Filosofía

Cultivar la sensibilidad: central en la formación del carácter

[fa icon="calendar"] 13/04/20 10:40 / por Laura Cremades Granja

 

Father and kid playing with paint colors

Para que la razón y la voluntad tomen el liderazgo, integrados a los sentimientos, Carlos Llano ubica la sensibilidad como necesaria, pero aclara que “aunque ello cause el rechazo de muchas maneras de pensar de nuestro tiempo, la formación del carácter necesita enfrentarse con el hecho, no siempre admitido, de que lo sensible (tanto en su aspecto aprehensivo –los sentidos- como en su aspecto tendencial –apetito sensitivo-) es inferior a la aprehensión del entendimiento y a las tendencias de la voluntad… La inteligencia y la voluntad se ubican encima de lo sensible. Lo sensible es el ámbito que el ser humano comparte con el resto de los animales. No por ello se hace en modo alguno despreciable, ya que el hombre, por esencia, es animal, y dejaría de ser hombre si careciese de sensibilidad. […] La sensibilidad no debe abolirse –tarea por demás inútil- sino cultivarse. […] Buena parte de la lucha ascética consiste en ordenar los sentimientos para que contribuyan positivamente a la actividad buena del hombre. […] La recta consideración de este cultivo de la sensibilidad es uno de los capítulos centrales de la formación del carácter, ya que éste tiene su punto álgido en la verdadera ubicación de las facultades del hombre y su acertada mutua relación. De estas facultades, las únicas que no se encuentran bajo el dominio o señorío del sujeto humano son precisamente las responsables de la afectividad, como la imaginación y los apetitos”[1].

“El problema basilar del carácter se encuentra en el ámbito de los sentimientos y en la influencia que éstos ejercen sobre la voluntad y sobre la inteligencia (es decir, sobre el hombre entero): es el problema del sentimentalismo”[2], y también sobre el cuerpo, ya que todo sentimiento y emoción tienen un componente corporal. “Cuando la voluntad se deja influir por los sentimientos más que por la inteligencia, ésta sufre una atrofia en su papel orientador de las tendencias volitivas. Ello ocurre cuando el impulso del sentimiento (o, como también se le llama, juicio del sentimiento) se anticipa y prevalece sobre el de la razón o inteligencia; y esto tanto si los sentimientos son buenos (conformes con la naturaleza humana y la razón que la expresa) como si no malos o indiferentes. En el pensamiento clásico, si los conocimientos, además de buenos, siguen a la razón, las acciones no sólo tendrán mérito, sino que serán perfectas. […] Denominamos sentimientos, con la filosofía clásica, a toda tendencia que tiene su origen principal en las aprehensiones sensitivas. Cuando los sentimientos afectan a todo el sujeto, suelen llamarse emociones; y pasiones cuando se dan con especial vehemencia. […] (Sin embargo, lo maravilloso es recordar que) ‘La perfección moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad, sino también por su corazón’, dice Santo Tomás de Aquino (en la Suma Teológica II-II, q. 24, a.3, c.). […] Debe señalarse, en el mismo contexto clásico, que una acción buena debe hacerse aun en contra de todo sentimiento, y ello es mejor –más perfecto- que no hacerla. […] Para que el sentimiento no ejerza esa tarea atrofiante de la inteligencia, ésta debe valorarlo y presentarlo a la voluntad con su recomendación o repulsa intelectual. Cuando no se da esa consideración seria, sino que el sentimiento invade la esfera volitiva con su propia fuerza, traspasando el ámbito intelectual con fugacidad y desaprensión, es precisamente cuando tiene lugar el sentimentalismo. […] La costumbre o hábito de que la voluntad siga al sentimiento, y la consecuente atrofia de la inteligencia, constituye en muchos casos el centro de los malos hábitos y de las conductas desacertadas. La adquisición del carácter gira en buena parte alrededor de ese centro, para quitarle su fuerza gravitatoria”[3].

El logro de la armonía humana, ubicando el sentimiento en el lugar que le corresponde, suele seguir dos caminos equivocados: a) procurar que surjan sentimientos buenos en lugar de sentimientos malos (hasta llegar a ser lo que se llama ‘un hombre de buenos sentimientos’)… Se elude el centro del problema… la marginación intelectual, que tiene lugar tanto si los sentimientos son buenos como si los sentimientos son malos. La conducta del hombre, entonces buena, podría ser buena desde el punto de vista de sus resultados externos, pero internamente no sería una conducta propiamente intelectual sino, precisamente, sentimental. Los buenos sentimientos evidentemente favorecen la buena conducta, pero deben ir a la zaga, perfeccionando y no determinando los actos superiores del espíritu. Es especialmente clara la importancia de los buenos sentimientos en la educación del niño, pues antes del uso de la razón su comportamiento depende fundamentalmente de sus sentimientos… La mera posesión de buenos sentimientos no suele obtener los resultados pretendidos, porque los hombres no somos directa y originalmente dueños de nuestros sentimientos, sino de nuestra conducta. El hombre debe habituarse a obrar de acuerdo con lo que intelectualmente conviene, y no de acuerdo con lo que sentimentalmente se inclina. b) Procurar que no surjan malos sentimientos. Este proceso puede ser más positivo que el anterior en la medida que propicia lo que clásicamente se ha llamado huir de las ocasiones –lugares, compañeros, visitas, imaginación- que suscitan malos sentimientos (esto es, sentimientos que deterioran lo que naturalmente somos y van por ello en contra de las propuestas de la inteligencia)… Pero los sentimientos perversos pueden surgir aunque no los susciten ocasiones externas: el hombre está cargado de concupiscencias, de apetencias irracionales y no puede huir de sí mismo”[4]. Es el drama de la existencia humana, la carga de sensaciones, que a la vez caracteriza al hombre. Sin embargo, este drama encuentra en las virtudes el justo sentido de ser. Canalizar adecuadamente ese estar cargado de toda esa sensibilidad es vivir para la amistad, con generosidad y abierto a los demás, abandonando la actitud de sólo contemplarse a sí mismo para contemplar lo que hay más allá y a los demás. Además luchando continuamente por la prudencia.

“El empeño de la forja del carácter en relación con el sentimentalismo ha de seguir un derrotero más claro: que la voluntad se acostumbre a actuar de acuerdo con los juicios de la inteligencia y que la inteligencia se habitúe a considerar las cosas –planes, proyectos y acciones concretas- con visión objetiva de lo que somos y debemos ser”[5]. Porque, además de no estar basados en la verdad, los sentimientos se disfrazan, se encubren de razón y pueden variar sin que la persona pueda preverlo ni controlarlo; además, explica el Dr. Llano, los sentimientos son subjetivos, puntiformes, ciegos, caprichosos[6]. “El estado de ánimo desplaza a las razones y motivos intelectuales y se hace pasar por ellos (es cuando, como lo dice José María Escrivá de Balaguer, ‘tendrás muchas razones, pero no tienes razón’). Pedir consejo a una persona de valía intelectual y de confianza servirá para objetivar el estado de ánimo o el sentimiento, para desenmascarar los disfraces con que éstos se ocultan (racionalización). La voluntad debe habituarse a seguir el juicio prudente de la razón (prudencia es objetividad: los sentimientos son subjetivos), con independencia de lo que sintamos en un momento dado. A esto se llama superar los sentimientos, actuar por encima de, trascenderlos. Es el único tipo de dominio del que somos capaces”[7].

Advierte sobre el peligro de una forma de estoicismo o de voluntarismo en la filosofía oriental. “En la filosofía oriental se persigue no tener sentimientos (estado de nirvana que equivale a lo que los griegos denominaban ataraxia o imperturbabilidad de ánimo). En la filosofía aristotélica, más realista, y en la filosofía moral cristiana no se persigue ilusoriamente el apaciguamiento de los estados de ánimo, sino el actuar por encima de ellos, impregnarlos de racionalidad para que operen a nuestro favor; pero insistimos que sólo el actuar, no el sentir, se encuentra directamente en nuestras manos. Se nos pide así, por ejemplo, que en la tribulación nos comportemos como si estuviéramos alegres, aun estando atribulados. A este modo de conducta le llamamos temple, o punto de dureza y flexibilidad que adquieren los buenos metales”.[8]

“Lograr que nuestra voluntad siga a la razón superando los estados de ánimo, pasiones, emociones y sentimientos, recibe el nombre de virilizar. Actuar racionalmente es actuar como hombre”[9], como ser humano.

“Para Aristóteles un buen gobierno es aquel en el que hay armonía entre la racionalidad y la afectividad. Pero la relación de la racionalidad respecto a la afectividad es una relación de obediencia[10]… La razón ha de persuadir a la afectividad (como el padre al hijo o los amigos entre sí), y la afectividad escuchar a la razón. Por esto la relación política entre inteligencia y afectividad es una relación por naturaleza inestable. El buen gobierno no solo es válido para la regencia de la ciudad, al que Aristóteles aquí se refiere, sino también para algo más importante, que es el gobierno de sí mismo. El carácter es la permanente procuración de la estabilidad dentro de lo que es de suyo inestable”[11], como son los sentimientos.

“Este dominio de los sentimientos es el trazo más importante del carácter, de la personalidad. Sólo quien actúa siguiendo a la razón –sin racionalizaciones- tiene objetividad y sentido panorámico de la vida”[12]. Sin embargo, los sentimientos ocupan un lugar muy importante dentro de la persona: “lo más difícil de vencer son los sentimientos porque, después de la voluntad, son lo más íntimamente nuestro, al punto de que hay una natural resistencia a manifestarlos con impudicia. Vencer los sentimientos es, pues, vencerse a sí mismo: hay ‘pequeñeces de carácter en las que no te quieres vencer’ (José María Escrivá de Balaguer)… vencernos a nosotros en ellas”.[13]

Artículo escrito bajo la dirección de Arturo Picos, director de la Cátedra UP-IPADE Carlos Llano.

ebook ayuda servicio justicia responsabilidad social y empresarial

 


[1] Ídem, pp. 116 y 117

[2] Ídem, p. 117

[3] Ídem, pp. 117 y 118

[4] Ídem, pp. 118 y 119

[5] Ídem, p. 119

[6] Cfr. ídem, p. 119 a 121

[7] Ídem, p. 120

[8] Ídem, p. 120

[9] Ídem, p. 120

[10] Aristóteles, Política I, c.1; 1252a

[11] Ídem, p. 121

[12] Ídem, p. 121

[13] Ídem, p. 121

Laura Cremades Granja

Escrito por Laura Cremades Granja

Colabora con diferentes universidades y programas educativos tanto de manera presencial como en línea. Egresada del MEDE del IPADE, Maestría en Educación Familiar por la Universidad Panamericana, Diplomado en Finanzas por el Instituto Tecnológico Autónomo de México, Ingeniera Biomédica por la Universidad Iberoamericana. Tiene experiencia trabajando en finanzas, planeación y capacitación en diferentes empresas del sector privado, social y gubernamental.

Nueva llamada a la acción

Suscríbete a las notificaciones de este blog

Lists by Topic

see all

Artículos por tema

ver todos

Artículos Recientes