Filosofía

La filosofía como meditatio mortis

[fa icon="calendar"] 1/11/18 12:51 / por Gabriel González Nares

Cátedra Carlos Llano UP-IPADE

“Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que en este mundo traidor aun primero que muramos las perdemos.”

Jorge Manrique, Coplas por la muerte de su padre, VII.

Somos humanos, hemos de morir. Y a todos nos aterra morir. De modo ineludible, en diferentes puntos de la vida, vienen a nuestras mentes diversas dudas al respecto de la muerte. ¿Es esta vida todo lo que hay? ¿Qué ha de pasar conmigo luego de mi muerte? De la muerte y de sus preguntas no escaparemos…al menos, no, por siempre. Es así que llega un punto de nuestra vida, por más relajada que sea, en el que problematizamos sobre la muerte. Y cuando lo hacemos ya estamos filosofando.

Hay cuatro momentos de la Historia de la filosofía que muestran por qué la filosofía es meditatio mortis, meditación de la muerte. Reflexionar con estos cuatro grandes momentos estelares es una buena inversión, pues podemos ver las respuestas de los grandes pensadores. Cada uno tiene una gran arma para enfrentar a la muerte: armas que son útiles para nosotros.

1.Platón: conocimiento, filosofar es reconocerse inmortal

Desde sus orígenes, la filosofía es una reflexión sobre los primeros principios de la realidad. Pero también es una reflexión sobre los últimos momentos de nuestra naturaleza humana. Platón fue el primero en configurar la filosofía no sólo como una reflexión del orden y la verdad del cosmos, sino como la búsqueda del sentido de la vida en función de su final que es la muerte. Sócrates, el primer mártir de la filosofía, y maestro de Platón es quien inaugura esta tradición de pensamiento. El encuentro de Sócrates con la muerte está bellamente documentado en el Fedón, diálogo platónico fundamental.

Una vez sentenciado a muerte, Sócrates se dispone a dar el salto fatal en prisión. Sin embargo, toda su vida ha sido una preparación para la muerte, pues la vida del filósofo, piensa Sócrates, es una vida que busca el sentido. Sócrates tiene tal confianza en su ejercicio de formación de los hombres y la búsqueda de la verdad que no tiene miedo de morir. Al contrario, la filosofía enseña a morir poco a poco, si es que por muerte entendemos el trance definitivo entre el ser y la nada. La filosofía nos enseña a morir porque nos muestra que la muerte no es de temer. Por más absurdo que esto parezca el filósofo está preparándose constantemente para morir, pues busca dos cosas que sólo se pueden ver si hacemos de la muerte un punto de estudio: el sentido de su vida, y la garantía de que la muerte misma es vencible.

En su pensamiento maduro Platón dará dos grandes argumentos para no temer a la muerte, sino aprovecharla. Por una parte está el argumento de la inmortalidad del alma. El alma, que es principio de vida, no se convierte en su contrario. No se corrompe. Si sabemos que nuestra alma es inmortal, nuestra vida cambia completamente. Y más si sabemos que nuestra alma es capaz de ser evaluada por su virtud o su vicio. Por otra parte está el argumento por el cual Platón muestra que el mundo natural, siempre en cambio, no es el mundo definitivo. La plenitud se halla en otro “lugar”. Llegar a conocer lo realmente real (sic) es difícil y requiere de un ejercicio de renuncia al mundo y victoria sobre las apariencias. Sin embargo, el hallazgo de lo realmente real, eterno y divino sólo puede hacerse pasando por el umbral de la muerte, aunque su pregustación es la filosofía. Es así que el filósofo, en su desprendimiento de lo efímero hace un ejercicio de muerte y de abandono, pero apostando, con garantías, al hallazgo de la verdad última.

2. Séneca: libertad, filosofar es aprender a no tener miedo de morir

La madurez romana asumió la mentalidad griega. Muestra de ello, entre muchas, es el trabajo de Séneca, el estoico cordobés. Séneca hereda de Platón el interés por la muerte en tanto que la vida y la filosofía son su preparación. Tener miedo de la muerte es infantil. La mejor manera de enfrentar el miedo a la muerte, piensa Séneca, es la vida buena. Así, incluso si dudásemos de que el alma sea inmortal, habremos tenido un sentido de existencia.

No importa si nuestra filosofía no sea lo suficientemente poderosa para indicarnos que el alma es inmortal. Lo importante es no tener miedo, pues quien tiene miedo pierde su libertad. Platón se enfoca en la inmortalidad del alma, Séneca; en la libertad del miedo. Son enfoques diferentes. De modo que Séneca piensa en la muerte desde la libertad. Que nada nos ate al mundo como para decir que ya no somos dueños de nosotros mismos. El que se aferra, sufre, y por tal, tiene miedo de morir, pues se enfoca en las cosas que pierde. Sin embargo, el libre, que finca su felicidad en su autodominio, estará listo para irse en cualquier momento. Así dice Séneca: “Ad exire paratus sum”: “estoy presto a morir, y por ello disfrutaré de la vida, porque la mayor o menor longitud de su devenir no me asusta nada.” Este fragmento de su recomendable Carta LXI de las Cartas morales a Lucilio, muestra esta tranquilidad del sabio frente a la muerte, pues es dueño de sí mismo.

3. Tradición monástica cristiana: esperanza, filosofar es aprender a confiar

Junto con la filosofía, llegó del Oriente a Roma el cristianismo. Pero el cristianismo no es una filosofía. El misterio central del cristianismo es una persona: Cristo mismo. Quizás la mejor respuesta a la muerte es esta nueva religión llegada a Roma. Cristo es el Dios que muere de modo atroz: desnudo y abandonado. Sólo. Cristo es el Dios que, siendo hombre, se entrega a la muerte a fin de que los hombres no puedan ya decir que Dios ignora las angustias humanas, incluso la de la muerte. De este modo, Cristo vence a la muerte desde dentro, pues no se puede vencer lo que no se ha asumido. Es decir, Cristo llena con su presencia el vacío insondable y misterioso que la muerte es. Si la muerte, como vacío, queda llena, queda destruida y conquistada. A partir de Cristo existe la esperanza de que la muerte puede ser vencida. El punto es no de perder de vista que la vida real va mucho más allá del mundo cambiante.

Los primeros cristianos que quisieron vivir intensamente las enseñanzas del Evangelio se retiraron al desierto para no tener distracciones. Estos cristianos del desierto egipcio fueron los primeros monjes. A fin de enfocarse en la vida que viene de parte de Dios, el monje debe de aprender a confiar, esto es: poner su fragilidad en otras manos que no son las suyas. El monje no es un estoico, pero el estoicismo puede ayudarle. Así, la muerte se convierte en una compañera constante del monje. Pero en una compañera que no es un tormento, sino un recordatorio de lo que esperamos.

Hay dos frases latinas que los monjes usaron para recordar la muerte de modo constante: “Memento mori”: recuerda que morirás, y “Sic transit gloria mundi”: así se va la gloria del mundo. Recordar la muerte, en nuestra época posmoderna, nos llena de horror y vacío. Pero el monje recuerda la muerte para dos fines: primero, para reflexionar sobre su debilidad y condición de pobreza existencial de modo que las glorias del mundo no sean un obstáculo. Segundo, para confiar en que la muerte, que compartimos con Cristo, es vencible y un vacío que se puede llenar. Amar la sabiduría que Cristo mismo es, es aprender a tener esperanza. Así el monje, compañero de la muerte, confía en que si muere en Cristo, vencerá a la muerte con Cristo.

4. Renacimiento: desengaño, filosofar es cuidarse de las apariencias.

El Renacimiento es hijo de la cultura clásica y de la cultura cristiana. Un evento traumático dio comienzo al Renacimiento: la Peste negra de 1348. Confrontar la mortandad fue difícil, y los filósofos de la época lo hicieron con las armas clásicas y cristianas: conocimiento, humildad y esperanza. Por supuesto, la gente de la época no estaba feliz por morir, de modo que la cosmovisión de comienzos del Renacimiento fue sobria, melancólica y a veces sombría. La Peste enseñó de modo violento a tener humildad ante nuestra frágil mortalidad. Ante la muerte no había mucho que hacer. La mejor preparación fue el desengaño. Quien se prepara a morir se desengaña, es decir, discierne lo real de lo aparente, lo duradero de lo efímero, lo importante de lo vano.

Este desengaño del mundo y sus apariencias ante la realidad de la muerte trajo una elocuente representación artística que habla de tal desengaño: la Danza de la muerte. Esta Danza macabra, en versos o en pintura, invita a todos los hombres a bailar juntos a la hora de muerte. No importa la riqueza o la nobleza. Todos: ricos, pobres, hombres y mujeres, frailes y laicos, habremos de ir a la danza. Recordar nuestra realidad mortal nos pone los pies en la tierra, pero nos recuerda el Cielo. Vemos con tristeza el mundo que pasa y recordamos nuestra muerte. Así nos enfocamos en lo importante, lo eterno y lo que es Bueno por sí mismo.

El poeta español renacentista Don Jorge Manrique pone esta idea en bellos versos en las Coplas por la muerte de su padre: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir./ Allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir (…) Este mundo es el camino para el otro que es morada sin pesar./ Mas vale tener buen tino para andar en la jornada sin errar./Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, llegamos al punto que fenecemos, así que, cuando morimos descansamos.” Así, discernir lo efímero de lo duradero nos hace voltear a lo que, realmente vale la pena. Nos dimensiona como seres mortales con deseos de lo inmortal. Nos ayuda a ir por el mundo sin perder de vista el bien eterno en el que se encuentra la bienaventuranza.

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Gabriel González Nares

Escrito por Gabriel González Nares

Gabriel González Nares es maestro en Filosofía Antigua por la Universidad Panamericana, México y licenciado en Filosofía por la misma universidad. Ha sido profesor de filosofía en el Colegio Montreal y en el departamento de Humanidades de la Universidad Panamericana, donde, en la actualidad, es profesor investigador de tiempo completo en la escuela de pedagogía. Ha asistido a congresos sobre filosofía medieval en Santiago de Chile, Nueva York, París y Atenas. Se interesa por la filosofía de la educación, la metafísica y la Dialéctica medieval, especialmente en la transición de la Antigüedad tardía a la Alta edad media latina. Es miembro de la Asociación filosófica de México y columnista en la Cátedra UP-IPADE Carlos Llano.

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