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Raíces antropológicas de la libertad

[fa icon="calendar"] 29-nov-2017 5:00:00 / por Arturo Picos

Raices-antropologicas-de-la-libertad.jpgDiagnóstico, decisión y mando como actos definitorios del dirigir son, en Carlos Llano, tres manifestaciones señeras de la precedencia que lo entitativo tiene siempre respecto de lo operativo.

El adagio filosófico operatio sequitur esse, la operación sigue al ser, es una constante en sus consideraciones en torno a la acción directiva. Para él, el alcance de las acciones propias del dirigir sigue a la profundidad del ser de quien las realiza, es decir, de la persona misma del director.

No en balde la atención que Llano presta a la cuestión del carácter del director, que para él no constituye una mera amalgama superficial de rasgos temperamentales, sino esa unidad de cualidades internas, identificadas a tal punto con la mismidad del ser del director, que configuran su personalidad.

Nos trasladamos así al terreno de la antropología. De diversas maneras ha manifestado que su estudio de la empresa, realizado siempre desde el punto de vista de la acción de dirigir, remite siempre a la antropología filosófica, y nosotros detectamos que, en esta disciplina, emprende la tarea de restaurar el papel que la voluntad libre juega en la realidad del ser humano.

Al analizar la acción directiva Llano pone de relieve que, en el acto de dirigir, tan importante como pensar lo que se quiere, es querer lo que se piensa. La importancia de los planes, procesos, proyectos propios del pensar lo que se quiere, no pueden desplazar lo verdaderamente decisivo: el <<yo quiero>> de tal proyecto, lo más profundo y eficaz.

Ese <<yo quiero>> no es intelectual, sino volitivo, y aunque no cambia lo pensado en tanto pensado, lo convierte en verdaderamente realizable. Sin el <<yo quiero>> las ideas prácticas carecerían de lo más básico: dejan de ser prácticas.

En la decisión de lo pensado, la razón, si bien inspira a la voluntad, es incapaz de moverla eficazmente. La razón como causa última de las decisiones humanas constituye lo que califica racionalismo leibnitziano. Para él es sumamente importante reparar en el riesgo inherente a la decisión humana, pues remite al principio de razón insuficiente: el entendimiento hace propuestas a la voluntad, pero esta siempre puede rechazarlas, pues ninguna entraña necesidad en el sentido de que no quepa espacio a la alternativa contraria.

Sin ello desaparecería la posibilidad real de la libertad volitiva. No siendo el entendimiento capaz de mover del todo (Llano diría, ¡en modo alguno!) a la voluntad, sólo cabe postular que la voluntad se mueve a sí misma, en una acción reflexiva por la que se erige en causa de su propio movimiento. En esta reflexividad se ubica el centro de la personalidad libre del hombre.

De distintas maneras ha puesto de relieve la importancia y centralidad del factor volitivo en la comprensión de las realidades humanas. Una es la implicada en la noción de lo que llama <<decisiones decisivas>>. A partir de mencionar que hay decisiones que, por la inocuidad de su objeto, apenas merecen tal nombre, se traslada al terreno del ejercicio más radical de la libertad: el de la querencia del fin del hombre, vale decir, de lo que define proyectivamente la existencia del propio ser humano.

En este ámbito, el <<yo quiero>> es fundamentalmente compromiso con las posibilidades más íntimas de la persona. La decisión del propio fin de la vida humana pone de manifiesto un nuevo significado del poder de la libertad: más que en la facultad de escoger lo que fuere, el poder radical de la libertad es la capacidad de la persona de alcanzar, a través de su ejercicio, la verdad de su ser. En este sentido, la libertad va más allá de la mera indeterminación.

Sólo hay verdadera decisión cuando se ejerce sobre lo que versa sobre el propio ser. En ese nivel, el ejercicio más perfecto de la libertad es la entrega de sí mismo, propia del amor, que culmina en el don de sí, pasando por la renuncia, que es a la vez condición sine qua non y consecuencia del amor.

Para amar es necesario disponer de sí, y no dispone de sí quien no tiene dominio sobre sus inclinaciones, lo cual es privilegio de la persona virtuosa. A la vez, ese autodominio sólo tiene sentido en función de la capacidad de destinarse de la persona, esto es, de entregarse a otra en la donación amorosa.

La libertad, según Carlos Llano, pasa a ser autodeterminación entitativa, sobre la base del previo autodominio, que culmina en el don de sí al otro.

Extraído del E-book Libertad, algo más que un vocablo.

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Arturo Picos

Escrito por Arturo Picos

Licenciatura en Filosofía por la Universidad Panamericana. Doctorado en Filosofía por la Universidad de Navarra. Programa de Dirección (D-1, IPADE). Profesor del Área de Filosofía y Empresa y director de Preceptoría en el Programa MEDEX, IPADE, sede México. Director de la Cátedra UP-IPADE «Carlos Llano». Miembro de Número de la Fundación Interamericana Ciencia y Vida.

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