Filosofía

Garrigou-Lagrange: Determinación y Oración. Parte 2

[fa icon="calendar"] 28/02/17 7:00 / por Diego Espinoza Bustamante

Garrigou-Lagrange determinación y oración2-2.jpgEn la entrega anterior expuse la reconstrucción que hace E. Stump (2003: 119-20) al dilema de Garrigou-Lagrange en pro de la impasibilidad causal de Dios, pero en menoscabo de la libertad humana y de la eficacia de la oración. La premisa de fondo del alegato de Garrigou-Lagrange es la siguiente disyunción que, según él, es exclusiva: o Dios es causalmente impasible o los seres humanos somos libres y la oración de petición hace sentido. En esta entrega mostraré que el dilema que Garrigou-Lagrange cree identificar no existe.

 

Conocimiento divino: ¿determina o es determinado?

El dilema (2) expuesto en la entrega anterior presentaba la disyuntiva de que para cualquier caso, el conocimiento divino o causaba las libres determinaciones de los seres humanos o era causado por ellas. Garrigou-Lagrange se inclinó por el primer disyunto, alegando que el segundo implicaría pasibilidad causal por parte de Dios.

El dilema de Garrigou-Lagrange está cimentado sobre una teoría causal del conocimiento, según la cual el conocimiento de un agente cualquiera depende de hechos externos al agente y el agente no actúa “cognitivamente” sobre los hechos que lo afectan; es totalmente pasivo. Con todo, la teoría de la cognición de Santo Tomás está desmarcada de una visión así del conocimiento, pues los agentes no somos totalmente pasivos a la hora de conocer. Dicho prontamente, la cognición humana según Santo Tomás funciona de la siguiente manera: la forma de un objeto sensible es recibida de manera codificada en el medio adecuado (species in medio) para ser recibida en un sentido externo (species sensibilis). Acto seguido, la especie sensible del objeto percibido es convertida en un “fantasma” (phantasma) gracias al poder de la imaginación (phantasia). De ahí, el intelecto agente  “abstrae” de las condiciones individuales del fantasma una especie inteligible (species intelligibilis), y después la almacena en el intelecto paciente, a propósito de enrolarse en otro acto mental para producir un “concepto” o “palabra mental” (verbum) proveniente de la especie inteligible (Stump 1999: 170-5; 2003: 268-9; C. Panaccio 2014: 351).    

De todo esta descripción del proceso cognitivo humano me interesa resaltar dos cosas: (a) la cognición humana a là Tomás no produce que el objeto conocido sea de hecho el objeto conocido; por tanto, el conocimiento humano no causa los objetos que conoce. Empero, (b) el conocimiento humano tampoco es causado por los objetos que conoce, dado el papel activo que los agentes tienen en dos momentos de la cognición, a saber, cuando abstraen la especie inteligible del fantasma y cuando producen un concepto; de ahí que los objetos conocidos no causen eficientemente que los agentes conozcan.

En contextos muy determinados se podría describir la cognición divina según el modelo de Santo Tomás; por ejemplo, cuando Dios conoce que existe. Si suponemos que el dilema propuesto por Garrigou-Lagrange es correcto, entonces habría que decir que el hecho de que Dios conoce que existe implica que ese conocimiento causa su existencia; lo cual es descabellado. Por otro lado, dado la tesis de que no hay pasividad en Dios, no sería plausible atribuir a Dios pasividad, por más mínima que ésta pudiera llegar a ser, a su actividad cognitiva. Por tanto, que Dios exista no causa eficientemente que Dios conozca que Él existe, aún cuando la verdad de ese trozo de conocimiento dependa de la existencia de Dios; así como los objetos conocidos no causan eficientemente que los agentes los conozcan, los agentes dependen de que existan esos objetos para enrolarse en cualquier actividad cognitiva (Stump 2003: 120). Por tanto, el dilema (2) es falso.

 

Dios y la oración de petición

En la teología filosófica de Santo Tomás, la oración cumple una función de petición. Con todo, tal parece que la oración y la impasibilidad causal entran en conflicto. En efecto: si Dios es causalmente impasible, entonces no hay algo en el mundo que pueda hacer cambiar la voluntad de Dios (B. Davies 2012: 471). En este estado de cosas, la oración de petición no hace sentido.

El embrollo al cual Garrigou-Lagrange nos encarrila se activa al suponer que Dios sería un agente sensible a los asuntos de sus creaturas si y sólo si la oración tuviera poderes eficientemente causales. Con todo, de ser esto así, Dios se vería determinado por sus creaturas y, por ende, no habría impasibilidad causal. Sin embargo, esa clase de dinamismo no es ni si quiera como funciona en las relaciones humanas; nadie causa eficientemente, a no ser por coacción, que alguien responda a las peticiones que uno hace. Más bien, los seres humanos respondemos libremente a las peticiones de nuestros pares por las peticiones en sí mismas, pero no porque éstas causen eficientemente el estado de nuestra voluntad (Davies 2012: 471-2; Stump 2003: 121). En un mismo espíritu, Dios respondería libremente a nuestras peticiones por las peticiones mismas, sin que estás influyan desde un punto de vista causal en su voluntad.

La clave para entender este argumento es que Dios ha querido eternamente concedernos ciertas cosas por la eficacia de nuestra oración. En este sentido, es inútil oponer la impasibilidad divina y la sensibilidad de Dios a la oración, pues la primera es perfectamente compatible con que Dios, desde la eternidad, haya promulgado que tal o cual cosas se realice gracias a la oración de un agente cualquiera. Por tanto, las tesis de que Dios es causalmente impasible y que Dios responde a la oración son ambas verdaderas.
Diego Espinoza Bustamante

Escrito por Diego Espinoza Bustamante

Licenciado en filosofía por la Universidad Panamericana. Actualmente trabaja como adjunto de rectoría de la Universidad Panamericana y como Asistente de Investigador adscrito al Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Sus intereses filosóficos tienen que ver con metafísica de la mente, metafilosofía, filosofía cristiana y teorías de la verdad. También le interesa la historia de la filosofía medieval, de la filosofía analítica y del pragmatismo americano, así como el cultivo de autores; por ejemplo, Santo Tomás de Aquino, Guillermo de Occam, John Dewey, Ludwig Wittgenstein y W. V. O. Quine.

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