Filosofía

Aristóteles y los dos pilares de la amistad

[fa icon="calendar"] 21/08/19 13:35 / por Gabriel González Nares

 

Cátedra Carlos Llano UP-IPADE

Todos deseamos tener amigos. Nadie puede ser feliz sin ellos. Los amigos hacen que nuestras vidas sean placenteras y que nosotros nos sintamos seguros y apreciados. Son los amigos, como personas, fines en sí mismos que hacen que podamos disfrutar las cosas. Cultivar una amistad es algo un tanto difícil. Se necesita de tiempo, coincidencia, disposición. Unas copas de vino vienen bien. Sin embargo, hay dos pilares sin los que no es posible comenzar y mantener una amistad: la reciprocidad y la claridad de las intenciones de los amigos.

La única manera de tener un buen amigo es serlo uno mismo. Así, se necesita de, al menos, dos personas para entablar una relación amistosa. Pero no basta con comenzarla, sino que lo difícil es trabajar para que ella persista. Para saber cómo cultivar una amistad hay que saber por qué ésta comienza. Este punto lo sabe muy bien Aristóteles, quien dice que nos volvemos amigos de otros por tres causas: por conveniencia, placer o virtud. Por conveniencia podemos forjar una amistad útil, pero que no vive mucho: se acaba cuando la utilidad termina. Por placer, podemos desarrollar una amistad más larga que la primera, pero no más noble, pues deseamos al amigo más por el placer que nos da que por él mismo. Por virtud llegamos a ser amigos de alguien para gozar de la construcción de una mutua excelencia. Amamos al otro en tanto que es otro, no en tanto que tiene algo que yo pueda usar o que proporcione un placer para mí.

Sea cual sea el tipo de amistad, los dos pilares necesarios de la reciprocidad y la claridad de las intenciones de los amigos son indispensables. Aristóteles, en la Ética nicomaquea, corona el proyecto de la vida lograda con una teoría de la amistad: la vida lograda sólo puede ser plena cuando es compartida con otros. Aun así, aquella coronación sólo puede construirse sobre los dos parámetros para la formación de las relaciones amistosas son las condiciones de posibilidad sin las que no se da aquella relación. El filósofo dice lo siguiente: “Tres son, pues, las especies de amistad, iguales en número a las cosas amables. (utilidad, placer, el otro en tanto otro) En cada una de ellas se da un afecto recíproco y no desconocido (ἀντιφίλησις οὐ λανθάνουσα) y los que recíprocamente se aman desean el bien los unos de los otros en la medida en que se quieren.” (Ética nicomaquea, VIII, 3, 1156ª 6-10)

Veamos cómo Aristóteles dice con claridad que la amistad, en cada uno de los tres niveles, tiene un fundamento de afecto que es claro y no desconocido. Sin importar que la amistad pueda ser más o menos pura, de lo útil al amor por el otro. El afecto es la pasión, o respuesta sentimental, que hace surgir en nosotros alguien externo, pero ¿qué son la reciprocidad y la claridad de este afecto?

Reciprocidad, lo mismo en equilibrio

El término que Aristóteles usa para referirse a la reciprocidad es ἀντιφίλησις, lo que literalmente significa “contra amor”, si somos un poco más profundos podremos comprender también que esta palabra significa “amor dado en retorno”. La reciprocidad es un equilibrio en la pasión que los amigos sienten entre sí, de modo que, en el afecto y en el aprecio, cada uno da lo mismo que lo recibido. La amistad recíproca se convierte en un espejo en el que los amigos ven reflejado el afecto que se tienen.

Una amistad en donde la reciprocidad mengüe entra en una zona de inestabilidad. O bien porque uno de los amigos tenga un afecto más fuerte que el otro, o porque uno de ellos tenga un afecto menor. El desequilibrio del afecto puede llevar a que la amistad termine, pues sobreviene el cansancio del amigo que más se esfuerza, y el cansancio puede convertirse en enfriamiento.

Entonces ¿cómo evitar el desequilibrio? Primero con empatía: sentir lo que el otro siente. Luego, con cultivo y dedicación a esa relación. Aunque, si uno de los dos amigos no está dispuesto a profundizar el afecto, lo mejor, quizás, sea terminar con tal relación. Una amistad siempre es libre. No existen los amigos por obligación.

Claridad, hacer visible la intención: ¿para qué es esta amistad?

Sobre la afección de los amigos, Aristóteles dice que es ésta es una “ἀντιφίλησις οὐ λανθάνουσα”, es decir, “una reciprocidad no oculta” y así, es una reciprocidad clara. Lo primero que esto significa es que los amigos no ocultan cercanía: muestran su mutuo aprecio. Pero lo segundo es cosa más profunda, pues esta claridad no sólo es visible en las muestras de afecto, sino en las intenciones de los amigos, que no son otra cosa que los planes y las expectativas de aquella amistad de cara a los proyectos de vida de cada uno.

Cuando las intenciones de la amistad son claras y armoniosas, ella dura. Pero puede pasar que las intenciones no sean claras. Que un amigo quiera llevar la amistad para un rumbo, pero el otro amigo no lo quiera así. Por otra parte, la intención que no se dice puede convertirse en subjetiva e individual más que intersubjetiva y común. Las amistades que no son claras se debilitan. Así que, ¿cómo evitar el ocultamiento de las intenciones? La comunicación vence el ocultamiento. Los planes y expectativas hay que decirlos. Es virtuosa la amistad que es clara en su finalidad. Por eso aprender a comunicar y a hablar es importante.

En última instancia hay que recordar que amamos y servimos a personas concretas, no a ideas abstractas. Cualquier persona concreta es mucho más valiosa que cualquier idea imaginaria.

Para María Fernanda V.

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Topics: Amistad, Aristóteles

Gabriel González Nares

Escrito por Gabriel González Nares

Gabriel González Nares es maestro en Filosofía Antigua por la Universidad Panamericana, México y licenciado en Filosofía por la misma universidad. Ha sido profesor de filosofía en el Colegio Montreal y en el departamento de Humanidades de la Universidad Panamericana, donde, en la actualidad, es profesor investigador de tiempo completo en la escuela de pedagogía. Ha asistido a congresos sobre filosofía medieval en Santiago de Chile, Nueva York, París y Atenas. Se interesa por la filosofía de la educación, la metafísica y la Dialéctica medieval, especialmente en la transición de la Antigüedad tardía a la Alta edad media latina. Es miembro de la Asociación filosófica de México y columnista en la Cátedra UP-IPADE Carlos Llano.

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