Management

La libertad en la acción directiva

[fa icon="calendar"] 27-dic-2017 5:00:00 / por Arturo Picos

libertad-accion-directiva.jpgPara Carlos Llano, la acción directiva deriva de la complejidad y profundidad del ser humano. De ahí que dirigir empresas no se pueda configurar como la mera aplicación de técnicas diseñadas desde un sistema organizativo. 

Más que por el ejercicio de una función, se caracteriza por cualidades que surgen del talante personal del director.

Determinar esas cualidades es tarea que Llano emprende deductivamente, tomando como punto de partida la esencia del acto de dirigir que la distingue de otras acciones operativas.

Define tres actividades esenciales de la dirección:

  1. Diagnóstico.
  2. Decisión.
  3. Y mando.

Estas se corresponden con los objetos a que se orientan:

  • La situación.
  • La meta.
  • Y los hombres que han de alcanzarla.

A cada actividad conciernen cualidades que potencian su alcance, según el modo propio de las virtudes.

El diagnóstico se refuerza con la objetividad y la humildad, la decisión amplía su alcance con las virtudes de la magnanimidad y la audacia, y finalmente la constancia en el esfuerzo, la confianza en los demás la fortaleza ante las dificultades, potencian la actividad del mando.

El diagnóstico, como momento intelectual prevalente de la acción directiva, exige estar determinado por la situación de la realidad misma sobre la que se quiere intervenir, lo que puede dificultarse por la interferencia de las preferencias subjetivas de quien decide. Es decir, el diagnóstico no se logra cuando en lugar de ver las cosas como son, las veo como quisiera que fueran.

Para evitar esto se requiere de la objetividad en relación a las oportunidades y amenazas propias de las circunstancias; y de la humildad, referida a las personales capacidades para aprovecharlas.

Aquí aparece por primera vez la libertad. Porque aunque la objetividad incide en la inteligencia, no se origina únicamente en ella, sino en la determinación de la voluntad –libertad– para no dejar que la subjetividad prevalezca por encima de la realidad objetiva. Y por lo que respecta a la humildad, si bien es primordialmente un juicio que se dirige a la verdad acerca de la propia subjetividad, esta justipreciación depende en última instancia de un acto de desprendimiento del propio yo que es también, en definitiva, un acto de suprema libertad.

¿Qué decir con respecto a la decisión? No sólo se trata del acto directivo por excelencia, donde quien dirige señala la dirección a la que han de orientarse las acciones a emprender, sino también del acto paradigmático del ejercicio del libre albedrío. En la decisión se da el salto a la acción, al convertir lo pensado en realizaciones. Con la voluntad libre se resuelven las siempre insuficientes razones que puede haber para seguir determinado curso de acción. Entre esas razones no suficientes destacan las que puede haber en torno a la meta misma.

En el ámbito de las acciones contingentes, propio del ejercicio de la capacidad de decisión, nada obliga definitivamente al hombre a elegir una meta con preferencia de otra. No obstante, con relación a las metas, el hombre siempre corre el peligro de quedarse corto, de elegir una finalidad que lo degrade lleve a un punto muy por debajo de las posibilidades entitativas de su naturaleza.

De allí deriva la importancia de la magnanimidad, por la cual el hombre se hace capaz de decidir metas que lo elevan por encima de sí mismo. Nuevamente entra aquí el protagonismo de la libertad, pues esa superación, en última instancia, no es otra cosa que la libre afirmación del propio ser, en expresión de Millán Puelles.

Junto con la magnanimidad, la decisión requiere la audacia de quien pone en juego las capacidades exigidas para alcanzar la meta propuesta, entre ellas destaca la capacidad de riesgo. Para alcanzar las metas trazadas, el hombre necesita aplicarse a ello, lo cual supone, sobre todo cuando la meta es magnánima, arriesgarse a conseguir lo que requiere para lograr lo propuesto. He aquí, una vez más, la presencia de un rasgo distintivo de la libertad humana. Sólo cuando el ser humano se dispone a asumir un riesgo desarrolla su capacidad de decidir.

Entre los riesgos que asume quien actúa directivamente, es muy importante el de confiar en los demás para lograr el objetivo. Entramos así en el tercer componente de la acción directiva, la modalidad del mando. Mandar a otros va más allá de emitir órdenes. Supone contar con la aceptación de lo mandado, nuevamente un acto de libertad, ahora por parte del que recibe la orden.

Que aceptar lo mandado pase por la libertad del subordinado (no es otra cosa que la obediencia) representa, por parte de quien manda, correr el riesgo de no ser obedecido.

De ahí la necesidad de la confianza, que también para quien manda es un acto de libertad. Confía en el otro sólo quien quiere hacerlo, lo que implica que el mando comienza por mandarse a uno mismo ejercer un acto arduo: depositar en el otro la propia confianza. Exige fortaleza para enfrentar la dificultad y constancia para sostenerse en el esfuerzo que comporta alcanzar metas magnánimas con el concurso de los demás.

Este es el segundo extracto que publicamos del e-Book “Libertad, algo más que un vocablo”:

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Arturo Picos

Escrito por Arturo Picos

Licenciatura en Filosofía por la Universidad Panamericana. Doctorado en Filosofía por la Universidad de Navarra. Programa de Dirección (D-1, IPADE). Profesor del Área de Filosofía y Empresa y director de Preceptoría en el Programa MEDEX, IPADE, sede México. Director de la Cátedra UP-IPADE «Carlos Llano». Miembro de Número de la Fundación Interamericana Ciencia y Vida.

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