No me refiero al futuro de nuestros hijos o de nuestros nietos. Me refiero a nuestro futuro, el tuyo y el mío, y el inmediato de todos los que nos rodean. ¿Cómo nos afectarán los acontecimientos que estamos presenciando? ¿De qué forma repercutirán en nuestra existencia los cambios, las emergencias, los desajustes y las confrontaciones de un mundo, un país o una sociedad, que parece tener una gran riqueza de medios y al mismo tiempo un desconcierto acerca de los fines hacia los que hay que dirigirse?
En la última semana el Banco de México ha manifestado su preocupación por la salida de divisas en el país. Y ello a pesar de la subida de las tasas interés, cosa que resulta aún más preocupante. El índice de asesinatos dolosos sigue aumentado, la seguridad no ha deja de ser una prioridad, la falta de transparencia en la toma de decisiones, el conflicto con el magisterio, la corrupción exacerbada en políticos destacados, la reapreciación hacia la baja del crecimiento económico para el 2016, y unas expectativas que no son alentadoras para el 2017 deberían hacernos reflexionar.
A nivel internacional los nubarrones se amontonan. Italia enfrenta una crisis bancaria que la vuelve a sumir en la crisis. España no encuentra la fórmula de la gobernabilidad, ante una sociedad políticamente polarizada. Gran Bretaña evidencia una división, con consecuencias imprevisibles por su salida de la Unión Europea. Estados Unidos se encamina a una elección que podría ser histórica, en medio de una sociedad que está volviéndose antagónica: ricos y pobres, clases medias y oligarquías, violencia racial y un modelo de desarrollo que pueden apuntar a la cerrazón, cuando lo que se necesita es una visión de conjunto.
El terrorismo sigue campeando por sus fueros. Los recientes atentados en Niza, en Bagdad y la volatilidad de gran parte del medio oriente y del África islámica, junto con las tensiones del imperialismo de Putin, la locura de Kim Jong-un o la indescifrable política que seguirá China ante sus antinomias estructurales no hacen sino apuntar a la necesidad de estar muy vigilantes. Y eso por no seguir hablando del golpe de Estado en Turquía, el trágico desenlace que se avizora por la represión y contumacia del régimen chavista en Venezuela, que está provocando un sufrimiento exacerbado en la población.
Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. La crisis mundial ha dejado de ser puntual y circunscrita. Se trata de un estado de crisis, que a todos nos obliga a replantearnos el sentido de lo que hacemos, el por qué de nuestras acciones. Es ilusorio pensar que puedo salvarme sólo en un mundo y una sociedad sujeto a fuerzas centrífugas.
La llamada a volver sobre nuestros pasos, revisar el modelo económico, poner fin a la arbitrariedad y al desconcierto es más urgente que nunca. México necesita de unas élites intelectuales, académicas, políticas, económicas y sociales, que inicien el cuestionamiento del pacto social que actualmente nos rige, y que se decanta en el privilegio, el abuso de poder y la confrontación. Es necesario empezar a pensar en algo que sea mejor y que sea superior, en algo que nos ayude a movilizar lo mejor de nosotros mismos, en lugar de dejarnos llevar por la inercia, el conformismo o el optimismo simplista del que no quiere hacer algo para el futuro.
Publicado originalmente en El Economista