banales, por miedo o por la satisfacción de cumplir con un deber. Y puede también hacerlo por motivaciones más profundas: contribuir al bienestar de su familia, al progreso de su país, a su desarrollo integral como persona.

Bien hecho y buena intención

Aunque las motivaciones impactan el modo de trabajar no son definitivas para explicar un trabajo bien hecho. Pueden encontrarse motivaciones banales en trabajadores competentes y profundas en trabajadores menos profesionales. Las motivaciones de fondo dan una perspectiva antropológica que impacta de modo más o menos pleno en el trabajador, pues le permite realizarse como persona de un modo más o menos intenso.

Las motivaciones también son muy relevantes para sostener al hombre en las situaciones adversas o de dificultad y en su capacidad para sostener el trabajo de una persona, sepa que está contribuyendo a una tarea magnánima. Lo relataba de este modo un joven empresario para explicar la misión de su negocio: <<Antes vendía juguetes, hoy llevó alegría a muchos niños>>. El matiz supone más que un mero juego de palabras, las dos versiones son verdaderas, pero es más entusiasta la segunda.

La intencionalidad marca una dirección radical en la bondad de una tarea y en su calificativo ético. No puede haber un trabajo bueno sin una intención también buena. Aunque, como sabemos, la sola intención no basta para calificar un trabajo como bueno, se requiere que también lo sea objetivamente. Además de busca el bien es necesario hacerlo de buena manera.

Cuando hay esperanza se delinea el futuro

Una persona trabaja porque tiene esperanza. Aspira a lograr algo y se cree capaz de conseguirlo si se esfuerza. La confianza es fundamental para la realización feliz del trabajo y totalmente contrapuesta a quien trabaja por miedo o imposición. Una persona trabajadora tiene la convicción de que empleando una serie de medios será capaz de suscitar un futuro diverso, el futuro para el cual trabaja.

El trabajo templa el carácter y desarrolla un sinnúmero de cualidades que facilitan o dificultan la convivencia. Se aprende a valorar las aportaciones de los demás, se reconoce el valor del trabajo de quienes, cerca de nosotros, contribuyen con su esfuerzo o lograr la tarea conjunta.

La colaboración permite desarrollar muchas virtudes: se aprende a ser humilde, a escuchar y aprender de otros. A ser afable y ayudarlos a mejorar su tarea. Se practica la paciencia como ingrediente para esperar el fruto del esfuerzo y conjugar las diferentes capacidades y ritmos en la consecución de los fines deseados.

En el trabajo se generan ambientes de alegría, camaradería, entusiasmo o sus contrarios. Un lugar agradable para trabajar es consecuencia de gente feliz laborando conjuntamente y de que compañeros y colaboradores reconocen la importancia de la tarea realizada. El trabajo inspira y mueve a otros, anima en las dificultades y permite conservan el afán de logro.

Es don y es conquista

El modo como se dirige el trabajo de otros es elemento fundamental para propiciar que sea armónico y libre. Quien gobierna ha de mantener el sentido de todos los que componen un equipo. De aquí se desprenden compromisos éticos ineludibles para que las condiciones de trabajo permitan que sea digno.

La dignidad del trabajo requiere saber apreciar las tareas de los demás. Implica una remuneración que permite satisfacer con holgura las necesidades propias y de su familia. Proveer un ambiente que facilite el desarrollo de las personas, desde una relación educada y de camaradería, hasta oportunidades de mejora, ya sea con tareas de mayor responsabilidad o fortaleciendo el sentido de pertenencia, la técnica y las motivaciones para realizar con mayor impacto una tarea y mantener el deseo y disfrute en su desempeño.

El trabajo tiene una dimensión de don y de conquista. Es un don porque cada uno despliega sus potencialidades y aporta a la sociedad un aspecto genuino y personal que posibilita una mejora en su entorno, es conquista porque con empeño se consigue provocar o producir aquello que para conseguirse demanda esfuerzo.

El mundo del trabajo propicia el encuentro con otras personas y permite la socialización. Si alguien realiza su trabajo con alegría, lo entrega a los otros y además agradece el servicio que los demás prestan para conseguir el objetivo común, contribuye, con estas actitudes, a construir una sociedad más justa y armónica.

Un dirigente que valora el trabajo de todos y pondera la necesidad de cada tarea para lograr la meta conjunta, ayuda a desarrollar personas dignas, que se saben valoradas y valiosas pues este reconocimiento manifiesta que se les aprecia como personas y no simplemente como engranajes de una maquinaria.

De este modo se consigue aquilatar la diferencia de trabajar para y trabajar con. Se trabaja para alguien cuando la subordinación o el servicio tienen como destinatario a alguien y supone una absoluta sumisión. Se trabaja cuando la misión de quien trabaja trasciende la jerarquía de mando y el trabajo se concibe como colaboración y no como subordinación. Es importante lograr un ambiente en que las personas vislumbren la trascendencia de su trabajo y su impacto en el desarrollo global del entorno. Un ambiente donde cada uno sea reconocido porque su trabajo contribuye a lograr un mejor entorno.

Buen trabajo o trabajo bueno

Trabajar y vivir éticamente no guardan entre sí una relación superpuesta. Como acción humana, el trabajo tiene una dimensión ética permanente que no se añade ni se quita, es una cualidad que surge desde dentro e impacta toda tarea. Así, cabe distinguir entre un trabajo bien hecho y un trabajo bueno, pues puede hacerse de manera muy profesional algo malo, ningún trabajo puede ser plenamente bueno -por más profesional que sea- si no está orientado al crecimiento radical de la persona y la sociedad. Así como puede decirse que el objetivo de la ética no es la buena vida sino una vida buena, el objetivo del trabajo no es hacer un buen trabajo sino hacer un trabajo bueno.

Pero el trabajo es sólo una dimensión de la existencia y la vida ética no se reduce a él, demanda armonía en las otras esferas. Un hombre bueno no es sólo buen trabajador, también buen padre o madre, buen ciudadano o ciudadana, que se esfuerza por desplegar en los diversos ámbitos de su existencia todo su potencial y su capacidad por ser mejor e influir en una mejor vida para los demás.

El trabajo influye mucho en la personalidad del hombre y la mujer de hoy, no se entendería una persona buena sin incluir de manera central su trabajo. No sólo la tarea remunerada, sino toda actividad que contribuya a alcanzar los fines propuestos.

El trabajo es medio para conseguir fines importantes. Con él construimos una mejor sociedad y contribuimos a generar los bienes y servicios que permiten una vida digna. A la vez, tiene una conexión real con el desarrollo de cada individuo. Trabajar es un medio para crecer nuestros talentos, descubrirnos valiosos y capaces de aportar riqueza material y espiritual en nuestro entorno. Los fines que nos proponemos con nuestro trabajo enmarcan su grandeza. Un trabajo es tan valioso como lo es el fin hacia el que se ordena. Por eso la dimensión más profunda y su valoración ética depende de la respuesta que demos a la pregunta: ¿Para que trabajamos?

Publicado originalmente en la revista ISTMO el 29 de marzo, 2016

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Topics: Colaboración, Ética en la empresa, Buen trabajo

José Manuel Núñez Pliego

Escrito por José Manuel Núñez Pliego

Profesor en la Universidad Panamericana. Licenciado en Filosofía por la Universidad Panamericana. Doctor en filosofía por la Universidad de Navarra

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