Filosofía

El malestar en la cultura, Sigmund Freud

[fa icon="calendar"] 6/06/17 12:54 / por Héctor Chávez

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“La convivencia humana sólo se vuelve posible cuando se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos aislados, y cohesionada frente a estos. Ahora el poder de esta comunidad se contrapone, como «derecho», al poder del individuo, que es condenado como «violencia bruta». Esta sustitución del poder del individuo por el de la comunidad es el paso cultural decisivo. Su esencia consiste en que los miembros de la comunidad se limitan en sus posibilidades de satisfacción, en tanto que el individuo no conocía tal limitación”1.

Sigmund Freud

He querido empezar con esta cita de Sigmund Freud para dar pie a una pregunta: ¿Qué tan afortunados/desafortunados somos de formar parte de una sociedad? La sociedad es el resultado de la unión de individuos para cumplir metas “en común” aprovechando las distintas capacidades y habilidades de cada uno de ellos. Se ha logrado quizá un equilibrio pero sin duda surgen una serie de limitaciones con la intención de no perderlo.

 

Libertad individual

Las limitaciones podríamos decir que son necesarias para que ninguno de los individuos de la sociedad retorne a un estado salvaje, donde lo único que interesa e importa es sobrevivir. Sin embargo, tal parece que en la sociedad no logramos escapar del malestar individual, es decir, hay cosas que como individuos no nos gustan y que no estamos de acuerdo con ellas solamente porque una mayoría las impone, y esto se hace presente en las distintas manifestaciones de las minorías que buscan romper con lo establecido/impuesto. Los fenómenos sociales de los que estamos siendo testigos denotan que el equilibrio que se “logró” (lo pongo entre comillas porque no estoy seguro que se haya logrado a manera que en ninguna época haya habido manifestaciones de inconformidad por parte de algunos) ha sido mera apariencia de un ideal que es propio de corrientes religiosas e incluso filosóficas. Decir que hay o debe haber un determinado modo de vida para ciertas sociedades es romper con la libertad individual, misma que ya existía desde antes que la sociedad, pero no por ello significa que estemos por la labor de modificar o cambiar años de lo establecido en un abrir y cerrar de ojos, de un día para otro y menos si eso implica que se impongan las cosas solamente porque a unos les parece mejor.

 

Lidiar con la realidad

Es curioso que toda inconformidad inicie con una lamentación de algo perdido, de algo que no se tenía pero se trastoca con un profundo anhelo de conseguirlo. Si somos atentos a los distintos discursos de las muy distintas manifestaciones de ciertas minorías en los países, encontraremos una extraña tendencia a la victimización. Es decir, ¿por qué hay que iniciar como víctimas un reproche? ¿Se busca empatía o lástima para generar lo que muchos llaman “conciencia social”? ¿Se busca realmente un cambio por y para el grupo en el que se está para poder introducirlo a uno más amplio? ¿Y si lo que se busca es realmente abandonar el malestar individual justificándolo con un “nosotros”?

Vivimos atrapados en una realidad que nos sobrepasa, simplemente parece que no somos capaces de lidiar con ella y buscamos, por tanto, articularla a modo de que quizá no nos adaptemos al 100% a ella, pero que resulte algo que nos sea más soportable. Y aun así nos encontramos inconformes porque, da la casualidad de que resulta algo que no era lo que esperábamos. A lo que voy es que la rebelión individual, fenómeno en demasía propio de toda cultura (al menos de la Occidental), va contra un ideal establecido tratando de cambiarlo por otro ideal, donde las condiciones de exigencia se pretenden cambiar apuntando a otros miembros de la sociedad. En otras palabras, el cambio que se busca no es para que uno se adapte sin problemas a los demás, sino que se exija que los demás, la mayoría, se adapten a la minoría.

Primera y segunda guerra mundial

Pero todo esto no es nuevo y hemos visto que, en el siglo XX, la racionalidad que tanto cantaba su victoria contra la religión y cualquier otro medio de superstición, fracasó rotundamente con el Genocidio Armenio, las dos Guerras Mundiales, el Holocausto y las guerras sucesivas. Las minorías no solamente fueron masacradas, sino que se estableció un perpetuo estado de “desprecio y desconfianza” en ese otro distinto y diferente, como si se hubiera creado un mandamiento nuevo que buscara señalar a quien no entra dentro de lo “normal”. Pleno siglo XXI y seguimos siendo herederos de ese sistema discriminatorio aplaudido por quienes se encuentran cómodos en lo cotidiano o rutinario. Pero no se puede salir de eso yéndose directamente a otro extremo, pues lo que fue la dictadura de la mayoría parece estar en un proceso de cambio drástico hacia la dictadura de la minoría.

 

Sinsentido de la vida

2017 es un año donde el sinsentido se apodera de todo y de todos. Para ofender a alguien, basta hablar o expresarse, y cualquiera puede pasar de ser un santo a un demonio y las etiquetas sociales se vuelven bandera de una lucha contra la discriminación portada por aquellos que buscando respeto lo pierden por el otro. Sucede que malinterpretamos la denuncia con el perjudicar: de nada sirve graffitear o hacer daño a propiedad pública y/o privada para manifestar la desaprobación que se siente por algo. Caemos en la violencia para denunciarla, y eso termina por llevarnos a una cadena interminable de abuso y mal trato.

 

Breve reflexión

Planteo el malestar en la cultura (haciendo clara referencia a la obra freudiana) a modo de dejar claro que “estamos mal” en la cultura, en nuestra cultura, misma que se sitúa ahora en el banco de los acusados y busca repensarse para modificarse (hay quienes le llaman a eso “actualizar”). No se trata de desatar la furia donde ya hay guerra, sino de dar un giro humanístico, en el que se vaya contra las etiquetas que únicamente diferencian y dividen. Que amar o respetar al otro sea porque ese otro es otro yo que igualmente sufre. El sufrimiento es clave para entender que ningún avance tecnológico, así como ninguna ciencia y ninguna religión (pues éstas solamente dan un consuelo sobre algo “pasajero”), han logrado arrebatarnos el factor meramente humano en nosotros. El mal-estar lo vivimos todos, pero hay quienes buscamos disminuirlo a través de la reflexión y de un cambio personal y otros que no hacen sino empeorar su situación y de paso la de los demás. “Yo soy así y porque es así, me tienen que aguantar”. Si queremos paz, no empecemos el diálogo con un arma lista para ser usada.

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1 Freud, Sigmund, El Malestar en la Cultura (traducción directa del alemán de José L. Etcheverry) / Obras Completas Tomo XXI, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 2007, pp. 93-94

Héctor Chávez

Escrito por Héctor Chávez

Egresado de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana, asistente de tesis del Dr. Javier Duarte Schlageter (profesor del área de dirección financiera en el IPADE), Psicoanalista por parte del Círculo Psicoanalítico Mexicano, Subdirector General de la Revista Kya! (Arte.Cultura.Entretenimiento), Conductor del programa de radio por Internet In.Cultura en Digital Media Radio, Miembro Asociado de la Sociedad Académica Kierkegaard, colaborador invitado en Estudios Latinoamericanos por la Wichita State University (Kansas).

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