Filosofía

Carlos Llano Hombre de inteligencia multifuncional

[fa icon="calendar"] 27/07/15 21:29 / por Héctor Zagal

Cátedra Carlos Llano UP-IPADE.jpgRechazó el estereotipo del filósofo que se limita a reflexionar y buscó sacar provecho de sus habilidades: enseñar, divulgar, escribir y emprender. ¿Cómo lo logró? Gracias a que concilió, de la mano del cristianismo, sus aspiraciones intelectuales, humanas y de negocios.

¨La posición inicial de mi pensamiento debe ser la del asombro y no la de la duda."

Carlos Llano

¿Por qué escribir sobre Carlos Llano? ¿Por qué preocuparnos por entender su pensamiento? ¿Es una figura relevante para la historia de la filosofía? ¿Fue un pensador original? Y, en tal caso, ¿cuáles fueron sus aportaciones específicas? ¿Es una figura clave del management contemporáneo? ¿En la alta dirección de empresas en México? ¿O estamos magnificando una figura por falta de perspectiva histórica? ¿Cuál es su legado intelectual?

Estas preguntas pueden resultar políticamente incorrectas, incluso ofensivas, para quienes conocimos y tratamos a Carlos Llano. Sin embargo, son perfectamente válidas y no haríamos justicia al personaje si no intentáramos responderlas.

La fama es frágil en el mundo de los negocios. ¿Dónde quedaron los ejecutivos japoneses de los que allá por los años setenta se hablaba a todas horas en las escuelas de administración? Me he topado con MBA que desconocen quién fue el fundador de Ford. Mucho menos saben que parte de su estrategia consistió en subir el sueldo a los obreros. 

La muerte de Steve Jobs lo colocó en los estantes de las librerías. Dudo, sin embargo, que en treinta o cuarenta años alguien se preocupe por conocer su biografía. La fama es efímera, casi baladí. 

Confieso que no estoy seguro de que Carlos Llano trascienda en la historia del pensamiento y del management. Para no ir tan lejos, hace algunos meses, comí con algunos empresarios jóvenes. Yo era el bicho raro de la reunión. ¿Qué hace un filósofo? ¿Es una especie de astrólogo? Para explicar mi trabajo, se me ocurrió comentar que escribí un pequeño texto sobre ética y empresa con Carlos Llano. Me quedé desolado cuando tres de los cinco empresarios no supieron a quién me refería.

Y, sin embargo, aquí estoy, presentando este pequeño texto sobre Carlos Llano. Me mueve, ante todo, el agradecimiento; porque si bien tuve serias diferencias con él en algunos temas, siempre recibí su aliento y apoyo.

Éste es un homenaje y una introducción a su obra. Pero cuidado: homenaje no es sinónimo de panegírico. No soy hagiógrafo –redactor de vidas de santos–, sino un profesor de Filosofía. En consecuencia, opino que el reconocimiento sin crítica es un elogio necio y, frecuentemente, bobo. El mejor homenaje a un pensador es el diálogo. Los grandes maestros nos enseñan, sobre todo, a preguntar.

Profesor, conferencista, escritor y empresario. Sus pasiones fueron enseñar, divulgar, escribir y emprender. Todo esto desde una perspectiva católica.

Podemos estar en desacuerdo con algunas posiciones intelectuales del doctor Llano, lo cierto es que un importante sector del catolicismo mexicano abrevó en él. Obispos acudían a él para pedir su ayuda con algún discurso o intervención pública. Algunos empresarios, más o menos preocupados por la doctrina social de la Iglesia, hablaban con él para intentar conciliar su tarea con tales preceptos. Por ello siempre fue una figura cercana a la Unión Social de Empresarios de México.

Carlos Llano intentó poner en práctica algunos principios cristianos en las instituciones. La fundación del IPADE y la Universidad Panamericana pueden leerse desde esta óptica. Llano las fundó y dirigió con la pretensión de mostrar que la doctrina social de la Iglesia, y en general la moral cristiana, es algo más que una hermosa colección de buenos deseos. Hasta qué punto lo logró es otro asunto. Lo interesante, me parece, es la asunción del reto. Fue un empresario que, si bien rehusó llamarse oficialmente católico, siempre pretendió que las instituciones que impulsaba tuvieran este cariz.

Llano fue una de las figuras más importantes de la intelectualidad católica mexicana en la segunda mitad del siglo XX. Es bien sabido que desde el punto de vista cultural, el catolicismo mexicano vive una profunda crisis desde los años sesenta. ¿Dónde están los teólogos mexicanos? ¿Dónde los escrituristas? ¿Dónde los polemistas? Los católicos mexicanos no han tenido en el siglo XX un Chesterton ni un Péguy.

En este erial cultural del catolicismo mexicano, Llano destaca junto con otras pocas figuras: Antonio Gómez Robledo (1908-1994), Mauricio Beuchot (n. 1950), Javier Sicilia (n. 1956) y Gabriel Zaid (n. 1934). A los primeros dos se les conoce por su trabajo como investigadores especializados; al segundo, por su creación literaria y, más recientemente, por su activismo político. El perfil de Zaid, en cambio, es complejo: poeta, ensayista, crítico literario, hombre preocupado por la política, pequeño empresario, hombre profundamente independiente. No me cabe la menor duda, de que la figura señera de la inteligencia católica mexicana es éste último y que, por lo pronto, no se entrevé ninguna capaz de emularlo.

LA INTELIGENCIA VERDADERA ES MULTIFUNCIONAL

Esa aparente digresión apunta hacia un rasgo crucial en la personalidad de Llano, su multifuncionalidad. Zaid y Llano comparten un elemento más bien raro entre los intelectuales, a saber, su versatilidad. Esto los hace tan interesantes y admirables. No es frecuente hallar entre los intelectuales, individuos capaces de leer estados financieros, de entender de comercialización y planeación fiscal. Enseñar, divulgar, escribir y emprender no son habilidades que suelan darse juntas. Zaid y Llano son, mucho me temo, una especie en extinción.

Este aspecto de la personalidad de Carlos Llano no fue casual. Se trató, en todo el sentido y hondura del término, de un rasgo expresamente cultivado por él. Llano desconfiaba de las personalidades unidimensionales, aquellas en que la capacidad especulativa atrofia la capacidad práctica y viceversa. Para él, la inteligencia era multifuncional o no era inteligencia verdadera. Por ello, siempre se mantuvo en guardia en contra de un desarrollo de la inteligencia teórica a costa de la racionalidad práctica. 

Medio en broma medio en serio, solía decir «los animales son los grandes especialistas ». Lo propio del ser humano, apuntaba entonces, es su capacidad de enfrentar problemas diversos. Los castores levantan represas sorprendentes, las abejas construyen magníficos panales, pero sólo el ser humano se puede plantear si vale la pena hacerlos. Lo típicamente humano es la capacidad de desplegar la inteligencia en diversos ámbitos de la vida.

Carlos Llano no fue un académico arquetípico. No quiso serlo. Prácticamente no dirigió tesis y rara vez participó en congresos especializados. Sí impartió clases de filosofía en la Universidad Panamericana con constancia admirable. Rara vez faltaba y, cuando lo hacía, reponía la sesión en otro horario. Llevaba sus clases escritas, redactadas; eran las notas que años después publicó en forma de libros. Aunque sus asignaturas tenían el nombre de seminarios, en realidad se trataba de lecciones. No se examinaban textos ni se discutían en clase, sus sesiones eran eminentemente expositivas. Eso sí, valoraba mucho las preguntas y objeciones de sus estudiantes.

Con todo, careció de discípulos en el sentido tradicional del término. El motivo es muy simple: prácticamente no dirigió tesis de licenciatura y, hasta donde sé, nunca dirigió una tesis doctoral en filosofía.

Fue hacia el final de su vida cuando se propuso insertarse en el mundo de la investigación. Ingresó tardíamente al Sistema Nacional de Investigadores (SNI), lo cual lo llevó a dirigir tesis de filosofía; hasta donde he podido averiguar, sólo una.

Sus publicaciones de filosofía especializada se agolpan hacia el final de su vida: Sobre la idea práctica (1998), Examen filosófico del acto de decisión (1999), El conocimiento del singular (2001), Etiología del error (2004), Etiología de la idea de la nada (2004), Abtractio (2005), Separatio (2006), Demonstratio (2007), Reflexio (2008), Análisis filosófico del concepto de motivación (2009). La cronología habla por sí misma.

Carlos Llano disfrutaba mucho escribir y estudiar. Recuerdo que me contó que no conocía el Louvre, porque la única vez que tuvo un rato libre en París prefirió quedarse en el hotel para leer a Kant. Yo, por supuesto, me escandalicé con la anécdota, pero él arguyó que se trataba de una cuestión de gustos. Él disfrutaba más la lectura de la Crítica de la razón pura que admirar la Mona Lisa. Frente a esa argumentación, una cuestión de gustos, mis objeciones cayeron al vacío.

¿Por qué si disfrutaba tanto estudiar y escribir no se dedicó completamente a la academia? Aventuro una explicación doble. Por un lado, sus obligaciones familiares se lo impidieron. Llano provenía de una familia de negociantes españoles y hasta el último día de su vida estuvo pendiente de ellos. De hecho, murió en Miami, durante un viaje para arreglar algunos negocios.

Por otro lado, conjeturo, temía convertirse en un intelectual de «torre de marfil». Muchas veces me animó a no perder el piso, recomendándome con insistencia el conciliar mi trabajo académico con algún empleo práctico. Y este consejo, por lo que he sabido, lo impartía constantemente a quienes estudiábamos filosofía.

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Topics: Enseñanza de la filosofía

Héctor Zagal

Escrito por Héctor Zagal

Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra. Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana. Autor de Ética para adolescentes posmodernos y Gula y cultura.

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